martes, 28 de abril de 2009

Feria del Libro de Montequinto, en Dos Hermanas (Sevilla)

El pasado sábado 25 de abril acudí como autor invitado a la Feria del Libro y la Artesanía de Montequinto, Dos Hermanas (Sevilla), y participé, junto a otros escritores en una firma de ejemplares de nuestras obras publicadas. Tenía ante mí carteles de mis dos novelas y más allá las casetas de libros, a la derecha, y las de artesanía, a la izquierda, mientras se desarrollaba a mis espaldas un divertido cuentacuentos.


En esta edición, la afluencia de público ha sido superior a la de años anteriores, a pesar de que el tiempo no acompañaba siempre. No hay feria del libro sin lluvia. Por mi parte, ha significado el comienzo de temporada y espero asistir a más ferias del libro, pues también me han reclamado en Málaga, Sevilla y posiblemente Madrid. Desde aquí quiero dar las gracias a todos aquellos que cuentan conmigo y confían en mi labor literaria.

domingo, 19 de abril de 2009

El porvenir de los libros electrónicos

Durante los dos últimos años se ha repetido el mismo tema en todos los eventos literarios a los que he asistido, llevando a la misma discusión entre los partidarios y los detractores de los libros electrónicos. Personalmente, hoy por hoy, no creo que haya una solución aceptable para sustituir al libro de papel. Pero es posible que el cambio venga cuando menos lo esperemos.

¿No pasó lo mismo con el teléfono móvil? Nadie pensaba que ese aparato portátil iba a caber en la palma de nuestra mano y nos iba a permitir, además de hacer llamadas y recibirlas, tomar fotografías, grabar video, leer y enviar correos electrónicos, conectarnos a internet, etc. Tengo que confesar que no me he unido a esta ola de usuarios y que considero exagerada la funcionalidad que ofrecen los teléfonos móviles y los operadores de telefonía móvil. Pero lo cierto es que han revolucionado nuestro mundo. Hasta tal punto que incluso las noticias diarias de televisión aparecen desvirtuadas por la baja calidad que ofrecen, cada vez más a menudo, los videos grabados con móviles que se muestran para ilustrar cualquier hecho. Por mi parte, me resisto porque sigo creyendo que el móvil se está usando como un agente que atenta contra nuestra intimidad, ya que siempre estás localizable y, cuando no respondes, recibes la reprimenda ulterior de quien te llamaba.


Algo parecido puede ocurrir con los libros electrónicos. Debe llegar un invento que revolucione el mundo de los libros y lo convierta en otra cosa, algo que permita subsistir simultáneamente al libro de papel y al libro digital, hasta que el primero fenezca, con el tiempo, y el segundo haya encontrado su evolución natural en nuestra sociedad. Tal vez la vía para alcanzar el éxito pase por convertir los libros electrónicos en otra cosa. Al igual que el teléfono móvil nos permite conectarnos a internet, por incómodo que sea debido a las pequeñas pantallas y los inmanejables teclados, quizá el libro electrónico deba entenderse como algo con entidad propia. ¿Por qué no narrar historias con hipervínculos, que permitan al lector tomar decisiones o retroceder si así lo desea? ¿Por qué no ilustrar los libros y convertirlos en un nuevo arte de combinación? ¿No podría instaurar el libro electrónico una nueva simbología, una hibridez entre la literatura y la imagen, el cine y la palabra, el regreso del audiolibro? Todo esto lo permite el libro electrónico, mientras que el libro impreso, por su existencia material y los costes que suponen su edición, lo impide.

Si volvemos la vista a la realidad, actualmente los libros electrónicos no son más que dispositivos con un disco duro en el que se pueden almacenar una gran cantidad de archivos en formatos más o menos estandarizados para su reproducción. Su pantalla muestra los textos escritos con tinta digital, que no emite luz, por lo que la sensación al leer es muy similar a la que ofrece el papel. De forma adicional, una de las ventajas es que el usuario puede elegir el tamaño de la letra, subrayar frases, buscar palabras o marcar por donde se haya quedado leyendo. A esto se suma la posibilidad de descargar gratis muchos textos desde internet.

Algunos de los dispositivos de este tipo que se están viendo en el mercado son los siguientes:

Sony Reader. La tercera generación cuenta con pantalla táctil para pasar la página con el dedo o activar un marcapáginas. Permite toma notas con un teclado virtual, elegir cinco tamaños de letra y subrayar con un lápiz óptico.

