viernes, 22 de octubre de 2010

Reflexiones de un ególatra: Prejuicios con riesgo

En mi última reflexión hablaba de prejuicios y de que todos los tenemos. En efecto, los tienen incluso aquellos que, por su delicado oficio, deberían mantenerse siempre incólumes, objetivos y fríos. Me refiero concretamente a los profesionales sanitarios en general. Por supuesto, abundan quienes se entregan a su carrera con vocación y sentimiento, marcando claramente la línea entre el deber y la proximidad al paciente, para no ser demasiado vulnerables frente al dolor ajeno, pero sin dejar de dar la atención solidaria y afectuosa a quien la necesita. Pero, a menudo, cuando acudimos a la consulta de un médico -al menos, a mí me ha ocurrido con frecuencia-, lo que encontramos al otro lado del escritorio es una persona con prejuicios, muchos más que nosotros mismos.

Nosotros, los pacientes, entramos en su despacho un poco atolondrados. Para empezar, el color blanco de las sábanas de la camilla, de las cortinas, de la bata, de algún que otro mueble, es tan simbólico e intenso que nos abruma, nos intimida y nos prepara psicológicamente para el enfrentamiento con el profesional con la guardia baja. Vamos al médico casi siempre con el respecto ancestral de quien recurre al curandero de la tribu, el único que puede rescatarnos de nuestra enfermedad y liberarnos del mal. Y así es. Suelen tener las herramientas para conseguirlo. Aunque no olvidemos que el propio enfermo tiene mucho que decir.

Pero, mientras que el hecho de visitar al médico y tener confianza ciega en él para el paciente es un acto de fe, hasta el extremo de admitir que nos conoce mejor que nosotros mismos, aunque sea la primera vez que nos ve, para el médico es obvio que siempre exageramos (somos aprensivos), no contamos la realidad tal como es (no sabemos expresar nuestro malestar), no sabemos exactamente lo que nos pasa (no conocemos las reacciones de nuestro organismo) o bien no tenemos experiencia (somos neófitos en la materia, es decir, novatos).

Este exceso de seguridad delata el riesgo que existe de que las cosas se tuerzan y la decisión adoptada para resolver el caso no resulte eficaz. Como todo el mundo, los médicos se equivocan. Desgraciadamente, creo que con demasiada frecuencia. Afortunadamente, no les ocurre lo mismo a los pilotos de avión, a los controladores aéreos, a los gruístas, a los conductores de transportes pesados... aunque no dudéis que también cometen errores mientras desempeñan su trabajo.

En el caso del personal sanitario, puedo explicar esta situación con varios ejemplos personales. Tengo la suerte, hasta el momento, de gozar de una salud aceptable. Nunca he pasado por un quirófano, las enfermedades por las que he pasado no han durado más de lo usual en otras personas, apenas sufro dolores de cabeza o musculares y tampoco me quejo mucho de las molestias que pueda sentir. Tal vez por eso, voy poco al médico y, cuando algo me está haciendo daño de verdad, no dudo en pedir cita o correr a la puerta de Urgencias de mi hospital.

1) Una vez, fui cojeando hasta el médico de Urgencias del Centro de Salud porque me habían pisado esa tarde jugando al fútbol y me dolía terriblemente el dedo gordo del pie derecho. El médico de guardia me instó a quitarme el calzado (no me lo pidió, lo exigió con desgana), le echó un vistazo rápido al pie y me dijo que en dos o tres días se me caería la uña, que era algo normal. Le quitó importancia y me trató como si fuera un quejica. Pero el dolor era tan intenso que no me quedé convencido en absoluto y, de inmediato, me dirigí a las Urgencias del hospital más cercano. Allí notaron enseguida que tenía una infección en el dedo y tuvieron que perforarme la uña para que expulsara el pus. Curado en menos de media hora. Según el primer médico, ¿tenía que esperar a que se me pudriera el dedo para que se me cayera junto con la uña?

