Era 4 de julio. Un día festivo, auténticamente estadounidense. Pero nosotros ni nos enteramos, porque llegamos a Nueva York de madrugada.
Salimos esa mañana de Sevilla en AVE hacia Madrid y nos desplazamos al aeropuerto, a la lejana y novísima Terminal 4. Como llegamos con tiempo, los empleados de British Airways nos atendieron con calma y sin prisas. Facturamos nuestra única maleta, una grande y roja de treinta kilos que no pasaba desapercibida. No la recogeríamos hasta llegar a Nueva York, aunque hacíamos transbordo en Londres.
La magnífica conexión aérea de Londres resultó ser más que fastidiosa. ¿Por qué ajustan tanto las conexiones los operadores de paquetes de viajes? Nuestro vuelo desde Madrid se retrasó un poco y estuvimos a punto de perder el vuelo a Nueva York. Tuvimos que correr, mal informados (nadie nos indicó qué debíamos hacer), saltarnos a la torera al vigilante de los arcos detectores para no hacer la larga cola, tomar el primer autobús desde una terminal a otra de Heathrow y seguir corriendo como gamos, con mochilas encima, hacia la puerta de embarque. Afortunadamente, el vuelo a Nueva York salía con retraso y habían avisado de que unos cuantos pasajeros llegábamos tarde.
A continuación, ya a bordo, nos esperaba un vuelo de más de seis horas en el que intentamos dormir, leer y ver alguna de las películas que emitían (las traducciones eran en versión mexicana, pero bueno...).
Llegamos a Nueva York una hora más tarde de lo previsto. Tuvimos que esperar una hora en inmigración hasta que pasamos los controles (sin problemas y ante un simpático agente de inmigración, todo hay que decirlo). Allí es donde te toman las huellas dactilares y te hacen una fotografía. Te fichan completamente.
Pero en la cinta de equipajes no estaba nuestra maleta... ¿Casualidad? ¿Gafe? No, es que cada vez se trabaja peor. Ya no puedes fiarte ni del rigor británico. De hecho, la historia se repetiría a nuestro regreso. Como las conexiones eran tan ajustadas y había que desplazar el equipaje entre terminales en Heathrow, no les daba tiempo a hacerlo y generalmente las maletas se quedaban en Londres, esperando el próximo vuelo. Tanto es así que el personal de tierra nos informó de que nuestra maleta era, en efecto, una de las que se había quedado en Londres. Ya lo sabían.
Salimos a poner la correspondiente reclamación (el llamado Property Irregularity Report) y nos aseguraron que tendríamos la maleta en poco tiempo. ¡Qué ingenuos! Estábamos a tantos kilómetros de Europa...
Lo peor de todo (lo de la maleta, vista nuestra experiencia en Cuba y Berlín, ya casi nos lo esperábamos y llevábamos varias mudas en el equipaje de mano) fue la actitud de la persona que venía a recogernos. El hombre estaba cansado y llevaba varias horas esperando para llevarnos al hotel. Quería marcharse sin esperar a que arreglásemos lo de la maleta. Pero con buenas palabras le convencimos. ¿Qué culpa teníamos nosotros de su espera, de las demoras en los vuelos? Nosotros habíamos pagado aquel desplazamiento a la ciudad y no podía irse.
Hacia la una de la madrugada, después de pasar por calles desiertas (la gente se había recogido tras el día festivo), llegamos al hotel. Y como estaba en la calle 46, pegadito a Times Square, salimos a dar un paseo, entre carteles luminosos, sin apenas tráfico ni viandantes. La primera experiencia fue extraña, incluso algo decepcionante. Nueva York vacía. Su punto más tumultuoso, vacío. Pero locales como el McDonald's o el Starbuck's estaban abiertos, así que tomamos un refrigerio antes de irnos a la cama.
La larga noche se hizo muy corta. Con el cambio de horas y las cabezadas que habíamos echado en el avión en seguida estuvimos despiertos. Vimos Nueva York a las siete de la mañana, y ya estaba llena de transeúntes. De hecho, debido a su situación geográfica, amanecía sobre las cinco y anochecía casi tan tarde como en España, así que los días eran larguísimos. Había que echar bien las persianas por la noche para que el resplandor no molestara mientras dormías.
