lunes, 30 de mayo de 2011

Acogida calurosa en la Feria del Libro de Sevilla


Fue una jornada de mucho calor, un calor húmedo que no incitaba a pasear por la calle. Pero mi ciudad me brindó una de las acogidas más estupendas (más cálidas, valga la redundancia) que he tenido en una firma de ejemplares. Venciendo las inclemencias del tiempo, los bibliófilos caminaban por la Plaza Nueva y se detenían continuamente en la caseta de Librería La Nueva, interesándose por esos libros de portada tan llamativa que les recordaba lecturas de unos cuantos años atrás.

Tú decides la aventura es una colección que logra atraer la atención del público. Tal vez sean las fascinantes portadas, o el contraste con los rótulos del título y la banda amarilla y roja de la serie... Nunca se puede estar seguro, pero es un producto con éxito.

Por mi parte, disfruté de lo lindo conociendo a nuevos amigos, entre ellos a Pepe y Francisco, de Librería La Nueva, y conversando con los transeúntes que se paraban a curiosear o que estaban buscando el libro adecuado para regalárselo a un amigo, un sobrino, un nieto... Afortunadamente, parece que El talismán cósmico y La guarida de los monstruos seguirán en el mercado por mucho tiempo. Así sea.

jueves, 26 de mayo de 2011

Volvemos a la Feria del Libro de Sevilla


Cada nueva edición de la Feria del Libro de Sevilla nos trae nuevos escritores a los que podemos conocer o nos recuerda a otros que ya han pasado por la ciudad anteriormente. Como suele ocurrir en estos eventos, los autores locales también tenemos la oportunidad de participar.

A instancias de Librería La Nueva y Editorial Hidra, este año me podéis encontrar firmando ejemplares de mis libros El talismán cósmico y La guarida de los monstruos en la caseta 38, el sábado 28 de mayo entre las 12:00 y las 13:30. Si pasáis por allí, me encantará saludaros.

lunes, 16 de mayo de 2011

Reflexiones de un ser mundano: La contracción del tiempo que vivimos

El tiempo ya no me cunde. Desde hace unos meses, aunque me organice igual que siempre, es imposible que lleve a cabo lo que me propongo. Los días duran menos, está claro. ¿No os lo creéis? Yo tampoco me lo creía. Pero entonces me puse a contar los segundos y cuando llegué a sesenta, ¡hacía un rato que había terminado el minuto!

Debe de ser algo inherente a la edad. Conforme nos hacemos mayores, el tiempo se contrae, como si fuera el síntoma de una enfermedad crónica que va a peor. A menudo recuerdo lo largos que me parecían los días cuando era niño, todo lo que me daba tiempo a hacer en los veranos de mi adolescencia, en las tardes después de clase en la Universidad... Fue empezar a trabajar y todo cambió. Pero me entusiasmó tanto ese nuevo mundo que no me quise dar cuenta.

Sin embargo, ahora me gustaría poder desarrollar mi vida como lo hacía un año atrás, tan solo eso, y no soy capaz. ¿Qué es lo que falla? ¿Vivo más lentamente y no soy consciente de ello? ¿Cuánto durarán entonces las horas cuando duplique la edad que ahora tengo? ¿En eso consiste envejecer?

Me queda un consuelo. He aprendido que debemos disfrutar del presente, de vivir plenamente el día que tenemos por delante. Y eso es lo que intento. Al menos, aunque el tiempo se me escape de las manos, literalmente, gozaré de él todo lo que pueda.

lunes, 9 de mayo de 2011

Reflexiones de un ser mundano: La permanencia de la rutina


Si entras en mi casa, existe una probabilidad muy alta de que, justo tras cruzar el umbral de la puerta, encuentres al menos un libro a la vista. Seguramente estará sobre el mueble del vestíbulo donde guardamos los zapatos. De esta manera, siempre lo tengo a la mano cuando me marcho.

Es el libro que llevo conmigo para combatir la desidia de las colas, las esperas, todos los tiempos muertos que invaden nuestra existencia. Me gusta pensar cuando paseo y leer cuando estoy parado. Es así como siento que empleo mejor el tiempo que paso solo.

Nunca he soportado aguardar sin hacer nada. Es una situación que me pone muy nervioso y me hace sentir que estoy desperdiciando parte de mi vida. Necesito mantener la mente ocupada, haciendo una de las cosas que más me agrada: leer.

En cambio, el ejercicio de las piernas al caminar, provoca una extraña reactivación de las neuronas y me suele ocurrir que las ideas fluyen con más rapidez que si estuviera quieto. Debe de ser algo común. A menudo veo a otras personas que se mueven de aquí para allá mientras reflexionan o intentan llegar a conclusiones sobre algún asunto.

Por otra parte, esta circunstancia tan corriente, la del libro sobre el mueble de la entrada, forma parte de la rutina y de los hábitos que componen mi vida. Por tanto, no es casual. Es una pizca de orden dentro del desorden. Es, además, lo que demuestra que, aunque no alcance el ritmo de lectura que seguía hace unos años, continúo engullendo un libro tras otro, pues, al cabo de un tiempo, el libro ya no será el mismo: será más grande o más pequeño, de tapa dura o de tapa blanda, de portada colorida o más bien sobria, de piel o de cartoné... Pero, transcurrido un tiempo, un libro reemplazará a otro en el mismo sitio.

Detalles tan minúsculos como este dan forma a la intimidad de mi ser, esa parte de mí que sobrevive más allá de la compañía que me proporciona mi querida familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo, mis vecinos, la gente con la que coincido en la frutería o con la que me cruzo en un callejón. Y resultan más significativos y estimulantes, más representativos de mi personalidad de lo que podría parecer a primera instancia.

Mientras ese libro permanezca sobre el zapatero, un rasgo distintivo de mi identidad perdurará sin cambios.