Kindle2. Se puede conectar inalámbricamente a la biblioteca de Amazon, que consta de unos 240.000 títulos. Permite almacenar hasta 1500 libros e incluye una aplicació que lee en alto los textos. También ofrece seis tamaños distintos de letra.

Papyre 6.1. Es el libro electrónico fabricado en España. Cuenta con una memoria útil de 450 Mb y se le pueden conectar tarjetas de memoria.


Ninguno de estos aparatos baja, de momento, de los 299 euros. Por ese precio, aunque no sea lo mismo, se puede comprar un Netbook (un miniportátil), que no pesa más de kilo y medio y permite hacer otras muchas cosas, aunque no se trate de un objeto especializado en la lectura. La tendencia quedará marcada por lo que decida al respecto el público y, sobre todo, las grandes editoriales, que, seguramente, encontrarán la manera de hacer lucrativa y compatible esta manera de leer con el mercado del papel.

martes, 14 de abril de 2009

Colaboraciones: Aqui estou eu, de Pedro Silva

Pedro Silva nació en 1977, en la hermosa localidad portuguesa de Tomar. Desde joven sintió un gran interés por la literatura, primero como ávido lector y más tarde como escritor. En 2000, publicó su primera obra y desde entonces se ha dedicado a escribir, probando distintos géneros y estilos, a menudo relatos, pero, sobre todo, ensayos históricos. En 2001, con la publicación de História e Mistéiros dos Templários en Brasil, consiguió su primera internacionalización literaria. En apenas ocho años, ha logrado publicar más de treinta títulos en Portugal, Brasil, España y Chile.

Un día me encontró en internet y se puso en contacto conmigo a través de su web. Desde entonces, nos hemos escrito varias veces y, aunque él escribe en portugués y yo en español, nos entendemos casi perfectamente. La literatura trasciende fronteras e idiomas, como debe ser. Sirva este espacio como enlace intercultural entre nuestros países vecinos, sobre todo ahora que acaba de celebrarse el Día del Libro en Portugal (el 26 de marzo) y en apenas cuatro semanas celebraremos el Día del Libro en España (23 de abril). Pedro ha tenido la gentileza de cederme este relato, Aqui estou eu, que sabe a canción cuando se lee en su lengua natural.

Se me perguntassem, há meia dúzia de meses atrás, se estaria nesta situação,
ter-me-ia rido a bom rir e jogado na face de outrem que era uma piada de muito mau gosto. É incrível como era tão jovem há pouco tempo atrás. Tinha vida, força, sentia-me o maior. O maior, acreditam? Invencível… imbatível… imortal! Que vontade de sorrir, no meio das lágrimas. Imortal. Quão néscio era… Ninguém é imortal. Até há quem diga que Deus está a morrer.

Deus… Deus… Onde estás? Porque fugiste de mim?

Voltei a pensar em Deus, após tantos anos pensando que ninguém precisa de Deus. Que me sentia ateu. Uma invenção de meia dúzia de fanáticos, pensava na altura. Deus não existe, gritava pujante em reuniões de café, junto ao cheiro do tabaco misturado com a cafeína, bem apaladado. E gritava bem alto, para todo o mundo ouvir: Deus é uma invenção! E agora… meu Deus… que falta sinto de Ti! Porque me abandonaste? Por aquilo que eu dizia? Não é vontade de Deus perdoar? Não é um mandamento divino? Porque não fui perdoado?

Aqui estou eu.

Sentado. A olhar para o Céu. Lá em baixo os carros passam, as pessoas deambulam, quiçá de forma errante. Parecem formigas. (Nunca entendi porque se fala em formigas ao referir pequenos seres. E as moscas? Os mosquitos? Seres repugnantes? Talvez. Mas o ser humano não é igualmente repugnante?) Parecem formigas, insectos vulgares, desconhecendo que, tal como eu, não são imortais. E que, tal como eu, podem dizer o que quiserem, mas vão perceber que Deus existe. È real e não perdoa, ao contrário dos mandamentos sagrados. Porque tanto bulício? Para onde as pessoas? O que querem? O que fazem? Porque não param? Porque não param? Grito: porque não param? Ninguém me ouve. Estou demasiado longe, demasiado longe de tudo e de todos.