Por otra parte, el Hotel Paramount estaba muy bien. Las habitaciones eran pequeñas, pero estaban decoradas con mucho encanto, todas de blanco y con un enorme cuadro en la cabecera de la cama representando alguna pintura del genial Vermeer.
El vestíbulo, en cambio, era enorme. Creo que en algún momento fue un teatro o una sala de espectáculos. Y el personal, amabilísimo, nos ayudaba en todo con mucho interés. A esto había que sumar que se encontraba en la calle 46, justo al lado de Times Square. En la siguiente fotografía podéis comprobar que, desde las inmediaciones del hotel, se podía vislumbrar dicho lugar.
Como ese día teníamos incluida la visita panorámica por la ciudad en autobús, no nos alejamos mucho del hotel. Paseamos hacia el sur por la Octava Avenida, después de desayunar en un bar típico de la Séptima, y luego volvimos al Hotel Milford Plaza, cercano al nuestro. Allí, justo cuando comenzaba a llover, nos recogía el guía para la excursión, que resultó muy interesante y fundamental para conocer rápidamente la ciudad, ya que recorrimos la Gran Manzana desde el Harlem hasta el Downtown, bajando por la Quinta Avenida.
Durante el trayecto, vimos entre la niebla y bajo la lluvia, entre otras cosas, el Flatiron Building (en la foto) y el Empire State Building y nos asomamos a la bahía desde Battery Park para contemplar la Estatua de la Libertad y la Isla de Ellis.
Esa misma mañana tuvimos nuestro primer encuentro con una de las numerosas y simpáticas ardillas que pueblan los parques de Nueva York. Al término de la excursión, decidimos quedarnos en Downtown para pasear por los alrededores de Wall Street, visitar la Trinity Church y su cementerio, la iglesia de San Pablo, la Bowling Green donde reposa el famoso toro de la Bolsa, y la Zona Cero (bajamos tres de las seis plantas de sótano en el sitio donde se levantaban las torres gemelas y donde ya han reabierto una estación de metro que comunica con New Jersey). Comimos en uno de esos famosos Delis que abundan por la ciudad (éste tenía incluso una planta superior con mesas).
Terminamos la tarde aventurándonos a recorrer el puente de Brooklyn, desde el cual hay vistas maravillosas tanto de Brooklyn como de Manhattan y también del East River y el puente de Manhattan.
La caminata por Brooklyn Heights resultó mucho más entretenida de lo que podíamos esperar. Recorrimos esas calles, llenas de mansiones, el centro neurálgico de Brooklyn (si puede llamarse así, pues hay otras zonas residenciales igual de importantes junto a Prospect Park). Si ya nos había llamado la atención TriBeCa (el Triángulo bajo Canal Street, en Manhattan), más nos gustó este tranquilo barrio. Estuvimos mirando precios y una de estas casitas podía costar tan sólo 750.000 dólares. Total, al cambio... Psssh.
Antes de volver en el metro (aquí lo llaman Subway), nos detuvimos a contemplar las vistas desde el Brooklyn Promenade. Pero ya no teníamos fuerzas para acercarnos al River Cafe, junto a los pilares del puente. Eso quedaría como uno de los pretextos para regresar a Nueva York más adelante. Al final del día, ni rastro de la maleta.
Los días que siguieron antes de emprender el circuito por Canadá, 6 y 7 de julio, fueron muy intensos. Nos dimos nuestras buenas caminatas por todo Manhattan.
El jueves recorrimos Midtown, empezando por Rockefeller Center, la Quinta Avenida y alrededores. Como seguíamos sin maleta y, por tanto, sin ropa, aprovechamos para ir de compras. Naturalmente, dejamos Cartier, Tiffany's, Prada, etc, para meras visitas. Las compras las hicimos en Levi's. Pero, en general, es muy recomendable dedicar un rato a las tiendas y visitarlas como si fueran museos. Esto ocurre también con Disney y Toys'R'Us (que tiene una noria en funcionamiento dentro).
En cuanto a edificios, destacaría nuestra primera visión del Chrysler Building, sin duda el más hermoso, y el Citicorp Building, cuya cima es oblicua y cuya base queda soportada por cuatro espectaculares pilares nada más. La arquitectura puesta a prueba.