2) Hace unos dos años, mi mujer visitaba al pediatra del Centro de Salud que nos correspondía entonces prácticamente todas las semanas, porque nuestra hija pilló un catarro al terminar el verano y no lo soltaba. Además, apenas ganaba peso y cada vez estaba más delgada. Para nosotros era palpable que no estaba evolucionando bien. El pediatra que la atendía le quitaba importancia y lo consideraba dentro de la normalidad, pese a que la niña cada vez estaba más baja en percentiles. Recetaba los remedios comunes para el resfriado y ya está. La niña se debilitaba por semanas y cuando no era un constipado, sufría una gastroenteritis. La última vez que visitamos a ese pediatra, su actitud volvió a ser la misma, aunque la gravedad de la niña ya era notable. Una semana después, en lugar de volver a su consulta, mi mujer corrió a Urgencias del hospital que nos correspondía y justo después de que decidieran ingresarla (más por la angustia de mi mujer que por el estado de la niña), Irene se desmayó. Hubo quien pensó que había fallecido. No tardó en recobrarse del desvanecimiento, pero gracias a esta fatalidad todo el equipo de pediatría le prestó especial atención durante la semana que permaneció en el hospital, hasta que empezó a recuperarse. Aunque solo pasó una semana allí, no se le dio el alta definitiva hasta cuatro meses después. Como consecuencia de este episodio, aparte de que se diagnosticó el verdadero problema de la niña, pudimos cambiar de pediatra. ¿Habríamos perdido a nuestra hija de seguir los consejos del pediatra que la atendía habitualmente?

3) Hace dos años pedí cita a mi médico porque tenía la garganta muy inflamada, no dejaba de toser y me dolía constantemente a pesar de los analgésicos y antiinflamatorios. Además, Irene había pasado una faringitis bacteriana y pensé que posiblemente me había contagiado. Así lo expliqué al doctor, pero este, desde el primer momento, decidió que lo mío era una faringitis crónica vírica. Volvió a insistir en ello tres meses después, cuando volví con los mismos síntomas. Aunque mejoré durante un tiempo, la afección regresó e incluso me puse peor. Mi calidad de vida dejaba mucho que desear. Así que pedí cita a otro médico. Le conté mi historia y se tomó mi caso en serio. Aparte de pedir que me hicieran unas pruebas, optó por recetarme antibióticos. Y me curé al cabo de una semana, permanentemente. Conclusión: Tenía una infección bacteriana en la garganta desde hacía año y medio.

Los prejuicios pueden pagarse caros. Por favor, seamos todos razonables y humildes.

viernes, 15 de octubre de 2010

Reflexiones de un ególatra: Falsos héroes y prejuicios

Hay un tal señor Neira cuyo rostro vemos a menudo en la televisión. Se hizo famoso al entrometerse hace unos años en los conflictos de una pareja, defendiendo a una mujer de la violencia de un hombre, y recibir una paliza por ello. Parece que la celebridad no le ha gustado o no le ha sentado bien. Lo cierto es que, según los medios de comunicación (y matizo esto último, pues la versión de los hechos que tenemos siempre es la relatada por los medios), Neira guarda rasgos en su personalidad que resultan incluso desagradables. No hace mucho volvió a saberse de él por conducir con una tasa de alcohol en sangre no permitida. Hoy nos anuncian que ha ingresado tras sufrir un derrame cerebral, dos días después de la muerte de su agresor. La prensa se ocupa y preocupa en demostrar que es una persona normal y corriente.

Naturalmente, no es un héroe. Es una persona como cualquiera de nosotros, con sus virtudes y sus defectos. Puede que con más defectos que virtudes. Pero lo cierto es que un día tuvo el coraje y la arrogancia de lanzarse sin dudarlo al rescate de alguien que parecía indefensa y maltratada. Lamentablemente, para el señor Neira ha resultado contraproducente manifestarse en público, con reflexiones poco acertadas que le han hecho aparecer como un hombre lleno de prejuicios. Tal vez por eso no se prodiga y limita sus intervenciones ante las cámaras y los micrófonos.