Esperem: estarei vivo? Interrogo-me. Faço o tradicional truque de beliscar uma parte do corpo. Dói-me. Não é sonho, nem sono da morte, estou vivo. Mas estarei mesmo vivo? Isto é viver?

Aqui estou eu.

Vislumbro, em poucos instantes, toda a minha vida, todo o meu passado. Afinal de contas, o que fiz? Nasci, cresci, estudei quase duas dezenas de anos. Tirei um curso superior. (Parabéns, disseram-me todos os familiares mais próximo. És um Senhor Doutor.) Namorei com três pessoas diferentes. Não gostei de nenhuma. Gostei de uma outra pessoa, mas essa nunca quis gostar de mim. Sim, nunca quis, foi falta de vontade mesmo. Pois podia muito bem ter sentido amor por mim. Se eu sentia por essa pessoa, porque não era retribuído? Na verdade, o fruto proibido é mesmo o mais petecido. Sempre gostei de quem de mim não gostava. Sempre quis ter aquilo que não podia. Sempre quis fazer coisas para as quais não estava habilitado. E agora também percebo que não sou imortal, o que acreditava piamente há tão pouco tempo.

Aqui estou eu.

Nunca estava engripado. Fui ao médico meia dúzia de vezes ao longo da vida. Raramente era vacinado. Para quê? Era forte que nem um touro. Rijo, atlético e saudável. Imortal, talvez… Naquele dia apeteceu-me fazer uma análise sanguínea. Curiosidade. Podia ter diabetes, colesterol, algo do género. Não me importava, são doenças comuns, que, bem cuidadas, não fazem muito mal, pensava eu na minha ingenuidade. Até achava engraçado poder dizer aos amigos: sabiam que tenho o colesterol em alta? Logo ali arranjaríamos tema de conversa e oportunidade de brincar um pouco com a vida. Para nós, que somos imortais, brincar com a doença é normal e aceitável. É apenas um mero acidente de percurso numa viagem interminável e imperturbável.

Pois… mas naquele dia os ventos não me correram de feição.

AIDS? Perguntei eu ao sujeito de bata branca na minha frente. Como? Não tenho sintomas, sinto-me pronto a correr três vezes a maratona e ainda jogar uma partida de futebol com os amigos. AIDS? Está a brincar comigo, não?

Não… respondeu ele secamente.

Nesse dia deixei de ter vontade de brincar. Percebi que não era imortal. Percebi que Deus existia – caso contrário eu teria a oportunidade de decidir o meu próprio destino. Também percebi que a minha vida, ao contrário do que eu sempre pensara, não estava nas minhas mãos. Uma vez só… Uma única! Sem preservativo. Quais as probabilidades disso acontecer? Uma em um bilião? Pois, acontece.

Aqui estou eu.

Lá em baixo o mundo prossegue o seu ritmo perfeitamente natural. Ninguém parou para olhar para mim. Ninguém está preocupado se tenho mais um minuto, um ano ou uma década de vida. Sou perfeitamente insignificante. Não existo para ninguém. Por isso, mesmo estando aqui, a trinta e tal andares do solo, no topo de um vulgar prédio, de uma vulgar rua, de uma qualquer cidade, sou apenas eu e Deus, que me olha, que me condena, que me faz pensar em tudo o que não fiz e devia ter feito. Não merecia isto… Ainda sou jovem. Trinta anos. Três décadas apenas. Ainda nem comecei a viver realmente.

E agora, quanto tempo me restará? Um dia, um mês, um ano? O médico não quis avançar com datas. Apenas falou que, com a medicação certa, cumprida de forma rigorosa, posso estar muito bem durante muito tempo e que posso levar uma vida quase normal. Ah, e frisou, que o pior não é o vírus que tanto se teme, mas as complicações por ele permitidas, como a entrada de outros vírus num sistema enfraquecido. Tretas! Morremos de AIDS e nada mais. Simplesmente morre-se.

E eu queria ser imortal. Juro que queria… e muito. Passo os dias a pensar, desde aquela fatídica consulta médica, que eu não irei morrer de AIDS: juro que não vou. Não contei isto a ninguém, apenas em conversas com Deus. E Ele ri-se na minha cara. Diz que ninguém é imortal e que essa doença não tem fuga possível. Será? Retribuo…

Aqui estou eu.