Tras visitar la juguetería FAO Schwartz, donde Tom Hanks hizo su baile musical sobre el gigantesco teclado de piano en el suelo (aún hay uno expuesto y utilizable), bajamos por Park Avenue y tomamos el metro hacia el SoHo y Greenwich Village, dos zonas bohemias y muy plácidas por las que es obligatorio pasear... y a las que hay que volver.
Al día siguiente, continuamos en Midtown, pero en lugar de subir hacia el norte, nos dirigimos al sur, hacia el Empire State Building, el Madison Square Garden y Herald Square. Merece la pena seguir bajando hasta Washington Square, donde se levanta el Flatiron Building, y Union Square, donde se instala un mercadillo de verduras, plantas y frutas. Allí cerca encontraréis un restaurante vegetariano muy recomendable, el Zen Palate.
Volvemos por South Park Avenue, pasando por la Gran Central Terminal, un edificio magnífico y enorme, majestuoso e impresionante. Desde allí, las vistas del Chrysler Building ya son apabullantes.
La calle 42 nos lleva hasta la Biblioteca Pública, tan famosa por todas esas películas que la han aprovechado, y un poco más allá, Times Square, de nuevo. Por la tarde nos espera el Museo de Historia Natural, con sus dinosaurios. Es viernes y los viernes la entrada es gratis a partir de las cinco. Bueno, en realidad basta con dar un pequeño donativo. El problema es que sólo tienes tres cuartos de hora para la visita, pero al menos vemos unos cuantos fósiles.
Aunque a esas horas ya estaría cerrado, intentamos ir al MET (el Museo Metropolitano) cruzando Central Park. Pero atravesamos las Ramblas, un área boscosa y llena de senderos donde nos extraviamos. Es decir, sabemos a donde vamos, pero todo es tan frondoso y retorcido que resulta imposible llegar al otro flanco (a unos 800 metros) en menos tiempo. Antes de salir del parque, vemos a Alicia con el Conejo Blanco y el Sombrerero Loco.
Para terminar el día, cogemos un taxi y le decimos que nos deje en el Empire State Building. Aún es de día y queda tiempo para que anochezca. Queremos subir a la cima del rascacielos y ver el atardecer desde arriba. Las vistas desde allí son tan espectaculares de día como de noche. Para no pagar la entrada dos veces, basta con acercarse al ocaso.
El 14 de julio, después de varias horas de autobús y tras una semana por Canadá, necesitábamos despejarnos, así que dimos un paseo por Midtown. A la espalda de la Biblioteca Pública está el Bryant Park, unos jardines con mucho encanto desde los que pueden verse entre otros edificios el Bryan Park Hotel, de fachada oscura y ornamentación dorada.
Nuestra caminata nos lleva hasta veinte calles más abajo (más al sur), donde se encuentra el barrio de Chelsea, lleno de calles arboladas con acacias y casas elegantes que denotan el claro ambiente residencial y pudiente de esta zona. También hay espacio para los artistas, que tienen exposiciones permanentes de sus obras. Uno de estos lugares, antiguamente frecuentado por artistas e intelectuales (como Arthur C. Clarke) es el Chelsea Hotel.
Nuestros últimos pasos antes de volver al hotel nos conducen hasta el Empire Diner, uno de los restaurantes típicamente estadounidenses más célebres de la ciudad. El exterior es cromado, con una confortable terraza y velador. Pero nos fuimos dentro, para deleitarnos con la suculenta hamburguesa de cordero mientras escuchábamos la música del piano en directo.
Al día siguiente, utilizando el metro, nos desplazamos hasta el SoHo (South of Houston Street), un barrio donde se ha reutilizado muchos almacenes convirtiéndolos en edificios de apartamentos, los conocidos lofts, antes tan rentables y ahora tan caros, como todo lo que se pone de moda y sufre demanda.
Siguiendo hacia el sur, igual que hacía Bruce Willis en su huida en 16 blocks, nos adentramos en Chinatown. Canal Street es una calle llena de gente y comercios donde se vende toda clase de falsificaciones, algunas de calidad, imitando a las grandes marcas: relojes, bolsos, joyas... Algunas compras merecen la pena. Pero el ambiente puramente chino está más al sur, en calles como Mott y Perl.
Perl Street
Todos los rótulos y los carteles aparecen en chino, incluso los de los McDonald's. Hasta Confucio tiene su lugar aquí, en forma de escultura en Chatham Square.
