lunes, 10 de octubre de 2005

Ladrones de Atlántida: Presentación en Madrid

El próximo viernes 17 de febrero, a las 19:30, se presentará la novela en la Casa del Libro (Gran Vía, 29). Intervendrá como presentador D. José Luis Rodríguez Villasante, Director del Centro de Estudios Humanitarios de la Cruz Roja Española.

¡Os espero, amigos!

viernes, 1 de julio de 2005

Viajes: Aventuras en el Pirineo

Hace poco tuve ocasión de vivir una experiencia única junto a algunos amigos. Me pareció desde el principio que era digna de contarse y decidí convertirla en uno de los capítulos de la novela que estoy escribiendo en estos momentos.

El siguiente texto va dedicado a quienes se vieron implicados en el aparatoso accidente haciendo "rafting". He cambiado los nombres de aquellos personajes que se mencionan pero ellos mismos se reconocerán. El desenlace es algo diferente, para darle más dramatismo a la trama del libro. Naturalmente, se aceptan sugerencias que podrían desembocar en nuevas añadiduras.

"Hasta ese instante, todo había sido diversión. Las aguas fluían rápidas y bravas, últimas reminiscencias del deshielo, y el bote de goma, propulsado por la corriente, se revolvía en las crestas como una indefensa cáscara de nuez. A bordo, el monitor del grupo pilotaba desde la popa, marcando el rumbo mediante una pala de canoa que manejaba a modo de timón, y los ocho tripulantes se repartían sentados en ambas bandas, con un remo en las manos. Todos iban embutidos en ajustados trajes de neopreno y llevaban uno de los pies sujeto a las correas de seguridad para evitar zambullidas involuntarias.

La hermosa visión del paisaje les embargaba. La exuberante vegetación poblaba ambas riberas y los árboles que flanqueaban el caudaloso río proyectaban sombra sobre ellos. Había troncos muertos en las orillas, dejados allí por las últimas crecidas. Medraban las matas de florecillas silvestres y su fragancia, combinada con el peculiar olor a humedad del río, impregnaba el aire. En el horizonte, se recortaba el perfil de la sierra, omnipresente.

Aquello no tenía nada que ver con las reuniones de trabajo del día anterior. La dirección del departamento donde Óscar desempeñaba sus funciones había decidido congregar a todo el personal en las estribaciones de los Pirineos leridanos para celebrar una convención. Como parte del evento, se habían programado algunas actividades de ocio. Los más intrépidos se atrevieron con el descenso del río sobre una balsa neumática.

Cuando el curso se apaciguaba después de tramos casi intransitables, plagados de saltos tortuosos por los que se desbordaba, los nueve reían, bromeaban, contaban chistes o desafiaban con sano sarcasmo a los pasajeros de las otras lanchas y les atacaban con la única arma a su alcance, salpicándoles con frías ráfagas de agua para dificultarles el avance. Incluso se habían dado un baño, para saber cómo reaccionar ante una caída, dejándose llevar por la corriente con los pies por delante, o entonaban al unísono la parodia de alguna canción castrense para bogar al mismo ritmo. La navegación estaba resultando muy fácil.

Pero el prudente Óscar, que estaba en la proa con su compañero Alberto, afrontando cada embestida del oleaje que se formaba en los bruscos desniveles, presentía que algo no iba del todo bien. Aunque la experiencia le estaba gustando mucho, las instrucciones del monitor no le llegaban con claridad y le costaba oír su voz a través del ruido que ellos mismos producían con las chanzas y carcajadas. Para colmo, rara vez coordinaban adecuadamente los movimientos y cada cual remaba a su libre albedrío, por lo que las maniobras no se hacían de manera uniforme. A su juicio, el monitor estaba confiando demasiado en el equipo de novatos que formaban y cualquier despiste podía costarles un susto, porque aquel tramo del Noguera Pallaresa era escabroso y las aguas se volvían violentas.


