jueves, 26 de abril de 2007

La biblioteca: La Eternidad de Asimov

Según la sinopsis del libro, "la Eternidad es una organización que existe más allá del tiempo. Está formada por los Eternos, humanos (únicamente masculinos) que se reclutan entre las diferentes épocas de la historia humana a partir del siglo XXVII. Los Eternos tienen la capacidad de entrar y salir en la corriente temporal alterándola. Los Ejecutores son los encargados de alterar sutilmente el curso del tiempo protegiendo a la humanidad. [...] En esta novela Asimov resuelve de forma brillante la paradoja temporal."

Cuando me di cuenta, llevaba leídas cincuenta páginas. La novela me estaba gustando tanto como ya me habían anticipado quienes me la recomendaron. De una forma muy sencilla, Asimov sumerge al lector en un universo complicado y, al mismo tiempo, le hace reflexionar. Al cabo de diez o quince páginas, el lector se encuentra totalmente ubicado en el mundo imaginado por el autor. Éste no es el Asimov algo petulante de los ensayos y los artículos de divulgación. Nos enfrentamos probablemente a su mejor obra de ficción, muy elaborada y meticulosamente estudiada. Poco a poco, el relato va atando los cabos y la coordinación de los detalles resulta excelente.

Un viaje en el tiempo tiene su grado de complejidad y, si te pones a pensar en los detalles, parece que siempre hay algo incoherente. Me fascinó la idea de manipular los Cambios de Realidad, pero también me pareció una inmoralidad tremenda, tal como se cuestiona al final de la obra. Sería tema para un interesante debate. Es difícil, imposible concebir la Eternidad. Nada de lo que describe Asimov -lo hace escasamente- permite que el lector se haga una idea tangible de esa realidad invariable desde la que acometen la vigilancia de los Tiempos y las Realidades y fomentan los Cambios para "salvar" a la humanidad y conducirla por el buen curso.

Twissell, el maduro Programador, es el rival perfecto para el protagonista. El lector llega a ponerse de su lado y a menospreciar a Harlan, a pesar de que el propio Twissell defiende una teoría aborrecible, según qué puntos de vista. Es un hombre lógico y razonable, convincente y persuasivo. Todo lo comprende, ante todo reacciona bondadosamente. Piensas que, de un momento a otro, va a estallar impulsado por la tensión y va a descargar toda la cólera que debe haber acumulado, aunque la oculte. Pero no llega a ocurrir.

Me ha llamado la atención de esta obra, escrita hace más de cincuenta años, la ingenuidad que la impregna en algunos aspectos. Cuando se escribe ciencia ficción, ineludiblemente, el autor cae en la tentación de utilizar lo que conoce, para dar forma a un mundo más avanzado. Ni la lúcida mente del ingenioso Asimov es capaz de prever:

- La gran y disparatada capacidad de la publicidad en un futuro cercano para él, pero que apenas llegó a vivir. Un anuncio en una revista como el que llegan a sugerir no hubiera resultado tan desatroso ni raro en nuestros días (aunque ellos hablan del segundo cuarto del siglo XX, lo que salva la situación inteligentemente por parte del autor).

- La capacidad de almacenamiento de todo. El problema causado por Harlan que origina el conflicto de la segunda mitad del libro sería mucho menos grave o mucho más difícil de justificar si Asimov hubiera pensado que la tendencia iba a ser guardar toda la información, guardar memoria de todo lo que se procesa. Quizás entonces no podía imaginar que computadoras de bolsillo serían capaces de guardar tantos datos, históricos completos y auditorías exhaustivas de cualquier gestión que se realice.

Por la forma de tratar los viajes en el tiempo, como si pretendiera constituir una corriente filosófica al respecto en la ciencia ficción, resulta tremendamente original. Asimov adopta la postura de que la humanidad ha llegado a controlar totalmente la situación, pero eso no deja de crear problemas, sino todo lo contrario, le pone limitaciones. Estos problemas, expuestos al final, como moraleja, concluyen adecuadamente la novela. Es curioso que el lector termine sonriendo porque la humanidad debe ser frágil y vulnerable, debe fallar para prosperar y hacer progresos. En fin, de los errrores se aprende, como suele decirse.


Datos de los libros citados:


Título: El fin de la Eternidad
Autor: Isaac Asimov
ISBN (13): 978-84-9793-353-7
ISBN (10): 84-9793-353-2
Publicación: 07/2004 por Nuevas Ediciones de Bolsillo
Nº páginas: 288

martes, 24 de abril de 2007

Colaboraciones: Malafortuna, de Guillermo Blanco alias William Redspark

No hace mucho que me topé por primera vez con Redspark -así es como lo conocemos en el foro de literatura de ¡¡Ábrete, libro!!-, pero desde el principio atendí a sus apariciones. Poco a poco fue acostumbrándose a dejar sus opiniones por doquier, como casi todos los miembros del foro. Pero se estrenó empezando de la misma forma en que hoy continúa actuando y, probablemente, en que terminará al final de los tiempos: escribiendo (cantando). Casi siempre poemas singulares muy intimistas, que se pueden acompañar de música, a capricho del lector. El arte de escribir le condujo a participar en el II Concurso de Relatos del foro, en el que ha obtenido el premio popular. El relato con el que ha ganado mayoritariamente el favor del público es precisamente éste que sigue:

El hombre observa el barco de madera que le ha regalado su hijo. Lo acaricia. Deja sus dedos recorrer la estructura , resbalando imperceptible por la cera aún húmeda. Acaricia la proa, el mástil, la damajuana y el timón hecho con vara de avellano trenzada.