Finalmente todos vão perceber que sou imortal. E não o serei se essa for a minha vontade. Vou contrariar o destino. E vou mostrar a Deus que quem manda em mim sou eu.

Os meses passaram e nunca tive coragem de Lhe mostrar que sou imortal. Por isso estou aqui, sentado a muitos metros do solo, a olhar lá para baixo. Li certo dia que um suicídio era uma atitude cobarde. Na altura, eu defendia a mesma teoria. É mais fácil matar-se do que enfrentar os problemas.

Agora, aqui, a olhar lá para baixo, percebo que a teoria estava totalmente errada. Acreditem que custa muito mais suicidarmo-nos. Mais fácil é deixar as coisas acontecer, sem participar activamente em nada, ser um peão do destino. Portanto, chegou a altura de mostrar quem manda em mim: eu!

Levanto-me. Olho para cima e digo: vês Deus, vês que sou eu que mando em mim. E sou imortal. Imortal, ouviste? Olho para baixo.

O momento chegou. O mundo não parou de girar. As pessoas prosseguem as suas tristes vidas a um ritmo normal, de sempre, como se não soubessem que eu sou imortal. Vou ser o primeiro a vencer a AIDS. Estou de pé. Sinto o vento bater forte na minha face. Deus parece querer empurrar-me para trás.

Não, nem pensar.

Eu sou imortal.

Dei um passo em frente.

Aqui estava eu.



Pedro Silva

Publicado originalmente en Liga Fanzine. Otros trabajos de Pedro Silva publicados en internet:

Breve Introdução à História dos Sonhos
José Saramago: vida y obra
O "meu" Brasil
José Saramago: vida y obra
Viagens Templárias
Templários: a criação da Ordem

jueves, 9 de abril de 2009

El placer de leer 2009

Como había anunciado hace unos días, el 26 y el 27 de marzo completé mi ruta literaria por los pueblos de Sevilla dentro del programa El placer de leer de la Diputación, que cuenta con su propia web y con un foro donde se habla del proyecto y de los diferentes libros seleccionados para participar. Por segundo año consecutivo, uno de estos libros fue Ladrones de Atlántida.

La experiencia en El Ronquillo y Las Cabezas de San Juan fue, más que satisfactoria, reconfortante. Me llenó de alegría comprobar que los coordinadores y los concejales de las áreas de Juventud se habían tomado muy en serio su responsabilidad dentro del programa y los chicos iban leyendo al unánime la novela o bien ya se la habían leído cuando fui a hablar con ellos. ¡Todos! Cuando piensas que unos treinta chavales se han leído tu obra simultáneamente, se forma una bola de orgullo y felicidad dentro de ti que tarda en deshacerse, sobre todo tratándose de Ladrones de Atlántida, que está pensada para un público de mayor edad.

En El Ronquillo descubrí a un montón de futuros escritores. Muchos de los chicos que fueron a hablar conmigo escriben en la revista del colegio y, como pude ver, lo hacen bastante bien. Nadie diría que algunos de sus textos están escritos por jóvenes de 12 ó 13 años. Desde aquí les animo a continuar con sus proyectos.

Dialogando con los lectores de El Ronquillo

En Las Cabezas de San Juan fui acogido con la misma hospitalidad en la Casa de la Cultura e incluso un medio local de comunicación me hizo una entrevista en la biblioteca, rodeado de libros, antes de empezar. Luego me condujeron al salón de actos y me puse ante los lectores, de pie, a la altura de las butacas, para poder verles a todos cara a cara y para no intimidarles desde el estrado. No sé si esperaban que subiera al escenario, pero las preguntas no se interrumpieron en ningún momento y volví a disfrutar muchísimo con todo aquello que se les ocurrió plantear.

Como había pasado la tarde anterior en El Ronquillo, alguien sacó a relucir la "parte erótica" del libro, sobre lo que hablamos, entre risas, con naturalidad, concediéndole la importancia justa y crucial que tiene en el desarrollo de la historia. Después, me enseñaron los dos murales que habían hecho acerca de dos de los protagonistas: Weni y Kadham.

Los lectores de Las Cabezas de San Juan y sus murales


Naturalmente, ambas sesiones terminaron con la firma de ejemplares. Por cierto, ¡no olvidéis vuestros libros la próxima vez! A los escritores, que somos un poco egocéntricos, nos encanta estampar una dedicatoria.