Chatham Square y Municipal Building detrás
Si vamos hacia el norte, encontramos Little Italy, con restaurantes italianos de excelente calidad, aunque sus dueños son casi siempre chinos. Los chinos se van expandiendo hacia el norte y, de hecho, la comunidad italiana se ha ido desplazando a otros barrios.
Mulberry Street, Little Italy
Tras probar uno de estos restaurantes, terminamos subiendo por el Bowery hasta Cooper Square para tomar el metro y descansar un rato en el hotel. Empiezan los días más calurosos de nuestra estancia y el calor junto con la humedad nos fatigan más de lo habitual.
La tarde del sábado volvía a quedar dedicada a los paseos por Midtown. Subimos desde la calle 46, donde estaba el hotel, por la Quinta Avenida, visitando tiendas y almacenes como los de Disney, para recorrer el sur de Central Park. Es recomendable visitar este parque en su totalidad, aunque sea a trozos, como hicimos nosotros.
Teníamos clara nuestra excursión del domingo, pero nos salió mal porque casi todos los turistas opinaban como nosotros y las colas para entrar en la iglesia baptista más visitada de Harlem nos impidieron entrar a tiempo para ver los coros y los cánticos durante los oficios. Pero visitar Harlem bien merecía la pena y vimos el ambiente que rodeaba a las iglesias, con mujeres y hombres tan emperifollados.
Teatro Apollo en la calle 126, Harlem
Emprendimos un paseo hacia el sur, pasando por las calles y avenidas más importantes de Harlem, hasta que paramos en un diner donde servían el típico brunch (breakfast-lunch), un almuerzo rápido. El descanso nos sentó bien y pudimos continuar, volviendo a atravesar Central Park, esta vez por el norte.
Las actividades dominicales en el parque eran típicamente yanquis. Pasamos junto a una piscina rebosante de gente. Cruzamos North Meadow, donde se entrenaban y jugaban al béisbol distintos equipos uniformados. Y llegamos hasta Jackie Onassis Reservoir, un enorme lago cercado con alambrada alrededor del cual suele correr la gente haciendo ejercicio (ha salido en multitud de películas).
A continuación, decidimos ir al sur, hasta Dowtown. Nos apeamos del metro en Wall Street y descubrimos esas calles antiguas donde, entre rascacielos, aún pueden encontrarse algunos edificios bajitos históricos. Durante la semana esta zona zozobra de actividad. En domingo, queda desierta y triste, aunque se puede encontrar algún que otro bar interesante.
Nuestra intención al volver aquí era tomar el transbordador de Staten Island, que es gratis. En una hora se va y se vuelve y las vistas del sur de Manhattan y de Liberty Island son espectaculares. También permite apreciar la envergadura del magnífico puente Verrazzano, que une Queens y Brooklyn con Staten Island.
Downtown desde el transbordador a Staten Island
Liberty Island
Pero lo mejor de la jornada estaba por llegar. Se trataba de una experiencia que recomiendo a todo el mundo: ver Nueva York desde el cielo. Ni cortos ni perezosos nos fuimos al helipuerto de los muelles y contratamos el vuelo de quince minutos. Es una experiencia increíble. Sobre todo si acudes al crepúsculo, cuando el sol dora toda la ciudad.
Vista aérea de Manhattan desde el helicóptero
Nuestro domingo terminó con una cena en Jekyll & Hyde, un restaurante que es propiedad de Steven Spielberg, ubicado en la Sexta Avenida, cerca de Central Park. Es una especie de parque temático en el que, mientras comes, te sorprenden con actuaciones fantasmagóricas. Resulta simpático, pero no es especialmente llamativo.
Luces nocturnas de Times Square
Empezamos el lunes 17 de julio con ganas de emprender una excursión. El metro, después de una hora, nos llevó al sur de Brooklyn, hasta la famosa Coney Island que todos recordaréis por su parque de atracciones. Hay otros dos puntos de supuesto interés.
Coney Island
La amplia playa con el ancho paseo de tablas de madera, en la que pensábamos bañarnos (hacía muchísimo calor) hasta que vimos lo sucio que estaba todo; de hecho, cuando llegamos el personal de emergencias estaba llevando en camilla a una chica que se había cortado el pie con un cristal; cristales rotos había por todas partes.