Lo ha hecho el niño en el colegio. Su trabajo de manuales para este trimestre. Está pulido con cuidado y esmero. Seguro que ese barco navega. Tiene una base bien estructurada. Eslora adecuada y bien medida. El padre mira al barco y al hijo con no disimulado orgullo. Él siente adoración por los barcos. Desde niño han sido su debilidad. Los barcos en los tebeos, en las botellas, en los escaparates. En las películas de piratas y bucaneros. Aquellas películas de Errol Flynn y Tyrone Power. De Douglas Fairbanks, incluso. Una línea de flotación auténtica. Bien ahuecado. Eslora deriva a babor un cuarto de tercio, apenas perceptible.

El hombre ha besado a su hijo y le ha agradecido el regalo.

Después ha seguido fumando y leyendo en su sofá. Está a la mitad de Bomarzo. El libro a ratos se le hace pesado, denso. Hace semanas que ha decidido leerlo muy despacio. Quiere imaginar, visualizar, cada escena que vive Girolamo, cada pensamiento de Maerbale. Fuma un camel tras otro. Aunque a ratos muerde regaliz y tiene una raíz seca de genciana en el chaleco. A veces se la mete en la boca durante horas. Chupa la amarga raíz interminable que casi le anestesia el paladar y le limpia el estómago.

Ha terminado un capítulo. Piensa que dejará para otro momento el capítulo de Pedro de Mendoza y la Casa del Infantado. Deja el libro en la mesa. Se guarda la raíz de genciana en el bolsillo del chaleco y murmura para sí mismo. He de tapizar esa silla del garaje. Así estará seca de sobra para la cena. Ah y pulirla con aceite. No recuerdo si llegué a comprar cola de madera. Bueno, luego bajaré. Aún hay tiempo.

Y coge el barco.

Lo mira, lo acaricia, está bien pulido. Piensa...

Es agradable al tacto. Tiene una proporción casi perfecta. Duda si levantarse al aparador y coger la cinta métrica. Le gusta medir. Pero, no. No se levanta... Entonces, hace un truco de magia y se vuelve del tamaño de una efímera. Ya saben, efímera, ese insecto que suele vivir unas veinticuatro horas. Se vuelve pequeñín, se mete dentro del barco. No hay nadie cerca.

Y lo recorre desde dentro. De proa a popa y vuelta. Tensa la damajuana y el foque. Se introduce en la bodega. Madera hueca, un espacio dónde el hijo ha colocado unos barriles de playmobil. Este hombre diminuto se siente a gusto con su truco. Está haciendo un viaje de imaginación. Todo el universo del padre está dentro de ese barco. El tiempo se ha detenido fuera. Sólo él sabe que mares u océanos cruza dirigiendo el timón. Sólo él conoce el rumbo que lo lleva atravesando el estrecho de Magallanes.

Al rato, el hijo baja las escaleras, va a beber zumo de naranja a la cocina. Ve su barco en el salón y no ve al padre. Decide jugar un rato. Lo lleva al baño y abre la bañera.

Al cabo, deja el barco en el centro de ese Océano comedido. El padre ve a su hijo como a un gigante. Se ha agarrado al palo mayor. Con ese tamaño, no tiene magia suficiente para gritar. Se siente navegando en una bañera oceánica. El hijo juega, el padre está inquieto. No puede modificar el hechizo. Se siente atrapado. ¿Qué ha sucedido? Un error de cálculo. La contramagia no le viene de vuelta. No puede, en este momento, volver a ser de su tamaño. Qué ironía. Su inquietud aumenta a medida que el volumen de la bañera va subiendo. Percibe la angustia, una angustia similar pero inversa a la que siente Maerbale cuando su padre llega a casa.

Los eventos y el destino hacen el resto. Pasado un rato y después del zumo y unos vaivenes a la proa, el hijo siente que ha jugado bastante. Quita el tapón de la bañera y se sienta en el bidé a ver como se fraguan imaginarias tempestades. El barco a ratos mantiene la flotabilidad. A ratos choca con las esquinas de la bañera. Avanza, se detiene, se voltea de lado. Lo coloca en posición y sigue observando. Luego, cuando piensa que el barco estará muy mojado para devolvérselo al padre, lo saca del agua y lo seca con una toalla. Baja al salón.

Lo coloca de nuevo junto al sofá esperando que el padre lo retome en cuanto regrese. ¿Donde estará mi padre? Se pregunta. Habrá bajado al garaje. En la mesa descansa Bomarzo, el cenicero huele mal. Demasiadas colillas. Qué extraño, mi padre es cuidadoso con eso. Vacía el cenicero a menudo.

El chico deja de hacerse preguntas y sube a su habitación. Le esperan unas ecuaciones de segundo grado y los ejercicios de alemán.

Pero el padre hace minutos que navegó en un vórtice dextrosum por el desagüe.

Sucede que en ocasiones no hay marcha atrás.

lunes, 23 de abril de 2007

Celebrando el Día Mundial del Libro


Ya que no podía estar paseando por Barcelona como el año pasado, este día 23 de abril quería hacer algo diferente, algo que tuviera relación con los libros y su maravilloso mundo de papel y aventuras. De manera que, cuando me invitaron a acercarme por la Biblioteca Pública de Dos Hermanas para colaborar con la elaboración del Libro Gigante, no lo dudé y fui.

Desde hace algunos años, para celebrar el Día Mundial del Libro, la Biblioteca Pública de Dos Hermanas realiza en sus dos centros la preparación de lo que denominan un Libro Gigante. Consiste en dar la oportunidad de escribir un texto de unas diez líneas a todos los visitantes que deseen participar. A continuación, un ilustrador dibuja una imagen relacionada con el argumento del relato en una gran página tamaño A2 junto a la que después el autor del cuento lo escribe de su puño y letra. Al cabo del día, el libro queda listo para ser encuadernado y se mezclan la caligrafía de un pequeño de siete años con los deseos de felicidad de un adulto de más de cuarenta, las historias conmemorativas recordando a grandes autores con las narraciones más variopintas.