Cuando el monitor atajó la cháchara para advertirles de la presencia de aquella enorme roca en medio del río, unos cincuenta metros más adelante, ya era tarde. La embarcación iba directamente hacia ella, arrastrada por la fuerte corriente, que la zarandeaba sin piedad. La sonrisa aún se dibujaba en los rostros de los ocho amigos, inconscientes del peligro, cuando empezaron a remar aplicando todas sus energías.

-¡Derecha, hacia delante! ¡Izquierda, hacia atrás! –exhortaba el monitor, guiando los movimientos de los remeros mientras brincaban sobre las olas.

Como no se desviaban lo más mínimo de la trayectoria que les llevaba hacia la terrible colisión, redoblaron el esfuerzo, hundiendo las palas y agitándolas con mayor brío. Pero, antes de que se dieran cuenta, habían llegado a la roca. A su izquierda se abría el estrecho paso, el único camino posible, donde las gélidas aguas formaban una cascada. En los flancos, las márgenes eran pedregosas e infranqueables para la embarcación. El monitor acababa de explicarles que aquella zona era la menos apropiada para sufrir una caída. Óscar no quiso preguntarle por qué.

Ni siquiera tuvieron tiempo de intentar orientar el peso de sus cuerpos para mantenerse a flote. El bote chocó a toda velocidad contra la piedra, que se elevaba metro y medio sobre la superficie del torrente. Todos pensaban que el impulso de la corriente les empujaría hacia el salto, abandonando el obstáculo que había interrumpido la carrera. Pero el agua se estrellaba contra ellos con mucha fuerza y la embarcación se montó lentamente por el lado derecho sobre la piedra hasta ponerse casi en vertical sobre el río. Desde su posición en la proa y a estribor, en ese momento sobre la cima de la roca, Óscar, a punto de perder el equilibrio y desplomarse sobre Alberto, veía a éste con el casco que protegía su cabeza sumergido. Hasta entonces, todos aguantaban sin soltarse, pero no recuperaban la estabilidad.

Parecía que las cosas no podían ir peor cuando vieron llegar al grupo siguiente, que se acercaba vertiginosamente para sortear limpiamente el paso. No habían guardado suficiente distancia y ya les era imposible intentar alguna maniobra para esquivarles. En un abrir y cerrar de ojos, pasaron por encima, embistiendo a Alberto y Joaquín, que, por su posición en el bote, se encontraban más expuestos en aquellas dramáticas circunstancias. Ambos perdieron la sujeción y cayeron al agua.

Óscar tuvo tiempo de ver cómo los dos cuerpos reaparecían poco después, en un remolino, dejándose llevar río abajo, pero no podía saber si se habían hecho daño. Esperaba que los trajes de neopreno y los chalecos salvavidas les hubieran sido tan útiles como era predecible. En ese momento, la sacudida hizo volcar al bote que les había adelantado, arrojando a todos sus ocupantes entre chapoteos y algún estridente alarido. Lo que podía haber sido tan sólo un leve incidente se había complicado.

Al volver la atención hacia sus propios compañeros, no encontró al monitor. Éste había conseguido alcanzar la orilla agarrándose a unas ramas e intentaba enderezar la embarcación, pero con seis personas dentro, amedrentadas por lo embarazoso de aquel lance y asidas a la banda de goma para resistir el vaivén y no perder el equilibrio, era imposible. La expresión de extravío en su pálido semblante hacía palpable que estaba atemorizado por la posibilidad de un desenlace nefasto. Agachado, contemplaba pensativo a sus clientes, buscando una solución que garantizara su seguridad. Lamentablemente, lo único que se le ocurrió decir en medio de aquel aprieto fue:

-Esto es lo peor que nos podía haber pasado.

Sus palabras no eran muy alentadoras, aun menos para una panda de ejecutivos extenuados que jamás se la habían visto en una situación más adversa y que acababan de percatarse de que habían perdido a dos miembros del equipo. Se sentían impotentes ante el absurdo de que aquel medio hostil, incontrolable, les hubiera superado. Involuntariamente, alguien soltó una convulsa risotada. Pero, por lo demás, guardaban la calma.