El otro punto era el Original Nathan's Famous, un restaurante que en su día empezó como un puestecito de perritos calientes que ha prosperado hasta transformarse en una vasta cadena; pero, vamos, que los perritos son salchichas con sabor a salchichas y poco más.
De vuelta a Manhattan hicimos una parada junto a Prospect Park, otro parque de grandes dimensiones, éste en Brooklyn. Aunque se presume de la belleza del mismo en comparación con Central Park, yo prefiero Central Park. Al igual que ocurre en Manhattan, alrededor del parque se han establecido barrios residenciales de lujo, con mansiones elegantes y ostentosas.
Por la tarde, tras un breve paseo por Delancey Street, junto al puente de Williambsburg, descubrimos algunos rincones de Greenwich Village, cuyo ambiente nos sigue llamando la atención. Parte de este inmenso barrio sirve de lugar de esparcimiento y residencia a la comunidad homosexual, que distinguen sus locales con los colores del arco iris.
Terminamos la noche cenando en el Birdland, un club de jazz cercano a nuestro hotel donde disfrutas de buena música y grandes voces mientras tomas tranquilamente un buen plato o una copa.
Como amanece con el mismo calor del lunes, el martes decidimos visitar el MET y seguir haciendo un uso intensivo de los transportes públicos, porque en la calle la humedad es sofocante y apenas caminas unas manzanas ya estás agotado.
Vestíbulo del MET
El Museo Metropolitano de Arte se encuentra en Central Park, en la continuación de la Quinta Avenida (la Milla de los Museos) y por dentro es enorme e inabarcable. Recuerda al Louvre de París. Con la diferencia de que los yanquis, con su habitual petulancia, han comprado y desplazado tesoros de otras tierras (Europa, Asia, etc.) hasta el museo para exhibirlos ante sus visitantes. Así se pueden ver salas y cámaras renacentistas reconstruidas pieza a pieza, templos egipcios como el de Dendur traídos tras la construcción de la presa de Asuán, montones de armaduras de todo tipo... Alucinante.
Patio en el ala de costumbres estadounidenses del MET
Las alas dedicadas a la pintura también son fascinantes, con obras muy importantes en la colección. La única solución es ir viendo lo más importante del museo, pues no da tiempo a detenerse mucho si no quieres pasar la semana entera dentro.
Tras salir del museo, bajamos a Midtown para seguir paseando y cenamos en un restaurante asiático de Broadway, barato y sabroso.
Al día siguiente, el calor ya no era tan insoportable. Pasamos junto al Chrysler Building, camino de los edificios de la ONU. Antes pasamos por Tudor City, un rincón maravilloso, de arquitectura singular y ubicado a nivel superior que la orilla de la Primera Avenida.
Cuando llegamos a la ONU ya había concluido el horario de visitas, pero tampoco nos atraía mucho su interior, aún menos en estos días en que debe andar revuelto a causa del conflicto en Líbano.
En lo que queda de tarde nos animamos a dar otro paseo por Central Park. No nos cansábamos de los paseos por Midtown o cualquier otra zona, pues siempre se descubrían nuevos secretos. Pasamos por el zoológico del parque, donde se celebraba alguna fiesta privada, junto a la piscina de las focas; alimentamos a las dóciles ardillas neoyorquinas, y caminamos hasta el Belvedere Castle, con unas vistas excelentes, y la Aguja de Cleopatra, ese obelisco regalado a Estados Unidos hace décadas por Egipto.
La cena fue en Broadway, entre teatros, en un famoso restaurante llamado Ellene's Stardust Diner, donde, mientras cenas, los camareros que sirven a la clientela cantan incesantemente. Todo el ambiente y la música rememora la época de los sesenta, setenta y ochenta.
El último día, jueves 20 de julio, lo dedicamos a compras. Vamos de nuevo hasta Chinatown, paseamos por Little Italy y el SoHo, encontrando tiendas de lo más extrañas, y repetimos almuerzo en un restaurante judío de la calle 47 (el Distrito de los Diamantes). Así íbamos preparando el estómago a la comida mediterránea que tanto nos gusta. A las cuatro de la tarde nos recogían en el hotel y comenzaba el largo regreso a casa, a donde llegaríamos después de volver a perder la maleta (la recuperamos el sábado en Sevilla) y tras más de treinta horas de viaje en total, casi sin dormir. Por eso tardamos una semana en recuperarnos.