No obstante, prejuicios tenemos todos. Pero seguiré reflexionando y hablando sobre ello otro día. Mientras tanto, espero que nuestro aludido se recupere bien y pronto.

lunes, 11 de octubre de 2010

Colaboraciones: El placer del lector, de Salvador Navarro

Este fin de semana, mientras se celebraba la XXVIII edición de la HispaCON en Burjassot (Valencia), el escritor Salvador Navarro, con el que he coincidido en varias ocasiones los últimos meses, respondió al correo que le había enviado y me envió el texto que reproduzco más abajo para publicarlo en esta sección de mi blog.

Parece increíble que, con lo poco que se prodigan algunas profesiones, dos escritores sevillanos se conocieran en otra ciudad. Eso es lo que nos pasó a Salvador y a mí, que nos encontramos sentados en la misma mesa en la Feria del Libro de Málaga de hace dos años, firmando ejemplares de nuestras obras. A pesar de la relación que ambos guardamos con el foro ¡¡Ábrete, libro!!, fue así como entramos en contacto.


Más recientemente, asistí a la concurrida presentación de su nueva novela en el salón de actos del Club Antares. Coincidencias de la vida, una de sus mejores amigas, que le ayudaba a presentar el libro, titulado No te supe perder, había estudiado Matemáticas por la misma época que yo. De manera que esa famosa regla de que existe un número mínimo de personas conocidas entre dos completos desconocidos volvía a cumplirse.


Por último, nos reencontramos en las III Jornadas Literarias ¡¡Ábrete, libro!!, en Madrid. Allí volvió a confirmar que consideraba No te supe perder como su mejor novela hasta el momento. Ciertamente, no debió de quedar finalista del XIX Premio Internacional de Novela Luis Berenguer por casualidad. Su novela, de cariz realista, narra una historia en torno a varias personas que desarrollan su vida en Sevilla. El sometimiento de unos y la agresividad de otros dibuja nuestro mundo con más proximidad de la que cabría esperar.

Para que le conozcáis un poquito y os animéis a leerle más, os dejo con su reflexión sobre El placer de leer:

De una editorial de un periódico nacional anoté hace algún tiempo que leer te hace más libre, más feliz y más divertido. Una idea se puede expresar de mil maneras, pero me quedé con la frase por rotunda.

Cada cual a su manera interpreta el mundo, su vida, la de los demás, el sentido profundo de las cosas; cada persona tiene sus trucos para ser feliz, da valor a cosas diferentes que el vecino, que el hermano o que el desconocido con quien, tal vez, se cruzará alguna vez por una calle de una ciudad pocas veces visitada.

Cuando nacemos, obligatoriamente nos vemos imbuidos en una atmósfera determinada, una familia que te ofrece el cariño que sabe, que puede o que quiere o no quiere demostrarte, y que te influye en tu actitud ante la vida. Te ingresan en un colegio que tú no eliges para recibir una educación que siempre estará sesgada y, poco a poco, vas despegándote a partir de los amigos, seres con quienes te sientes más cómodo, que tú crees elegir, para ir integrándote en una ciudad que siempre tendrá un perfil determinado, un clima, unos olores, frustraciones y vanidades.

Yo nací en Sevilla, en una familia de clase media, estudié en un colegio de curas y viví una infancia feliz.

Mis hermanos se ríen de ese período en mí, cuando siendo un enano no me separaba del periódico, de los libros de Los Cinco, de los cómics de Mortadelo y Filemón. ¡El repelente niño Vicente…! Más tarde enganchado a Delibes o al Trafalgar de Pérez Galdós, el Cid, la Regenta, el Quijote, el Lazarillo de Tormes, la Celestina, todos libros obligatorios en edad escolar.