Este año, el éxito de la actividad saturó la capacidad de los ilustradores, que no tenían tiempo para abordar todo lo que tenían que hacer. Pero yo dejé mi propia contribución:


-Dime que sí.
-No.
-Dime que sí, por favor.
-No.
-Dime al menos que quizás.
-No.
-Al final dirás que nunca.
-No.
-¡Mira, ya me he aburrido de ti, loro estúpido!

domingo, 22 de abril de 2007

Taller: La carrera previa del escritor (VIII)

Los agentes literarios

Como intermediarios entre el escritor y la editorial, representan los derechos del autor y los defienden tanto en España como en el extranjero y también en las adaptaciones cinematográficas que pudieran producirse. Se ocupan de buscar al editor idóneo que publique las obras de sus representados, y de negociar los contratos de la forma más favorable para el escritor. Conocen el medio en el que se mueven y viven de él. Cobran un porcentaje (variable) de lo que gane su representado. Las agencias literarias trabajan tanto con autores reconocidos como con escritores noveles. Reciben manuscritos, los seleccionan y llevan los mejores a la editorial que pueda publicarlos.

Algunas editoriales trabajan básicamente con agentes; les dan preferencia porque estas agencias ya han realizado la primera criba de la selección y saben cómo y dónde "colocar" las obras. Pero hay pocos agentes literarios, y más de la mitad representan a autores españoles en el extranjero, o a escritores y editores foráneos en España. Es difícil llegar a un agente editorial, pero no imposible.

Experiencia personal
Como muestra, un botón. Podemos contar la experiencia personal de Jerónimo Salmerón Tristante, autor de la historia medieval, con viaje espaciotemporal incluido, titulada Crónica de Jufré, de El rojo en el azul y de la reciente y exitosa La casa de los Aranda, editada por Maeva. Él mismo nos dice:

“Existe un momento en nuestra vida como escritores aficionados en el que uno pasa de tener un hobbie que produce satisfacción a verse metido en otra historia que por supuesto te da satisfacciones pero también bastantes disgustos. Me refiero a ese momento crucial en que un amigo tras leer un manuscrito tuyo te dice:

-Esto está muy bien, ¿por qué no lo mandas a una editorial y lo publicas?.

¡Cómo si esto fuera tan fácil! A partir de ahí uno comienza a enviar manuscritos a las editoriales más importantes (por supuesto el primero lo enviamos a Planeta, ¡no íbamos a ser menos…!) y comprobamos que no nos contestan o que nos devuelven nuestro ejemplar a veces con una educada carta de rechazo o simplemente sin nada.

CUIDADO. Es en ese momento cuando el escritor novel piensa que su obra es de baja calidad, o poco comercial, o mala malísima. NO HAY QUE CAER EN ESTO.

La explicación es sencilla: las editoriales reciben miles de manuscritos al año y es simplemente imposible que los analicen como se debe. Yo mismo vi en Planeta en BCN una pila de más de 20 tochos ¡QUE ERAN SÓLO LO QUE HABÍAN RECIBIDO ESE DÍA!

Las editoras hacen lecturas de esos ejemplares de manera muy superficial (en diagonal dicen ellos). Si el mismísimo Quijote hubiera sido analizado así…leyendo una de cada 29 páginas…no habría pasado una sola revisión.

Además, aún así hay novelas que son evaluadas positivamente pero no son seleccionadas por motivos de marketing. Yo mismo he comprobado años después y gracias a mi agente que una de mis novelas había sido evaluada positivamente en varias editoriales que curiosamente pertenecían al mismo grupo pero ni se planteaban hacerla al ser yo un desconocido.

SOLUCIÓN: amigos, nunca, nunca, nunca hay que caer en el desánimo y hay que seguir trabajando, puliéndose y disfrutando con nuestro trabajo. Si llega la suerte bien y si no es así, al menos habremos disfrutado escribiendo.

AGENTE: en mi casa el tener un representante, lo que se llama en este mundo un Agente Literario me ha ayudado mucho y poco a poco he ido mejorando y publicando. Os anticipo que mi novela El misterio de la casa de los Aranda sale en febrero con MAEVA, lo que considero es un gran paso para mí.

Es muy difícil que un agente acceda a representarte, sólo con la gestión de derechos de autores fallecidos y con los que ya llevan están saturados de trabajo, o sea que casi no te reciben. ¿Qué hacer, rendirse? Pues no, lo mismo, trabajar, trabajar, mandar manuscritos ir a sus despachos, presentarte y hablar con ellos (aunque aún así hay algunos que no te reciben).

En mi caso me ayudó mucho el que en el momento crucial recibí una nota manuscrita de nada menos que Pérez Reverte que decía que mi primera novela publicada que yo le había enviado (Crónica de Jufré) le había gustado. Eso me alegró mucho y también me ayudó.

Desde que tengo agente las cosas me van mejor, voy a publicar mi tercera novela y es que un agente conoce el mundillo, sabe qué editoras estarían interesadas en tus obras y defiende tus intereses en el plano legal.

En suma, que sea cual sea la vía que más os guste para dar salida a vuestras obras hay que tener en cuenta una cosa: el que resiste, gana. Yo mientras tanto, como Neruda, trabajo y trabajo.”




Nota: Material extraído del taller literario “Tengo una historia, ¿quién me la publica?” impartido el 27 de mayo de 2006 durante las I Jornadas de Literatura Fantástica de Dos Hermanas, Sevilla.

miércoles, 18 de abril de 2007

II Jornadas de Literatura Fantástica de Dos Hermanas (Sevilla)


CAMINANTES DE OTROS MUNDOS


En marzo de 2005 la Biblioteca Pública Municipal "Pedro Laín Entralgo" recoge la propuesta de los miembros del jurado del XIV Concurso de Cuentos Fantásticos y de Terror "Idus de Marzo" de Dos Hermanas (Sevilla) para realizar unas jornadas sobre literatura fantástica.