No quería terminar este artículo sin agradecer a Piratas de Alejandría la organización tan cuidada que han logrado en esta edición, así como el respaldo que han dado a los autores, al acompañarles a los encuentros, y la magnífica promoción que han hecho de las actividades, consiguiendo tan excelente participación por parte de todos. Así es como las cosas funcionan y siguen adelante.

Firmando libros


Fotos cedidas por Piratas de Alejandría

martes, 7 de abril de 2009

Taller: Prevenciones básicas de un escritor para coeditar y autoeditar, de David Mateo

Navegando por internet, encontré el artículo que transcribo a continuación y que pertenece a mi amigo David Mateo. Me parece de bastante interés para quienes tenemos intenciones de publicar lo que escribimos. Además, se encuentra relacionado con algunas recomendaciones de Teo Palacios al respecto que me gustaría recopilar en esta sección.

Vamos a meternos en un tema espinoso, sin hacer proselitismo barato, pero intentando hacer una radiografía real de la situación para que nadie se lleve a engaño. Antes de nada, vaya por delante mi postura: no creo que las empresas que se dedican a la coedición o a la autoedición tengan que estar sometidas al tercer grado. Ni mucho menos. En España existe un amplio sector que ofrece este servicio y que el posible cliente, viendo el producto que se oferta en la web, decide libremente destinar una parte de su presupuesto a publicar su libro desembolsando una cantidad de dinero. Personalmente, yo nunca lo haría. Es decir, mi experiencia en este mercado tan competitivo me dice que si lo que realmente quieres es ganar dinero publicando, lo mejor es que desistas y te dediques a sembrar azafrán, porque esa actividad sí que es lucrativa. La de escribir no. La verdadera notoriedad dentro del mundo de la literatura comienza en el momento en que la editorial apoya con titos de los buenos una campaña publicitaria que avale la salida del libro. Y no estamos hablando de tiradas pequeñas o medianas, sino de grandes tiradas y grandes desembolsos económicos que otorguen al título visibilidad mediática. Todo lo que no pase por ahí, conlleva que el libro adquiera un rol moderado y su autor se ahogue entre la masa de escritores que siembra el panorama literario nacional. Todavía recuerdo las palabras que me dijo Jorge Ruíz Morales, mi primer editor y cabeza visible de la línea Transversal (Equipo Sirius): «Nadie se lucra escribiendo libros, no creas que vas a vivir de esto.» Y fue un comentario muy acertado. Que nadie construya castillos en el aire y, lo más importante, que nadie os los haga ver, porque publicar con el apoyo de una editorial modesta no significa que vuestro libro vaya a triunfar como la Coca-cola, sino que simplemente podréis ver convertida en realidad una ambición que muchos de nosotros hemos barruntado toda la vida.

Por otro lado, si vas a ser tú el que sufrague parte o la totalidad del libro, o eres socio de Villalonga o de las Koplovich —y esa posibilidad te permita aflojar tus buenos miles de euros que posicionen el libro en el mercado— o mejor tómate esa auto/coedición como algo muy de andar por casa, que te permita quitarte el gusanillo de publicar un libro, poder venderlo a los amigos, familiares y vecinos, y poco más.

Vuelvo a recalcar que cuando la editorial oferta este tipo de producto de manera lícita y clara, puede estar realizando una buena labor de servicio social y siempre quedará en las manos del cliente aceptar o no aceptar el presupuesto. Otra cosa son empresas fraudulentas que esconden las verdaderas intenciones del editor o, simplemente, engañan al autor con prácticas amorales. Pero no vamos a entrar en este tema de nuevo, porque en este blog ya se ha denunciado algún que otro caso.

El cliente que se decante por uno de estos servicios, lo primero que debe hacer es informarse y pedir varios presupuestos, incluso no estaría de más que acudiera a una imprenta y viera el precio que se baraja entre los profesionales de la industria para crear el tipo de producto que el autor tiene en mente. Si procedemos de esta manera, obtendremos una idea de los precios que se manejan en el mercado y eso nos ayudará a encontrar la empresa que nos ofrezca un servicio que se ajuste lo más posible a nuestros intereses. A estas alturas, nadie va a comprar tomates a la tienda en donde los venden más caros, sino que acudimos al establecimiento donde mejor pinta tienen y a mejor precio los vamos a obtener. Si con otro tipo de producto actuamos de esa manera… ¿por qué no hacerlo con nuestro futuro libro? Pedir presupuestos no cuesta nada, y la ley de la oferta y de la demanda regulariza el precio de las cosas, por lo tanto, nunca os quedéis con la primera opción.