Necesariamente el colegio me ofrecía una visión parcial, muy limitada de la realidad. Dios por todos lados, Sevilla como la ciudad más bonita del mundo, un ambiente de derechas y unas verdades indiscutibles.

Pero yo leía.

El húngaro Lajos Zilahy me habló de la amistad, "Por vez primera experimenté cuán dulce es confiar a otro todo cuanto nos oprime el corazón: parece que con ello entra en nosotros una corriente de aire fresco y un rayo de sol"; Julia O’Faolain me comentó que "cuando la religión te falla, la ética funciona bastante bien"; con Dostoievski viajé a los grandes paisajes despoblados de la Gran Rusia para conocer los extremos de la avaricia en el hombre, con Flaubert visité los páramos arbolados al sur de París donde se vivían historias de amor, de engaños inmisericordes, que no podía imaginar; Isabel Allende me insinuaba "que la memoria es frágil y el transcurso de una vida es muy breve y sucede todo tan deprisa que no alcanzamos a ver la relación entre los acontecimientos, no podemos medir la consecuencia de los actos, creemos en la ficción del tiempo, en el presente, el pasado y el futuro, pero puede ser también que todo ocurra simultáneamente...", mientras Carmen Martín Gaite la apoyaba, "¡quién volviera a ese tiempo de instante detenido!". Desde la cama de mi habitación reflexioné sobre teorías dispersas acerca del sexo, "Al sexo va un cuerpo sin cabeza, ni corazón, ni alma. Quien diga lo contrario no sabe qué es el sexo..." afirmaba contundente Antonio Gala, pero Almudena Grandes me confundía, "la maldición es el sexo… no existe otra cosa, nunca ha existido y nunca existirá".

Mi madre murió de cáncer y José Luis Sampedro supo explicarme ese dolor del enfermo terminal; y por esa época de juventud descorazonadora de sangre hirviente me enamoré con tanta fuerza que supe agarrarme a Benedetti, "En el amor no hay posturas ridículas ni cursis ni obscenas. En el no amor todo es ridículo y cursi y obsceno", pero aprendiendo lecciones de Herman Hesse: "El amor y el gozo y esa cosa misteriosa que llamamos 'felicidad' no está aquí ni allá, está solamente dentro de nosotros mismos". Milán Kundera era más ácido conmigo, él me susurraba que "nunca seremos capaces de establecer con seguridad en qué medida nuestras relaciones con los demás son producto de nuestros sentimientos, de nuestro amor, de nuestro desamor, bondad o maldad, y hasta qué punto son el resultado de la relación de fuerzas existentes entre ellos y nosotros". A veces llegué a confundir el amor con la amistad y Marguerite Yourcenar me lanzó un guiño, "la amistad es, ante todo, certidumbre, y eso es lo que la distingue del amor". ¿Quién me explicaba entonces mi infelicidad de universitario perdido en las decisiones por tomar y la vida por vivir? Patricia Highsmith se lo planteaba conmigo, "¿era posible ser feliz lógicamente? ¿Podía hablarse de lógica y felicidad al mismo tiempo?". Siempre estaba Hesse para contestarnos con gallardía, "...el hombre no debe perseguir grandezas o felicidad, heroísmo o una dulce paz, no debe desear otra cosa sino su limpieza de alma, una mente despierta, un bravo corazón y una fiel y comprensible paciencia que lo ayuden a resistir la felicidad junto con el sufrimiento, la conmoción tanto como el silencio" o de nuevo Kundera, "el tiempo humano no da vueltas en redondo sino que sigue una trayectoria recta. Ese es el motivo por el cual el hombre no puede ser feliz, porque la felicidad es el deseo de repetir. Sí, la felicidad es el deseo de repetir".

El placer del arte en sí, lo atrapó tan bien Muñoz Molina, "El arte enseña a mirar: a mirar el arte y a mirar con ojos más atentos el mundo" que no sabría definirlo mejor.