El objetivo principal de las jornadas es propiciar un encuentro entre todos los amantes del género, ya sean lectores y/o escritores, de manera que puedan conocerse, expresar sus gustos e inquietudes, así como intercambiar experiencias.

Tras el éxito del primer encuentro celebrado en mayo de 2006, tanto los participantes como el público asistente animaron al comité organizador a plantear una segunda edición y repetir la experiencia.

Fecha: 28 y 29 de septiembre de 2007

Lugar: Biblioteca Pública Municipal "Pedro Laín Entralgo" en Plaza de Huerta Palacios s/n, y Teatro Municipal "Juan Rodríguez Romero" en Calle Nuestra Señora de Valme, Dos Hermanas, Sevilla (España)


Programa provisional:

Viernes, 28 de septiembre de 2007.

11:00-14:00; 17:00-19:00: Recepción de participantes y reparto de credenciales en la Biblioteca Pública Municipal.

19:30: Jornada a puertas abiertas. Inauguración de las Jornadas bajo el lema Caminantes de otros mundos.

21:00: Encuentro entre los participantes (sólo para las personas inscritas en las Jornadas) y copa de bienvenida.



Sábado, 29 de septiembre de 2007.

10:00: Conferencia "La literatura fantástica en el siglo XXI" a cargo del escritor José Carlos Somoza.

11:30: Café.

12:00: Sala 1. Conferencia "Universos imaginarios de creación española" a cargo del escritor David Mateo (Tobías Grumm). El autor presentará su última novela, Encrucijada, La Tierra del Dragón volumen 3.

Sala 2. Taller de ilustración.

13:00: Espacio pendiente de programación.

16:30: Mesa redonda "Literatura fantástica. ¿Qué se vende? ¿Qué se lee? Un binomio a debate.", a cargo de Alfonso Merelo, vocal de prensa de la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror (AEFCFT), y los escritores Joaquín Revuelta y José María Carrasco.

18:00: Sala 1. Conferencia "Puentes al pasado: El arte de escribir fantasía histórica" a cargo del escritor Juan Miguel Aguilera.

Sala 2. Presentación de Fantástica Televisión (AJEC), de Alfonso Merelo.

19:00: Espacio pendiente de programación.



Cuota de inscripción: 10 euros

Número máximo de inscripciones: 200 personas

Información e inscripciones: Biblioteca Pública Municipal. Personas de contacto: Mª Carmen Gómez Valera, directora de la biblioteca, y Almudena Trujillo, bibliotecaria. Teléfono: 95 491 95 79. Fax: 95 491 95 80. Correo electrónico: biblioteca@doshermanas.es.

Si quieres saber más sobre el evento o sobre cómo inscribirte lo encontrarás en El autor y la Biblioteca Pública de Dos Hermanas.

¡Te esperamos!

martes, 17 de abril de 2007

Cine: ¿Lo último sobre Spiderman 3?

La publicidad que están haciendo de Spiderman 3 puede conmigo, ávido como estoy de saber más sobre este inminente estreno. Hace cinco días se estrenaba en las salas de cine de España el trailer considerado oficialmente como definitivo (final) y del que hablé en un artículo anterior. Ahora nos bombardean con dos nuevos anuncios televisivos de treinta segundos.

Tenemos uno de ellos en alemán:



Pueden verse los dos, en la version emitida en Taiwan, en MovieWeb y FirstShowing.net.

Más avances sobre Veneno, como El veneno interior:



Otro de la FOX con comentarios del director y el reparto:



En la página de vídeos de IGN podéis ver fragmentos completos de la película: primer encuentro con Gwen Stacy y enfrentamiento con el Hombre de Arena, por ejemplo.

Se están publicando entrevistas promocionales con los participantes del proyecto y todos afirman que repetirán en una posible Spiderman 4 si vuelve a reunirse el mismo equipo. Cuando filmaron Spiderman 2 no estaban tan seguros. Parece que les interesa continuar la saga...

Más sobre la película en Spiderman 3 Movie Zone y la web oficial.

domingo, 15 de abril de 2007

El escritorio: Exaltación de la vida


La vida... ¿qué es la vida?
La vida es como una novela.
¿La vida es como una novela?
¡La vida es como una novela!

martes, 10 de abril de 2007

Viajes: La provincia de Albacete

La provincia de Albacete guarda lugares encantadores y fascinantes. El único problema es que los sitios de interés quedan muy distantes unos de otros por lo general. En las distintas rutas que realizamos hemos recorrido más de 500 kilómetros en cuatro días (sin contar los más de mil para desplazarnos desde Sevilla). Pero el paisaje, entre sierras, bosques y algo de nieve, resultó muy relajante.

Resumo nuestro itinerario.

Jueves 5 de abril

Villanueva de los Infantes, población de Ciudad Real que destaca por su conjunto histórico artístico y por atribuírsele la residencia de don Alonso Quijano, constituyéndose como "un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme" desde 2004. Paramos a echar un vistazo y almorzar (qué bien se come en La Mancha) y terminamos en la celda donde escribió sus últimas letras y falleció el amigo Quevedo. Desde Sevilla hacia Madrid, salimos por Valdepeñas camino de Alcaraz y nos encontramos con esta asombrosa localidad.


Celda de Quevedo en la Hospedería


Alcaraz, pueblo de obligada visita. Tuvimos la suerte de aparcar muy cerca de la Plaza Mayor y entrar en ella junto a las dos torres que la hacen célebre. La primera visión de esta plaza es realmente impresionante. Sólo por ello, destaco el sitio.


