jueves, 22 de agosto de 2013

Los mejores días de nuestra vida

Sin duda, estamos viviendo el mejor momento de nuestra vida, al menos el mejor que hemos vivido hasta ahora. Tenemos dos pequeños en casa muy sanotes y con muy buen fondo. Aparte de la salud, lo principal es que Irene y Ángel son buenas personas, que se preocupan por los demás.

Estamos procurando que se centren en lo importante y adquieran valores y principios para aprender a vivir en sociedad. Todo ello a pesar de lo que cuesta vencer los numerosos caprichos que tienen y las tentaciones a las que les somete el mundo actual, lleno de distracciones para ellos. A menudo significa reñirles y ser duros, pero es la única manera de establecer límites morales para un niño, un ser humano que está en continua evolución dentro de un mundo tan grande e inabarcable.


Por otro lado, tenemos la suerte de disfrutar de ellos junto con nuestros padres, los abuelos, y nuestros hermanos, los titos. Nos gustaría que también estuvieran presentes todos sus bisabuelos, pero, aunque ya no nos acompañan en esta vida, de alguna manera ancestral están con nosotros. Por ejemplo, a menudo  recordamos a nuestros abuelos por algún gesto, alguna actitud o alguna expresión que percibimos en nuestros hijos, que han heredado un poco de todos sus ascendientes.

Irene y Ángel están llenos de energía y todo les emociona. Con todo lo que experimentan se lo pasan bien. Naturalmente, esto es lo que más feliz nos hace a nosotros: verlos contentos. Ni la una ni el otro paran quietos. Precisamente, esa es la parte difícil para nosotros, los padres: nos agotan y nos absorben. Apenas tenemos un minuto para nosotros mismos, individualmente, cuanto más como pareja. Por fortuna, tenemos a los abuelos, que también los quieren con locura, y que los pueden cuidar un rato, ocasionalmente, mientras nosotros hacemos alguna gestión o comemos y charlamos un poco. Pero la verdad es que nos gusta mucho hacerlo todo con ellos, todos juntos. Sin ir más lejos, las comidas en familia, sentados a la misma mesa, son mucho más divertidas y les sirve de aliciente para probar alimentos nuevos o integrarse completamente e intervenir en las discusiones.

Irene y Ángel camioneros
Acabamos de volver de vacaciones. Hemos estado tres semanas en Torremolinos, pero no nos ha sobrado un solo segundo y aún hay actividades que no nos ha dado tiempo a hacer. ¡Qué cansado estoy! Casi podría decir que he regresado más cansado que cuando me fui. Porque, aparte de la playa, las excursiones y las visitas turísticas, hay que jugar con los niños y lidiar con ellos cada minuto. El tiempo se nos escapa con mucha más rapidez. Pero hemos vivido momentos que han hecho inolvidable este verano. Qué bien lo hemos pasado y qué felices han sido Irene y Ángel, jugando con las olas y la arena en la playa, en los parques de atracciones, en compañía de los abuelos y los primos.


Cada vez que me acuerdo de los agujeros que cavábamos en la arena, para que el agua de las olas entrara en ellos y los convirtiera en pequeñas piscinas. Y cómo Ángel se metía en esas cavidades y ha aprendido también a salir trepando como un auténtico escalador. Y sus risas al descubrir algo nuevo o algo que le gustaba. Y su bracito señalando al cielo cada vez que veía despegar un avión del aeropuerto de Málaga (no nos perdíamos ni uno, gracias a él) o cuando aparecía la luna arriba. Y sus muecas cuando nos hacía gracia alguna travesura de la hermana, al disfrazarle o ponerle un pañuelo o una horquilla en el pelo. Y las infinitas veces que ha pronunciado la palabra "agua", cuando veía el mar, un río, una fuente, un charco, un vaso, un refresco, una botella, un grifo, o cuando, simplemente, le apetecía darse un baño. Y cómo conoce ya el nombre de su hermana (la llama "Itete", como la propia Irene se llamaba a sí misma con su edad) y alguna que otra palabra, además de mamá, papá, "tete" (chupete) y teta (cuando tiene hambre o quiere relajarse).

Papá, ¿qué importa el conejo si aquí abajo hay ¡agua!?
Pero, especialmente, cómo se mueve y cómo baila. Le gusta la música. En realidad, el ruido rítmico en general, pues es capaz de danzar mientras la colada gira en el tambor de la lavadora con ese zumbido cíclico tan característico. Sus oídos convierten todo en música y la disfruta. Flexiona las rodillas repetidamente, agachándose levemente y volviéndose a erguir, y agita ambas manos con brío, mientras se ríe. A veces, incluso canta. Su canción favorita es Locked out of Heaven, de Bruno Mars, que entona diciendo "Oh tete" en lugar de "Oh yeah yeah". Suelta carcajadas al oírla y cuando los demás exageramos los grititos y sonidos de fondo.