Sándor Marai, en cambio, sacó a relucir mis miedos, "en la vida de toda persona llega un momento en que se queda sola y nadie puede ayudarla".

Con García Márquez hice viajes en que el calor húmedo era asfixiante, pasé un frío tremendo con Thomas Mann en los Alpes suizos, me trasladé miles de años atrás con Waltari para dormir algunas noches en la ciudad de los muertos añorando a Nefer Nefer Nefer, me aventuré por sueños de mundos inexistentes con Rosa Montero. He abrazado una Sudáfrica dura con Coetzee, la Italia medieval con Ítalo Calvino, el Nueva York burgués con Irving, el México adulador y culto con Bolaños. Adoro el Madrid de Millás, la Barcelona de Mendoza, la Sevilla de Cernuda... Amo la Francia de Maupassant, la Alemania de Goethe, la desazonadora Inglaterra de Doris Lessing.

He viajado por todo el mundo y todas las épocas, he conocido hombres moribundos, amores tremendos incapaces de mantenerse en pie, he vivido toda clase de perversiones sexuales, he asesinado y me han aporreado, maltratado, vejado. Me han querido mujeres y hombres, he crecido en Indochina y me he recorrido los Estados Unidos en coche. Sé del dolor de la guerra sin sentido y de la fuerza del poder, me han exasperado vampiros, crápulas y maleantes. Sé lo que es un futuro si la sociedad se envilece, sé como los japoneses padecieron la bomba atómica, he luchado en los dos bandos de la Guerra Civil española. Fui anarquista, fui un facha. He sido heterosexual, homosexual, he tenido sida y ha ayudado a sanar gente.

Sé que la vida es grandiosa, como dice mi querido Auster "es el azar quien gobierna el mundo. Lo aleatorio nos acecha todos los días de nuestra vida".

Sé que hay ciudades más grandes y más hermosas que Sevilla, paisajes impresionantes, gente sabia y buena que nunca llegaré a cruzarme. Soy tolerante porque lo he vivido casi todo y porque estoy dispuesto a seguir sumergiéndome cada rato que pueda al otro lado de los libros, allí donde encuentro las no-respuestas a verdades universales vertidas por gente sabia que un día cogió una pluma y me quiso contar, a mí, lo impresionante que es la existencia humana.


Salvador Navarro

martes, 5 de octubre de 2010

Pasó el V Encuentro de Literatura Fantástica

Tanto tiempo esperándolo y ya quedó como recuerdo del pasado. Pero es cierto que disfrutamos de cada momento.

Aunque el viernes hubo algunas actividades fuera de programa que ya despertaron el interés de muchos, comenzamos el sábado con la inauguración oficial a cargo de Mª Carmen Gómez, la directora de la Biblioteca Pública de Dos Hermanas, y sonriendo a costa del singular discurso de Jerónimo Tristante, que llevaba como título el lema del V Encuentro, La realidad está en crisis.


Después debatimos, especialmente con los escritores (Olalla García, Teo Palacios, y Pepe Carrasco, entre otros; Santiago García-Clairac lo hizo desde el público) y los editores, Teresa Petit de Montena y David González de Berenice, en las mesas redondas Artes y oficios en torno al libro fantástico y ¡El papel ha muerto, vivan los bits!


Tuvimos ocasión de dialogar durante el almuerzo en el Palacio de Alpériz y de reanudar las conversaciones que dejamos interrumpidas un año o dos antes con amigos como Javier Negrete, Alfonso Merelo, Juan Ramón Biedma y Santiago García-Clairac.

También asistimos a la presentación de libros, como 10 billetes para el fin del mundo, y El humo en la botella de J. R. Biedma o la colección Tú decides la aventura, que promocionamos Pepe Carrasco y yo.


El domingo intentamos dilucidar otro cariz de las crisis literarias con la conferencia impartida, de forma muy personal y basada en su propia experiencia, por el escritor Joaquín Londáiz.