Plaza Mayor de Alcaraz con la Torre de El Tardón y la Torre de Trinidad


Además de los majestuosos edificios renacentistas que dan forma a la plaza, se puede pasear por la calle Mayor hasta llegar a las ruinas del acueducto. En esta calle hay importantes fachadas y palacios, como por ejemplo la Casa de los Galianos.


Casa de los Galianos


Albacete, ciudad que no es más que un pueblo grande y cruce de caminos. Al entrar asistimos a una procesión de Semana Santa. Fue muy interesante y curioso, pero nada que ver con las famosas cofradías de Sevilla o Málaga. Durante los primeros días nos movimos por la circunvalación hasta el Parador, donde nos alojábamos, una antigua quinta manchega ubicada en un lugar muy tranquilo que recomiendo visitar. Creíamos movernos por las afueras sin saber que el centro de la ciudad se encontraba a escasa distancia de dicha ronda de circunvalación.


Procesión del Domingo de Resurrección en Albacete



Viernes 6 de abril

Bogarra, pueblo serrano que queda un poco olvidado en las rutas turísticas pero que tiene un encanto especial. Me pareció comparable a los pueblos de las Alpujarras granadinas, con sus callejuelas, sus casas encaladas y tejados para la nieve.

Ayna, muy cerca de Bogarra, su vista desde el Mirador del Diablo es espectacular, pero una vez desciendes al pueblo, después de haber visto Bogarra, resulta una aldea bastante menos pintoresca. La lluvia fue abundante y el agua corría por la calle principal como verdaderos arroyos.

Letur, una de las maravillas del viaje. Este pueblecito escondido en la Sierra de Segura, bastante cercano a Jaén, conserva un casco histórico increíble. Es esencial recorrer sus estrechas calles, la mayoría sin salida, para encontrarte con portadas renacentistas y casas que aguantan en pie desde el siglo XVI, heredadas generación tras generación.

Yeste, muy interesante. Le separa de Letur el embalse de Fuensanta, pero merece la pena seguir la carretera angosta que los une para ver las aguas retenidas y la presa y luego llegar al castillo de Yeste y visitar el patio de su convento.


Iglesia de la Asunción desde el castillo de Yeste



Sábado 7 de abril

Para empezar, vimos lo mejor de Albacete en cuanto a cascos antiguos: Chinchilla, aunque el de Letur no se quedaba atrás. Entramos por la Plaza Mayor, casi tan impresionante como la de Alcaraz. El mismo color de la piedra, una disposición de antiguos edificios bien cuidados muy parecida, un arco en una esquina de la plaza como en Alcaraz. Muchas son las similitudes.


Ayuntamiento y Plaza Mayor de Chinchilla


Tan cerca de la capital y tan espectacular, Chinchilla invita a pasear por sus calles una y otra vez.


Casa Solar de los Núñez-Cortés


Además de sus edificios monumentales, hay que conocer las Cuevas del Agujero, una serie de viviendas excavadas en la roca, como las que existen en el Sacromonte granadino.


Cuevas del Agujero


Almansa, de imponente castillo, visible desde todos los puntos de las proximidades, elevado sobre un cerro, cuenta con un entramado de calles menos misterioso que el de Chinchilla, aunque la plaza principal, con la Fuente de los Patos, ofrece al visitante bonitas imágenes.


Castillo de Almansa


El paseo nos produjo hambre y encontramos un restaurante de dos tenedores donde probamos con placer la gastronomía de la tierra, el gazpacho manchego y la ensalada de perdiz escabechada. ¡Exquisito!


Casa Grande o Ayuntamiento


Yecla es un pueblo murciano al que se llega pronto desde Almansa. No tiene mucho que ver, aunque conserva algunos edificios monumentales. Pero el camino desde Almansa cruza primeros bosques de visión relajante. Luego, durante los últimos diez kilómetros, se divisa en el horizonte el pueblo de Yecla, con la cúpula de cerámica azul de su Iglesia Nueva.

Tuvimos que renunciar a la visita al interior del castillo de Almansa -volvía a abrir por la tarde- para llegar con suficiente tiempo a Alcalá del Júcar y mereció la pena el sacrificio. El descenso lleno de curvas bordeando las hoces del río Júcar es una de las experiencias más hermosas que he tenido, por no hablar del mirador desde el que se divisa el pueblo colgado sobre los barrancos inclinados.


Alcalá del Júcar


Creo que en Alcalá fue donde más tiempo pasamos. Primero, aparcamos abajo, a orillas del río, y ascendimos por sus callejuelas hasta la iglesia y el castillo, desde donde las vistas son preciosas, tanto hacia el pueblo como hacia las hoces. Luego bajamos para recorrer la "playa" y las pocas calles en llano. Pero antes -no os vayáis de Alcalá sin hacerlo- accedimos a las cuevas, en concreto a dos que estaban comunicadas entre sí. Las viviendas labradas en la roca eran interesantes, pero ya habíamos visto cosas parecidas. Sin embargo, luego vinieron largas galerías que me recordaron a las ciudades subterráneas de Capadocia o las casamatas de Luxemburgo. Las galerías conducían hasta terrazas y balcones abiertos sobre el río donde podías tomar una copa. ¡Realmente espectacular!


Galerías en la Cueva del Diablo


Se nos hizo tarde y anochecía. Ya casi no había luz cuando nos asomamos desde la carretera, bajo la lluvia, a observar la ubicación de Jorquera, otro bonito pueblo entre las hoces del Júcar.