Consejos:
Puede resultar un viaje caro. Pero hay que tener en cuenta la duración, las fechas, el hotel elegido (en realidad, el que nos tocó)... Nosotros hemos estado nueve días completos en Nueva York y siete de circuito por Canadá. Nuestro hotel, el Paramount, es uno de los más caros que ofrecía el operador (habíamos elegido el Roosevelt, que está muy bien, pero no había plazas y nos lo dijeron después de confirmar la reserva; sí, así funcionan los mayoristas). Sin embargo, nos encantó el estilo del hotel y, sobre todo, la localización, junto a Times Square. Tenías muchas opciones para divertirte a todas horas, los teatros, multitud de restaurantes, los sitios importantes muy cerca y los dos nudos principales de metro a poca distancia (uno en Times Square y otro en Grand Central Terminal, cerca del Hotel Roosevelt).
Creo que puedes encontrar una estancia de una semana en Nueva York por unos 1500 a 2000 euros por persona. Quizás menos, pero merece la pena un hotel bien situado (luego ganas en tiempo para todo).
En cuanto a los gastos una vez allí, puedo decir que gastamos menos de lo que esperaba. Voy comentando punto por punto:
El dinero.
Sugiero llevar dólares desde España o pagar allí con tarjeta (Mastercard o Visa). Algo de dinero en metálico se necesita de todas formas, para pequeñas compras (helados, puestos callejeros y el regateo en Chinatown, por ejemplo).
En cambio, debe evitarse cambiar dinero allí en un banco. Nosotros tuvimos que cambiar 100 euros y en ningún banco ni oficina de cambio encontramos una cuota que igualara los cambios conseguidos en España o en los pagos con tarjeta. Añado que se puede pagar con tarjeta en casi todas partes y es muy cómodo.
El transporte.
Lo más recomendable es el metro. El taxi no es caro, pero lo relegaría a trayectos pequeños, en particular por el tráfico, que en determinadas horas es intenso. Nosotros bajamos por la Quinta Avenida desde el MET hasta el Empire State Building por unos diez dólares y luego volvimos desde el rascacielos (calle 34) al hotel (calle 46) por unos cinco. Es ideal si tienes prisa o no tienes cerca una boca de metro.
Los autobuses te sirven para enlazar entre bocas de metro o llegar a puntos donde no hay estaciones. Pero también depende del tráfico y hacen muchas paradas. No obstante, son cómodos (salvo si van repletos). Las líneas suelen estar numeradas con el número de la calle que recorren principalmente. Lo mejor es hacerse con un mapa de rutas. Recomiendo coger algún autobús para pasear por zonas que a lo mejor no visitarías a pie o para hacer una especie de "tour" por la ciudad, cambiando de una línea a otra. Se puede hacer transbordo con el mismo "ticket" durante dos horas.
Manhattan es enorme, más grande de lo que parece. Las líneas de metro están muy bien, pero pronto te das cuenta de que no hay suficientes bocas de metro. Es decir, tienes que andar para llegar a ciertos sitios. No obstante, sirven perfectamente para las visitas de un turista. Las líneas se cruzan (casi todas en Midtown, en torno a la calle 42) y te llevan casi tan lejos como quieras (como Coney Island, a una hora de Manhattan). En definitiva, el metro es fundamental para el viajero.
Hay dos posibilidades, en función de lo que se vaya a hacer. Comprar una Metrocard y actualizarla con abonos de seis viajes al precio de cinco, que son diez dólares (atención: los fines de semana no hay descuentos de este tipo; nosotros nos enteramos tarde). Funciona como cualquier bono de transportes, como los que hay en Madrid o Barcelona.
La otra opción es comprar un pase de un día completo. Es unipersonal (no puedes pasarla más de una vez por la misma estación) y vale 7 dólares. Si haces cuatro viajes, ya la has amortizado. Y viene muy bien para no agotarte demasiado andando o si tienes que ir a sitios muy distantes en un mismo día.
La comida.
Nosotros hemos probado casi de todo (con excepción de los restaurantes de lujo). Puedes comer en un restaurante de comida rápida (como los McDonald's), cuyos precios se corresponden con los nuestros.
Puedes comer en un Deli, un sitio de esos que abundan donde compras la comida que quieres echándola en un recipiente y la pagas al peso; algunos Deli's tienen incluso mesas para sentarse tranquilamente. La ventaja es la rapidez, pues comes sobre la marcha, sin esperar a nadie. El inconveniente es que puedes comer por poco más mucho mejor.