Antes de seguir adelante tengamos muy claro dos conceptos: la coedición significa que la tirada del libro estará sufragada por la editorial y por una persona física (ya sea el propio autor, una empresa, una facultad, una entidad bancaria o un estamento público), la autoedición conlleva que el autor corra con todos los gastos. Es más fácil obtener financiación pública cuando perteneces a una pequeña localidad —en donde los ayuntamientos suelen «mimar» este tipo de iniciativas—, que cuando vives en una gran ciudad, donde chocas con la burocracia administrativa, existen otros doscientos cincuenta autores en la misma situación que tú y la concejalía de cultura va a pasar de ti olímpicamente (a no ser que seas alguien verdaderamente notorio, pero en ese caso seguro que no estarías perdiendo el tiempo leyendo estas líneas).

La co/autoedición ofrece aditivos presupuestarios a tener en cuenta, pero vayamos con pies de plomo a la hora de contemplarlos.

—Si vas a coeditar, significa que la editorial apuesta por tu libro y va a desembolsar una cantidad de dinero. Por supuesto, el presupuesto debe ser inferior al de una autoedición, y en el contrato debería venir explícitas la parte que corre a cargo de la editorial y la parte que asume el autor. Que no os den gato por liebre, es decir, tened siempre presente los precios que se barajan en el mercado y que la coedición sea verdaderamente una coedición y no una autoedición encubierta. Para eso lo más fácil es acudir a una imprenta con las características del libro en la mente, obtener un presupuesto y sumarle un cánon porcentual lógico que añadirá la editorial que hace de intermediaria entre el autor y la imprenta. A ese precio habría que sumar los costes de maquetación y el precio de la portada, siempre y cuando corran a cuenta de la editorial.

—Una forma sencilla para saber si la coedición es lícita es indagar sobre la identidad del propio libro. Es decir, si la editorial pone pasta de su bolsillo es porque verdaderamente le interesa la novela y por lo tanto debe de haberla leído de manera concienzuda. Normalmente, cuando se va a coeditar, la editorial adjunta un análisis de lectura de la obra. Jamás os conforméis con un informe superficial. Que el editor os hable de vuestra obra en profundidad, que demuestre que la ha leído y se toma la coedición en serio. Huid de comparaciones imposibles, es decir, si sois los nuevos Tolkien, King o Pratcher, ya estarías publicando sin tener que pagar. Que los informes de lectura sean serios y, sobre todo, profundos. Que el editor demuestre un verdadero conocimiento de vuestra obra; todo lo que no pase por ahí cogedlo con pinzas.

—En todo momento debéis tener presente que vais a poner dinero sobre la mesa, que vais a sufragar la obra, así que el que paga manda. Que el libro adquiera la presencia que vosotros tenéis en mente, sobre todo si es una autoedición, y no la que el editor quiera.

—Las empresas de auto/coedición pueden ofrecer una serie de servicios que aumentará el coste del libro. Uno de los más interesantes es el de la corrección. Pero ojo, la corrección de estilo y gramatical se paga… y se paga muy bien. Hasta el punto que las editoriales al uso más modestas no pueden afrontarlas. Si vas a pagar por un servicio de corrección, muy al loro con las galeradas, muy al loro de quién hace la corrección y, sobre todo, muy al loro del producto final. Más vale salir al mercado con vuestras erratas, que dar con un listillo que os cambie cuatro palabras válidas por cuatro sinónimos equivalentes porque a su modo de ver «suena mejor la frase». Los verdaderos correctores son perros de presa que están al loro del más mínimo error y profundizan en la sintaxis de la obra, y ese servicio es muy caro.