Domingo 8 de abril

Nos acercamos al centro de Albacete y vimos sus escasos edificios de interés, acompañados de los tambores de la procesión de Resurrección. Incluso, a pesar de ser festivo y domingo, había alguna cuchillería abierta, por si caía algún turista. Pasamos junto a la Posada, actual Biblioteca Pública, y por el pasaje Lodares.


Pasaje Lodares


Pero lo único realmente hermoso de Albacete es el interior de la Catedral, cuyos muros se encuentran totalmente pintados con llamativos frescos y aportan un aire diferente y distinguido a tan desproporcionado templo.


Interior de la Catedral de Albacete


El viaje de regreso a Sevilla contaba con una escala más, algo que nos habíamos dejado atrás por falta de tiempo. Afortunadamente, pudimos hacerlo el domingo con tranquilidad. De por sí, llegar hasta allí fue complicado. El camino es largo, con bastantes kilómetros de curvas tortuosas al final, incluso atravesando un puerto rodeado de nieve. Pero cuando llegamos, los tres kilómetros a pie desde el aparcamiento (la cola para acceder en coche era demasiado larga y preferíamos hacer algo de senderismo) tuvieron su recompensa. El nacimiento del río Mundo es lo más espectacular que he visto en la naturaleza después de las cataratas del Niágara. El salto de agua, a ochenta metros de altura, es hermoso, lo mires de donde lo mires.


Nacimiento del río Mundo


En resumen, no esperábamos tanto de Albacete. Es una provincia llena de riqueza monumental, cultural, natural y paisajística y hemos quedado maravillados por lo que hemos visto.

domingo, 8 de abril de 2007

El escritorio: Zuheros y alrededores


Un recuerdo de mi reciente y ociosa estancia en Zuheros y la visita a las poblaciones de Doña Mencía -la noche antes del eclipse lunar-, Alcalá la Real y Moclín.



Mientras devoramos este manjar
que debe pertenecer a los dioses,
naranjas, olivas, atún y bacalao,
se oyen acentos italianos y recuerdos.

Caminábamos bajo la luna,
llena, luminosa y entera,
por callejuelas oscuras pero concurridas,
al ritmo de las palabras de Juan Valera.

Rodeamos la muralla,
inscrita en la ciudad,
incrustada en su casco urbano
con torreones y almenas.

Junto a la carretera se ven,
entre viñas y mares de olivos,
edificios demolidos, antiguos caseríos,
que se derrumbaron por abandono y tristeza.

La tristeza también venció
a los castillos de Alcalá y Moclín,
pero el uno se alza orgulloso de sus reformas
y el otro oculta sus ruinas a la vista.

Largo fue el camino por el Bailón,
escasa el agua en la fuente,
casi perdidos en el monte,
regresamos por donde fuimos.

martes, 3 de abril de 2007

Colaboraciones: De amor y otras vísceras, de Verónica Calvo

En el sitio donde la conocí, Verónica Calvo comenzó hablando sobre todo acerca de libros y cine. Un buen día nos sorprendió con uno de sus relatos. Desde entonces, hemos podido leer algunos de sus elaborados textos, aunque personalmente creo que han de prodigarse más, pues nos cuentan historias muy reales, muy íntimas. Tanto que yo pienso que verdaderamente en cada uno de sus relatos deposita una parte de sí misma y nos cuenta, con misterio y sutileza, algo que sólo ella sabe, algo de su interior. Cuando leí esta breve narración, quise tenerla entre las colaboraciones de este rinconcito, de manera que se la pedí prestada.

Mira el reloj por enésima vez. Sólo pasan siete minutos de la hora acordada, tal y como indica la esfera de su reloj nuevo, reluciente, desde que perdiera el antiguo no sabe dónde, cuándo ni cómo, pero Virginia es así, extremadamente quisquillosa en temas de puntualidad. Aunque no debería sorprenderse, sabe que Gladys, esa cubana despampanante que tiene como amiga, es totalmente opuesta a ella. A ella y a sus manías, a su orden, a su perfección, a esas pequeñas cosas que en algún momento fueron grandes virtudes y forjaron su carácter y de las que ahora, en cambio, fraguado ya éste y asentado en un iceberg de frialdad y compostura, le gustaría ser capaz de desprenderse. Pero ya es tarde.

-¿Le tomo nota, señora?

Levanta la cabeza y le ve. Un camarero joven, de poco más de veinte años que acaba de cometer la desfachatez o el improperio, demasiado reiterado últimamente, de llamarla “señora”.

-No gracias, espero a alguien.

Se aleja el muchacho, y Virginia piensa en ello mientras le observa. La cabeza alta, los pasos largos, firmes, seguro de sí mismo, las piernas regias, fuertes, al igual que esos brazos desnudos que sujetan la bandeja. Carne de gimnasio, se dice a sí misma, y no puede evitar que la imagen del camarero y la palabra “señora” resonando en su cabeza, que le hace sentirse mucho más vieja de lo que en realidad es y aparenta, le evoquen a él, recuperándolo de un lugar en el que nunca terminó de esconderlo del todo, como el polvo bajo el sofá de una casa mal barrida, quizá precisamente para hacer resurgir de vez en cuando su propia vergüenza, castigándose, pero también para revivir lo que experimentó entonces y que, aunque le pese, jamás ha vuelto a experimentar. Recuerda entonces, mientras espera, que él se llamaba Ricardo, Ric para los amigos, o quizá Richard, o Ricardito para sus padres, sus abuelos, sus maestros de la escuela primaria, esa tía pesada y besucona que todos tenemos. Pero eso lo supo luego, claro, su nombre, cuando lo escuchó de boca de alguien, desde el interior de la tienda, y ese ¡Ricardo! alto, claro, fuerte, penetró por sus oídos mucho antes que en los del mismísimo interesado, quien reaccionó tarde, demasiado tarde, le pareció a ella, con actitud despreocupada, lacónica, como si nada le importara, ni el dueño de aquella voz, ni el tono conminatorio de la misma, ni su propio nombre acaso, que seguía vibrando en los oídos de Virginia como la más hermosa de las melodías mientras él desaparecía de su vista y se perdía tras las cortinas de plástico que repiquetearon a su paso dando fe de su partida y, quizá, esperanza de un próximo retorno.