Los Vengadores en acción
Si los tengo cerca, me entran ganas de comérmelos. Me encanta besarles y abrazarlos. Cada vez que tengo a mi lado al pequeño Ángel, tengo que cogerlo. Y si me da la espalda, le mordisqueo la nuca para oír sus risas, provocadas por las cosquillas. Los dos tienen una mirada audaz e inteligente, buscando respuesta para todo. Si hay algo en lo que realmente son diferentes es la forma que tienen de pedir lo que necesitan. Irene ya se sabe expresar perfectamente y mantiene conversaciones bastante complicadas. En cambio, Ángel, como bebé que es, pide con voces todavía incomprensibles, gestos de las manos y alguna palabra suelta que ya empieza a manejar.


Lo tengo muy claro. Me falta tiempo para hacer lo que hacía antes de que nacieran. Pero no me importa. Ver crecer a mis hijos y ayudarles a madurar es una experiencia irrepetible y única, que se puede disfrutar como pocas cosas en este mundo. Me siento muy afortunado de poder estar con ellos, al lado de mi mujer, y transmitirles todo el cariño que puedo, de presenciar sus cambios y asistir a sus avances.

lunes, 19 de agosto de 2013

La cruda realidad del libro electrónico

La cruda realidad es que el libro electrónico no resiste tan bien como el libro de papel las experiencias a las que le somete el lector de verano. Muchas son las personas que disponen de más tiempo ocioso en esta época del año y aprovechan para leerse unos cuantos libros. Cada vez es más frecuente que, precisamente por estas circunstancias y para mayor comodidad, la gente tienda a utilizar dispositivos electrónicos para leer. De este modo no tienen que elegir qué libros meter en la maleta, no tienen que cargar con ellos y pueden tenderse en la toalla o en la hamaca como quieran, pues son bastante livianos.

Pero luego llega el momento de la verdad. La esperanza de vida de un libro en verano se reduce drásticamente, debido a los innumerables riesgos que surgen, derivados de ese afán de reposo y desidia a que nos conducen las vacaciones. Porque, si una ola arrasa nuestra toalla o tropezamos con el borde de la piscina y nos caemos, se nos moja el libro. Cuando es de papel, no pasa nada; lo dejas secar y quizá se estropee un poco, se le arruguen las hojas y nos dé un poco de rabia si le teníamos cariño. Pero a un libro electrónico no hay quien lo salve del chapuzón.

Bromas aparte, sea cual sea la estación del año, tal como se fabrican hoy en día los aparatos que compramos, resulta innegable que el usuario de estos dispositivos tienen un inconveniente principal: ¡son electrónicos! Lamentablemente, la calidad de algunos aparatos deja mucho que desear. Que un libro se moje o se manche, puede molestarte, pero lo que debe ser realmente fastidioso es que, mientras estás leyendo, de pronto no puedas pasar la página y resulte imposible continuar con la lectura porque el cacharro se ha bloqueado. Es como si al volver la página (de papel), la encontraras en blanco por un fallo de imprenta. ¿Hay algo más odioso que una máquina que no hace lo que tiene que hacer? Una lavadora que no lava, un lavavajillas que no friega, un microondas que no calienta, un libro electrónico que no se puede leer...

Hace unos días, estuve en una de mis librerías favoritas, Second Hand Book Shop, en Torremolinos, que, por cierto, recomiendo visitar. Tienen todo tipo de libros en varios idiomas, sobre todo en inglés y español, y rara es la ocasión en la que no termino llevándome alguno, pues se pueden conseguir títulos interesantes en muy buen estado y a un precio muy razonable, dos o tres veces por debajo de su valor original. 


Mientras hacía mi búsqueda por las estanterías, entró una señora que quería comprar varios libros porque le había fallado el libro electrónico que se había comprado tan solo hacía un año. Explicó que se atascaba mientras leía y era imposible avanzar. Así que no había podido terminar de leer dos libros que había empezado. Lo primero que pensamos tanto la librera como yo es que eso no te pasa con un libro de papel. 

Hablando después con la librera, me confesó que no era el primer caso. Ya habían acudido otras personas con problemas idénticos o similares: el libro no va ni para adelante ni para atrás, ni para arriba ni para abajo, ha recibido un golpe, me he sentado encima, se me ha caído a la piscina. Le expresé mi opinión: que los libros de papel tienen los días contados, aunque no creo que ocurra rápidamente. Y que los libros electrónicos deben tener otra misión y ser diseñados con un grado de interacción superior, adecuado a las aptitudes de los aparatos que los almacenan (es lo que está intentando ITE Editorial con sus nuevos proyectos). A ella le daba mucha pena, después de tantos años dedicados a la librería (la abrieron en 1971), que este negocio decayera frente a otros canales. Pero no podemos cerrar los ojos ante lo que el público está pidiendo. El tiempo lo dirá, pero bastará con que las editoriales encaucen este tipo de mercado y garanticen los beneficios, como hacen ahora con los libros tradicionales.