—Si la empresa que os coedita pone a vuestro alcance un servicio de distribución, cobrará por esa faena. A estas alturas ya sabemos cómo se las gastan las distribuidoras, creo que hemos hablado y debatido mucho sobre el tema. Si las editoriales convencionales naufragan en la distribución de sus propios libros… ¿qué os hace pensar que las empresas de auto/coedición no vayan a sufrir el mismo destino? Obviamente, nadie tiene la varita mágica para solucionar el tema de la distribución, así que muy al loro a la hora de invertir el dinero en esa labor. Si pagáis por distribuir, que en el contrato aparezca una cláusula muy clarita que así lo especifique y que exista una garantía real por parte del editor de que el libro vaya a estar en la estantería de la tienda y no se limite a un simple catálogo comercial. No despilfarréis el dinero porque sí, en este tema hay que andar con pies de plomo. Obtened títulos publicados por la editorial de coedición, tomaros vuestro tiempo en ir a grandes almacenes y librerías para buscar esos títulos, hablad con los libreros, con los dependientes de las grandes cadenas comerciales, realizad rastreos a través de la web, acudid a foros literarios, revisad catálogos, en definitiva, no os quedéis con la palabra del editor y bucead en la realidad del mercado.

—Las editoriales suelen ofertar presentaciones y convocatorias de los medios de comunicación. Una vez más, andad con cuidado. Montar una presentación es tan fácil como ir a una librería importante y hablar con el responsable. Es un servicio nimio y difuso. Y desde luego, no traguéis con lo de la convocatoria de medios. Si vivís en un pequeño municipio, no tendréis demasiados problemas para convocar a la prensa, si vivís en una gran ciudad, la cosa cambia radicalmente. En las metrópolis como Madrid, Barcelona o Valencia existen empresas intermediarias entre la editorial y los medios de comunicación que se dedican a hacer esa labor. Es más, las propias editoriales convencionales no tienen ese poder de convocatoria y no tienen más remedio que acudir a estos intermediarios que conocen perfectamente la idiosincrasia de una clase social tan peculiar y extraña como la prensa. En la actualidad, las presentaciones de libros a los medios de comunicación suelen realizarse a nivel privado en hoteles y salas de convenciones, nunca de cara al público, de esa manera se establece una confidencialidad entre el autor y el periodista que difícilmente va a existir en una presentación multitudinaria. En resumen, no es lo mismo convocar a los medios, que los medios acudan a la presentación. Si pagáis por este servicio, introducid otra cláusula en el contrato en la que la editorial garantice la asistencia de medios, no la convocatoria. Como decía mi abuelo, ojito con los políticos, los abogados y los periodistas, pertenecen a las razas más extrañas de la Tierra.

Si tenemos todos estos aspectos en cuenta, probablemente amorticemos parte del dinero invertido, aunque mi consejo (y el de muchos editores amigos que se dedican a la autoedición y a la coedición) es que nunca invirtáis grandes sumas porque difícilmente esos libros van a romper la barrera mediática de la notoriedad. La autoedición suele estar reservada a complacer una necesidad personal de ver nuestra obra hecha realidad, y la coedición se reserva a gente notoria que ha escrito sus ensayos y sus tesis doctorales y, por una razón u otra, necesitan la financiación de una universidad o de una administración pública, pero que tienen garantizado un buen lecho de lectores.

Que no os vendan duros por cuatro pesetas, el mercado literario es complicadísimo y supercompetitivo en el que las propias editoriales naufragan una y otra vez. El escritor profesional se mantiene incólume porque aporta trabajo y no capital. Si vais a autoeditar, tened muy en cuenta que vosotros correréis ese riesgo y podéis sufrir un destino semejante al que corren otras editoriales con mayor experiencia y más amplia trayectoria. A la larga, el que paga por editar y cree que de esa manera se labrará una carrera literaria, acaba atragantándose. Tened la mente muy fría a la hora de invertir dinero y jamás perdáis la cabeza en pos de una quimera inalcanzable. Dicho todo esto, en vuestras manos está la posibilidad de autoeditar y coeditar, en la industria existen muy buenos profesionales que os aconsejarán y os ayudarán a elegir el formato más adecuado para vuestra obra. La última decisión siempre quedará en vuestras manos.


David Mateo

Publicado originalmente en su blog, La sombra de Grumm, y en la web de Stardust.

jueves, 2 de abril de 2009

Reflexiones de un ególatra: En busca del bolso perdido

Érase una vez, un bolso azul marino, lleno de biberones y pañales, que quedó olvidado en el portaequipajes de un tren procedente de Sevilla. Cuando sus dueños se percataron de la pérdida, acudieron al revisor del tren que les llevaba desde Madrid hacia Valladolid y aquel hombre agradable, vestido con un uniforme oscuro y una sonrisa afable, llamó por la línea interna a la estación de Atocha, confirmando que habían recogido aquel bolso en el coche indicado y quedaría depositado en objetos perdidos.