Caer al agua en aquel instante era poner en peligro la vida debido a la posibilidad de golpearse con el lecho rocoso. En ese sentido, el abrumado Óscar se llevaba la peor parte, pues seguía apoyado sobre la gran piedra, sosteniéndose con dificultades de borda a borda en el extremo del bote.

-Nunca me había pasado esto –volvió a intervenir, manifestando en voz alta sus más íntimas cavilaciones y sembrando de nuevo la falta de tranquilidad entre los componentes de su maltrecho grupo-. ¡Bien, atentos! Muy despacio, vais a tratar de abandonar el bote y subir aquí conmigo, con sumo cuidado.

Los segundos que transcurrieron hasta que decidieron intentar el desembarco parecieron prolongarse indefinidamente. Poco a poco, fueron saltando al risco donde les esperaba el instructor y, a medida que perdía peso, el bote se fue moviendo buscando la horizontalidad. Pero, cuando sólo quedaban dos personas a bordo, el que estaba subiendo a tierra en ese momento patinó en el resbaladizo musgo, lo que provocó que la embarcación se moviera intensamente y Óscar se tambaleara. Pablo, que le precedía, se volvió valientemente tratando de ayudarle, pero no pudo hacer nada y, finalmente, ante la mirada desesperada de su amigo, el agua engulló a Óscar.

viernes, 24 de junio de 2005

Ladrones de Atlántida: Éxito en las primeras presentaciones

Las dos presentaciones realizadas, una en la Biblioteca Pública Municipal de Dos Hermanas el lunes 20 de junio y otra en "Casa del Libro" de Sevilla el martes 21 de junio, han resultando un rotundo éxito debido, sobre todo, a la extraordinaria acogida por parte del público y a la atención y el interés puesto por él. En ambos sitios se agotaron los ejemplares superando las expectativas y las cifras habituales.

El libro, tal como manifiestan quienes lo están leyendo, comentándolo públicamente en reuniones y presentaciones, está gustando mucho. También se demuestra que el título de la novela es muy llamativo. Además el tema atrae al lector. Atlántida sigue de moda.

En Sevilla, realizó la introducción el afamado escritor y periodista Francisco Correal, de forma muy amena y con mucho humor, manifestando haber disfrutado con la lectura. Cabe destacar que el presentador y el autor no se conocían en persona hasta que se sentaron a la mesa, frente al público, antes de la presentación. Es decir, que Correal fue, después de todo, muy objetivo.

Presentando el libro con Francisco Correal
Presentando la novela en Sevilla con Francisco Correal

Es importante señalar también que la difusión prosigue y los medios hacen eco del libro. He aquí la noticia en el Diario de Sevilla.

Debido a este éxito, se está organizando una firma en septiembre en "Casa del Libro", para que aquellos que no consiguieron su ejemplar puedan hacer que el autor se lo dedique, y otra presentación en Córdoba.

viernes, 3 de junio de 2005

Ladrones de Atlántida a la venta

Ya puedes encontrar en tu librería habitual la novela Ladrones de Atlántida, de José Angel Muriel González.

Texto de contraportada del libro: Cuando el joven egipcio Weni Imhotep desembarca en Manu, una isla legendaria en medio del Océano Atlántico, sólo es capaz de imaginar maravillas acerca de la civilización que la habita. No puede adivinar entonces las tribulaciones que tendrá que afrontar durante su accidentada estancia. Las circunstancias harán que finalmente, por gratitud y por amistad, se alíe con un singular grupo de ladrones. Al llegar, le embarga el entusiasmo por conocer la cultura nativa y disfrutar del esplendor y el bienestar que reinan en aquellas tierras, pero no tardará en vislumbrar su decadencia y en percatarse de que, como él mismo dice, "en todas partes crece la hierba de la controversia y medra la podredumbre". Incluso en la Atlántida.