Virginia salió de la carnicería con un pollo entero, cortado para hacer a la plancha, que guardaría en la nevera junto con el pollo de ayer, y el de anteayer, y con las morcillas del miércoles, y los chuletones del martes, y con la certeza de tener algo, de poseer aquel nombre que se le antojaba mayestático, señorial, nombre de reyes, se dijo, de príncipes, de nobles. Ricardo. Soñó con él aquella noche, otra vez, con la diferencia que entonces podía poner nombre al objeto de su deseo, al instigador de sus jadeos, sus gritos sofocados, al culpable de que su camisón amaneciera húmedo, su pelo mojado por el sudor, la boca sedienta y el ardor perdurando aún en el bajo vientre.

Iba a la carnicería cada mañana, sin falta, sin una sola ausencia durante aquel mes de agosto, siempre sobre las diez y bajo un sol que empezaba ya a quemar, porque a aquella hora era cuando la tienda estaba más llena y eso le daba un margen de contemplación de, al menos, entre siete y doce minutos. Aunque muchas veces se encontraba con alguna de las vecinas del pequeño pueblo donde veraneaba y donde todos se conocían, y tenía que escuchar educadamente sus lamentos, sus quejas sobre maridos que no ayudan, sobre caderas que duelen, máxime cuando hay viento, sobre hijos que anhelan abandonar el pueblo y alejarse del cobijo de sus padres, sobre nietos y nietas que empiezan a dar sus primeros pasos o con quienes asisten en comandita al milagro del alumbramiento del primer diente de leche. Sonreía Virginia, sin hablar demasiado, tampoco sin escuchar. Dedicaba sus cinco sentidos y toda su capacidad de concentración, o toda la que sus paisanas le dejaban libre, a la figura de Ricardo, del joven Ricardo, o Ric para los amigos, o Richard, o acaso Ricardito para sus familiares, a su torso casi desnudo, sólo cubierto por una camiseta de tirantes blanca, manchada de sangre ajena, a los bíceps y a los tríceps de sus brazos y a toda la retahíla de músculos que éstos tuvieran y de los que Virginia, que era de letras, ignoraba el nombre; a su rostro bello y terso, limpio como el del chiquillo que era, sus ojos oscuros, pequeños, su nariz grande, los pómulos marcados, la boca de labios gruesos, los dientes blancos, todos muy juntos, aún pulcros y perfectos. Tampoco perdía detalle de cada uno de sus actos, del movimiento de sus muñecas mientras éstas descuartizaban todo tipo de aves, conejos, cerdos, corderos, terneras, con cuchillos enormes de hoja reluciente y afiladísima, o bien preparaba la masa para las croquetas y las albóndigas caseras, con sus manos de dedos largos de uñas cortas e irregulares, obscenamente infantiles todavía.

Se enamoró Virginia perdidamente de Ricardo, o Ric, o Richard, o tal vez Ricardito para sus más allegados, pese a que ella, que rozaba los cuarenta, podría ser su madre, pese a tener estudios, una carrera, una posición, un trabajo importante y bien remunerado en la ciudad, y él, Ricardo, era, por lo que pudo averiguar y que fue mucho, dada la facilidad con que las gentes del pueblo tendían a soltar la lengua cuando alguien tiraba un poco de ella, era un bala perdida, un chaval que dejó la escuela a los catorce años para hacer todo tipo de trabajillos inmundos y mal pagados hasta que terminó, a los diecisiete años, de aprendiz en la carnicería. Y vaya si aprendía, se decía Virginia al recordar cada hachazo, cada salpicadura de sangre, de vísceras, cada cuello de pollo degollado que parecía mirarla a ella directamente, acusarla no sólo de adúltera sino de pervertida, de infanticida, junto con la aseveración de las cabezas de los cerdos, temibles jueces sin toga ni puñetas, que reposaban tras el cristal de la nevera, e incluso los ojos oblicuos de los conejos despellejados, extremadamente abiertos, parecían unirse al sentimiento general y recriminarle tal insensatez con sus veredictos de voces cercenadas. Pero todo aquello no impedía a Virginia seguir con sus sueños, sus noches agitadas, sus idas y venidas a la carnicería, los kilos de carne que atesoraba en el congelador y de los que ni Carlos, su marido, ni sus dos hijos parecían extrañarse.

No recuerda Virginia el momento exacto en que él se percató de sus miradas. Probablemente no hubo un momento preciso, sino un cúmulo de momentos, de sospechas que por sí solas acabaron fundamentándose. Pero entonces Virginia lo supo, lo supo con una certeza aplastante, en un momento dado, en un instante fugaz en que sus miradas se cruzaron, en el que su rostro enrojeció visiblemente y el suyo, el de Ricardo, sólo esbozó una sonrisa triunfal, orgullosa, a la que acompañó un golpe de cuchillo sobre la tabla de picar y, como resultado, otro pollo decapitado.