Mi papel de presentador me permitió, por proximidad, analizar cada una de las ideas que iba describiendo el conferenciante mientras hablaba y constituir el Decálogo Personal de Joaquín Londáiz para saber ¿Cómo escribir sin entrar en crisis? Dicho decálogo constaría de los siguientes mandamientos:

1) Leer mucho.
2) Tener en mente siempre a los lectores.
3) Mantener activos varios hilos argumentales para desarrollarlos.
4) Elaborar personajes con identidad propia.
5) Preparar un esquema argumental que permita desarrollar tramas paralelas y en cascada.
6) Descubrir con los personajes su propia aventura y su destino.
7) Tener disciplina y método.
8) Participar en la promoción de la obra para motivarse con el contacto con los lectores.
9) Mantener contacto con los lectores y responder a sus mensajes en internet, en las redes sociales y por correo electrónico.
10) Aportar ilusión.

Con la última actividad, la mesa redonda titulada La Atlántida: Mundos en crisis y compuesta por Javier Negrete, Juan Manuel Cortés, Joaquín Londáiz, Alfonso Merelo (como moderador) y yo mismo, conseguimos despertar de nuevo la discusión, ya que mezclaba la literatura con la historia, la ficción con la realidad. Cada uno de los ponentes defendió concienzudamente su hipótesis y el profesor Cortés aportó los matices más solemnes y eruditos con magistral acierto.


"¿Sabían los griegos de lo que hablaban?", se preguntó, aludiendo a las obras clásicas en las que nos intentaban contar la realidad que les rodeaba. Y la respuesta fue: "No completamente". Aunque intentaban ser precisos, no podían indagar sobre el terreno. Para empezar, ni siquiera tenían mapas y su visión de la geografía se basaba en mapas de itinerarios y caminos, sin forma concreta. Conforme se descubría el mundo, se iluminaba con el foco del conocimiento y se perdía la penumbra de la fantasía. El mito de la Atlántida tal vez se originó en el mundo maravilloso del que hablaban los comerciantes, que dejó de serlo cuando más tarde fue explorado por los romanos. El profesor Cortés dictó que "la literatura fantástica es también un modo de conocimiento que utiliza mundos ficticios para comprender mejor el mundo real".

Por último, los miembros del comité organizador clausuramos el V Encuentro, haciendo un resumen de su desarrollo, agradeciendo la participación y la colaboración de toda la concurrencia, y poniendo deberes para la siguiente edición.

Durante el fin de semana, el ambiente fue el adecuado y los moderadores hicieron muy bien su trabajo, manteniendo el equilibrio entre los ponentes y el público. La impresión general parece haber sido muy positiva, aunque ahora habrá que analizar todo, en particular aquellos aspectos que sabemos que se pueden mejorar y lo que se pueda extraer de los cuestionarios que entregaron los asistentes, para comprobar si el balance ha sido tan positivo como pensamos.

Otras referencias:
Dos Hermanas y la excelencia, de Alfonso Merelo
Fotos de Jerónimo Ferrández
Cobertura fotográfica del V Encuentro, en el blog de la Biblioteca Pública de Dos Hermanas
Galería fotográfica del V Encuentro, de Estudio Mira

Nota: Algunas de las fotos que se han utilizado forman parte de la galería de Estudio Mira y todos los derechos sobre las mismas les pertenecen.

viernes, 1 de octubre de 2010

Mañana, no olvides venir a divertirte con la literatura

Ya está aquí la quinta edición. El programa oficial comienza mañana en el Centro Cultural La Almona de Dos Hermanas, pero esta misma tarde ya se han organizado algunas actividades en la Biblioteca Pública.


Este fin de semana nos lo vamos a pasar bien con Jerónimo Tristante, Joaquín Londáiz, Javier Negrete, Olalla García, Pepe Carrasco, Juan Ramón Biedma y muchos más. ¡Te esperamos!