La opción más recomendable es buscar un restaurante donde te puedas sentar y, al tiempo que comes, descansar, que siempre viene bien. Hay tanta oferta que no cuesta encontrar uno a buen precio. Dos personas pueden comer en cantidad por, a lo sumo, unos 30 dólares (quizás menos), incluso menos si no se piden bebidas (si no se piden bebidas, por defecto te sirven agua del grifo, y esto lo hace casi todo el mundo).
Están los restaurantes típicos estadounidenses, Steakhouses y Diners (hay algunos que merece la pena visitar, como el Empire Diner en Chelsea y el Stardust de Broadway, en el que cantan los camareros).
También hay buenos restaurantes asiáticos (es mejor buscarlos en Midtown que en Chinatown) e italianos (sin necesidad de ir a Little Italy, aunque en este barrio están muy bien). Y está la comida kosher, la comida judía, muy parecida a la mediterránea. Encontramos un restaurante muy económico y muy bien atendido en la calle 47, entre las joyerías, en el que repetimos de tanto que nos gustó.
Los precios suben en casos como los siguientes:
- Comes en Planet Hollywood (un capricho que suele ascender hasta los 50 dólares más o menos).
- Comes en un lugar con espectáculo (hay entrada a parte o la propina es mayor). Nosotros fuimos al Stardust; los precios de los platos son normales pero la propina era del 18%, superior a lo habitual. También fuimos al Birdland, para escuchar jazz y música en directo; pagabas diez dólares por entrar y tenías que consumir otros diez dólares como mínimo, pero merece la pena. Los artistas son tan buenos que resulta hasta barato. Mientras comes, escuchas a los cantantes el tiempo que quieras.
- Comes en un lugar especial, como el restaurante giratorio de Niágara o el del Marriot de Manhattan. Los precios empiezan a dispararse.
Restaurantes recomendados:
- Zen Palate, vegetariano oriental a buen precio. Había uno en una de las esquinas de Union Square, pero lo han cerrado (qué pena). Los otros dos están en el distrito financiero (104 John Street) y en distrito de los teatros (663 Novena Avenida con Calle 46).
- Birdland, restaurante para cenas musicales, muy americanas y románticas. A unas manzanas de Times Square, en 315 West 44th Street, entre la Octava y la Novena Avenida. No es caro si tienes en cuenta que puedes cenar algo mientras ves actuaciones musicales a la americana.
- Taam Tov, restaurante judío en 41 West 47th Street (Distrito de los Diamantes), en el tramo repleto de joyerías. Comida a buen precio y mediterránea, exquisita. Está escondido entre dos tiendas y se sube a un tercer piso por unas escaleras.
- Empire Diner en 210 Décima Avenida con Calle 22, barrio de Chelsea. Típico restaurante americano. No es barato, pero te sentirás en Estados Unidos y allí probamos la mejor hamburguesa.
- Ellen’s Stardust Dinner, en 1650 Broadway. Mientras cenas, los camareros cantan (la propina es mayor de lo habitual precisamente por eso). Todo un espectáculo.
La propina.
Es casi obligatoria. Te la puedes saltar, pero es una institución y muchos camareros basan su salario en la propina. Más o menos, basta con multiplicar por dos la parte de impuestos que aparezca en el recibo. Hay que mirar siempre las facturas, porque en algunos locales se incluye y no hay que darla a parte. Así que pedid siempre el recibo y miradlo bien. Como ya he comentado antes, hay locales en los que la propina (gratuity) es mayor, posiblemente porque haya algún tipo de actuación.
Otros caprichos.
A quien vaya a Nueva York le recomiendo que ahorre para darse el gustazo de un vuelo en helicóptero sobre Nueva York. El viaje de quince minutos vale en total unos 115 dólares por persona. ¡Merece la pena!
2 comentarios:
Awesome!
La verdad que es una de las mejores ciudades del mundo, cada año nuevo que voy de visita me sorprendo cada vez más.
dejo de lado los lugares turisticos para conocerla más en profundidad.
pudiste conocer algún restaurante de comida mexicana ?
Alguno Peruano?
me gustaría poder encontrar sitios gastronomicos ocultos en la gran manzana.
Saludos
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