En su primera novela, José Angel Muriel recupera el género de aventuras sumergiéndose en el mundo misterioso que pudo ser la Atlántida. La obra la sitúa en el contexto histórico de los primeros faraones de Egipto y plantea qué habría ocurrido si hace cinco mil años la hubieran visitado habitualmente expediciones comerciales del país del Nilo. De este modo, sobre una base documentada, surgen descarados retazos de fantasía donde se mezclan la mítica Atlántida de la que nos habló Platón en sus célebres Diálogos, los conflictos que quebraron la armonía que le daba fama y las repercusiones directas de todo esto sobre Egipto y el resto del mundo

Más información en la web oficial.

jueves, 14 de abril de 2005

Foros de literatura

Os recomiendo dos foros donde se puede hablar de todo tipo de literatura e intercambiar tu opinión sobre libros clásicos o de actualidad. Se trata de:

Inforol
y
Abretelibro

miércoles, 2 de febrero de 2005

Matemáticas: El último Teorema de Fermat

Circulan dos versiones acerca de los motivos que llevaron al industrial Paul Wolfskehl a instituir un premio de 10.000 marcos para quien demostrase el Teorema de Fermat (que afirma que no hay soluciones para la ecuación x^n + y^n = z^n, cuando n > 2). Según una de ellas, atribuida al matemático Alexander Ostrowski quien la contaba a título de "mera leyenda", el propio Wolfskehl se había dedicado febrilmente a la búsqueda de una demostración después de sufrir un desengaño amoroso: Wolfskehl "afirmaba deberle la vida a la teoría de números tanto como Arquímedes le debía la muerte a la geometría. Rechazado por la mujer de sus sueños, el temperamental Wolfskehl se sumergió en un estado de desesperación tal que sólo el suicidio parecía prometerle alivio" sin embargo "Wolfskehl no podía matarse sin más trámite, sino que debía arreglar sus asuntos y fijar una hora exacta para volarse la cabeza. Los asuntos tomaron menos tiempo del previsto y, con una pocas horas que matar antes de la hora de la ejecución, Wolfskehl entró en su biblioteca, se puso a hojear los libros de matemática y tropezó con el teorema de Fermat. Quedó tan atrapado tratando de demostrarlo, que olvidó su cita con la muerte. La contemplación de la matemática difícil, comprendió, era sin duda mucho más gratificante que el amor de una mujer difícil, así que con alivio volvió a la vida y estableció el premio, que quedó bastante desvalorizado tras la superinflación que siguió a la Gran Guerra.

En 1955, Yutaka Taniyama, uno de los matemáticos japoneses más brillantes de la posguerra, planteó una conjetura cuya demostración probaría a su vez el Teorema de Fermat. Taniyama no pudo avanzar más por el mismo camino ni probar su conjetura ya que tres años después de formularla, ya cómodamente instalado como profesor de matemáticas en la Universidad de Tokyo y poco tiempo antes de su boda, decidió, a la edad de 31 años, quitarse la vida. En una nota el matemático indicaba que él mismo no entendía muy bien por qué se suicidaba, que no era el resultado de ningún incidente particular o de algún problema concreto, "hasta ayer mismo no tenía ninguna intención de matarme". No obstante Taniyama describió en la misma carta con toda exactitud el punto en el que había dejado sus clases de Cálculo y de Álgebra Lineal en la universidad y se disculpaba con sus colegas por las molestias que pudiera ocasionarles con su muerte. La prometida de Taniyama se suicidó un mes después que él.

En 1994, Andrew Wiles demostró dicho teorema. No consiguió la Medalla Fields (el Nobel de las Matemáticas), pero consiguió el Premio Wolfskehl (devaluado a la, a pesar de todo, nada desdeñable cantidad de 50.000 dólares), el Premio Shock (de la Real Academia Sueca de Ciencias) y el premio Fermat de la Universidad Paul Sabatier entre otros. También la revista People lo incluyó en la lista de "las 25 personas más fascinantes del año" y la marca de ropa Gap le ofreció posar como modelo para su jeans".