Al día siguiente, un amigo de los dueños del bolso, que viajaba también desde Sevilla hacia Valladolid, pasando por Madrid, se acercó a la oficina de objetos perdidos de larga distancia para recogerlo. Pero, aunque la oficina permanecía abierta hasta las ocho de la tarde, solo entregaban objetos perdidos hasta las cinco, pues más allá de esa hora no accedían al almacén. Lo cierto es que el buen amigo de los dueños se tuvo que ir con las manos vacías y no pudo cumplir el favor que le habían pedido.

Pasado otro día, los dueños del bolso visitaron la oficina de atención al cliente de la estación de su ciudad, pero sin éxito en su intento. No había manera de recuperar el bolso si no se personaban en Madrid, donde había quedado. Una normativa vigente desde hacía unos cuantos años impedía transportar equipaje sin pasajeros. Al parecer, la compañía de ferrocarril no sabía cómo aplicar los servicios de valija o mensajería interna. Ni siquiera se les había ocurrido cobrar por un servicio así a los clientes que, desesperados, solo pretendían recuperar sus pertenencias y ser satisfechos. La única posibilidad era contratar una agencia de mensajería que se encargara de recoger en Madrid el bolso.

Pero la agencia de mensajería exigía que los dueños contactaran con la oficina de objetos perdidos, consiguieran el número de referencia del bolso como objeto perdido y les enviaran una autorización firmada.

Distintos teléfonos, muchísimas llamadas, pero no existía ninguna forma de hablar con la oficina de objetos perdidos. No había ningún número para contactar con ellos y así lo afirmaban, descaradamente, desde los teléfonos de atención al cliente de la compañía ferroviaria. El noble señor de la oficina de objetos perdidos de Cercanías de Atocha confirmó que los responsables de objetos perdidos de larga distancia estaban en sus puestos, pero, aunque desocupados, se negaban a atender las llamadas que recibían, aunque el número de teléfono figuraba claramente en la caseta y el aparato no paraba de sonar. Les facilitó dicho número, incitándoles a insistir hasta que les respondieran, pero fue inútil. El bolso estaba perdido en la oficina de objetos perdidos. Parecía irrecuperable.

Así que no era posible hablar con nadie para enviar un mensajero que recogiera por ellos el bolso. ¿Qué solución quedaba?

Al día siguiente, una simpática y voluntariosa amiga residente en Madrid acudió a la estación y recogió el bolso azul marino, catalogado como un bolso de color negro, lo que pudo representar un auténtico problema de identificación al buscarlo en el almacén. Pero el bolso azul marino llegó a manos de esta joven por fin y pudo enviarlo a sus dueños. La historia tuvo un final feliz. El objeto perdido fue reencontrado y recuperado.

Conclusión: Hay que tener amigos en todas partes.

Basado en una historia real...

miércoles, 1 de abril de 2009

Tertulia literaria en La Araña

El sábado pasado se había convocado al público infantil en la Librería La Araña para la presentación de El talismán cósmico. Sin embargo, al no acudir ningún niño, el acto se convirtió en una auténtica tertulia literaria. Para mi sorpresa, el círculo literario en el que me muevo en Sevilla acudió casi en pleno a la cita, por lo que nos reunimos unos cuantos escritores y lectores que conversamos sobre libros, sobre nuestras próximas publicaciones y actividades y también sobre otros temas personales.

Son jóvenes promesas como Pepe Carrasco, Javier Márquez o Teo Palacios. A algunos de ellos no los veía desde hacía casi un año, aunque mantenemos fielmente el contacto a través de internet. Por lo demás, fue fácil dirigirse a un público que, en el fondo, conserva vivo e intacto el niño que todos llevamos dentro.

Agradezco desde aquí a Inés Martín la hospitalidad con que nos acogió en su encantadora librería y a todos los asistentes, que me hicieron añorar mi regreso a Sevilla y me demostraron que, en efecto, con constancia todo se consigue. Cada uno de los escritores que estuvieron presentes ha conseguido sacar adelante sus proyectos de un modo u otro. Hace dos o tres años, algunos todavía soñábamos. Que sirva de ánimo para los que se encuentran solo un paso por detrás y están empezando.