Pasaron los días, las miradas se seguían cruzando y sosteniéndose mutuamente por un periodo cada vez más prolongado, tanto que Virginia tenía que romper aquel fino lazo invisible que los unía, echar al suelo al funambulista de sus miradas y salir de la carnicería como alma que lleva el diablo, la compra mal colocada en el cesto, el corazón en la boca y la temperatura de su cuerpo elevándose hasta cotas que jamás hubiera sospechado poder alcanzar. Entonces Virginia se detenía a los pocos metros, falta de aire, de oxígeno, de sangre en el cerebro, y se apoyaba en el muro de la esquina adyacente sólo para procurarse aire con la mano y pensar que aquello no estaba bien, que todo era una locura, Ricardo sólo un crío y ella una insensata. Pero persistió Virginia con cabezonería, o acaso sin poder evitarlo, en su desafío con lo prohibido y lo vetado, en sus idas y venidas a la carnicería, en su particular reto de miradas y juegos malabáricos con aquellos ojos pardos que la volvían loca, hasta que llegó, pese a sus propias advertencias, el día íntimamente temido y sospechado en el que Virginia había preferido no pensar hasta entonces, el día en que Ricardo no se encontraba tras el mostrador de la carnicería, en el lugar acostumbrado, porque aquel sábado de agosto y de nupcias, como supo más tarde, su tan ansiado objeto de deseo no había ido a trabajar.

-Ya ve, señora Virgi- dijo la rolliza dueña del lugar-, tengo al muchacho de padrino de boda… - y ¡zas!, un corte limpio, perfecto, en el cuello del próximo huésped de su opípara nevera.

Salió Virginia aquella mañana de la carnicería arrastrando el cesto, los pies y su alma. Se paró en la esquina más próxima, de todas formas, sólo para ahuyentar sus funestos pensamientos, pese a no saber con exactitud si la ausencia de Ricardo le producía malestar o un cierto alivio, el alivio no querido que siempre otorgan la razón y la cordura. Y justo en eso pensaba Virginia antes de reanudar la marcha, con pesadumbre, antes de verle en la esquina contigua, enfundado en un traje oscuro de solapas anchas, absolutamente pasado de moda, el pantalón a la altura de los tobillos, quizá cortado a la medida de su anterior propietario, los zapatos viejos, gastados, la camisa amarillenta, bañada en lejía demasiadas veces y en excesivos centrifugados, la corbata roja que le quedaba larga, mucho más abajo de la hebilla de su cinturón. Se apoyaba Ricardo, o Ric, o Richard, o acaso Ricardito para sus familiares, en la pared con un solo pie y fumaba un cigarrillo en actitud tan chulesca como la que esgrimía a diario tras el mostrador de la carnicería. Había visto a Virginia mucho antes que ella se percatara de su presencia, y lo peor, se dijo ésta, es que probablemente aquello no se trataba de una anodina e inocente casualidad, y que Ricardo estaba allí sin otro motivo que el de esperarla a ella. Pero no tuvo Virginia mucho tiempo para reflexionar acerca de aquella teoría porque Ricardo, con un gesto rápido, expeditivo, tiró el cigarrillo al suelo, lo aplastó con la suela de sus zapatos rancios e inició, lento pero sin pausa, las manos en los bolsillos que achicaban aún más el largo de sus pantalones, la peregrinación de deseo hacia ella, de lujuria, de insensatez, de disparate.

Salió corriendo cuando Ricardo, Richard, Ric o acaso Ricardito para su familia, amigos y quien sabe si jóvenes amantes, se encontraba a escasa distancia, apenas unos centímetros, unos palmos incalculables de la tentación y el riesgo, el contenido de la cesta despedido hacia el suelo por culpa de un gesto nervioso e involuntario con el pie, la caótica visión de la compra desparramada por la acera mientras ella seguía corriendo, la falda fuertemente agarrada con ambas manos para no tropezar y caerse, sin volver la cabeza ni un solo instante, arrepentida ya tras el primer paso, sus mejillas enrojecidas por el bochorno, el dolor y la impotencia.

-¡Al fin llegué, mamita! ¡Tú ya sabes como está el tráfico! ¡Horrible, horrible!
Se sienta Gladys envuelta en su perfume, escoltada por el repiqueteo de sus collares, pulseras y abalorios, su cuerpo orondo, joven, deseable, despertando miradas, pasiones y envidias a su paso. La observa Virginia con condescendencia antes de atraer la atención del camarero con un gesto de su mano.

-Yo sólo tomaré una ensalada.

-¿Y eso, mamita? ¿Estás tú a dieta?- pregunta Gladys en voz baja, observándola por encima de la carta, en un tono y un deje que tanto podría invitar a la confidencia como al pecado.

Jamás se giró Virginia mientras huía de Ricardo. De haberlo hecho, sólo un instante, hubiera visto al muchacho arrodillado, recogiendo con una mano las pechugas del pollo que aquella mañana había comprado, el hígado, las patas, el cuello, los riñones dispersos sobre la acera, mientras con la otra guardaba de nuevo, para no mancharlo, el reloj en el interior de su bolsillo. Un reloj finísimo, caro, de mujer, que la tarde antes había encontrado en el suelo de la carnicería mientras barría, con un nombre y una fecha grabados en el reverso de su esfera: para Virginia, de Carlos, 7 de febrero de 1993.

-Me he hecho vegetariana -dice Virginia. Y sonríe con una mueca débil, lacónica, distante, mientras contempla el ignoto vacío de la calle y escucha el lento y meloso acento de Gladys que, con esa suave y liviana cadencia que hace evocar un paraíso de arena, sol y palmeras, pide al joven camarero sin amago de remordimiento una ración entera de pollo en pepitoria.

domingo, 1 de abril de 2007

El arte instantáneo

Cuando me enseñaron este videoclip, lo primero que pensé es que el autor tenía que conocer la obra que reproduce al mínimo detalle, tenía que haberla pintada sobre lienzo a la perfección para ser capaz de luego, tras un duro entrenamiento y numerosos ensayos, ser capaz de pintar la Gioconda de Leonardo Da Vinci en dos horas y media. No sé si mi suposición es acertada, pero en cualquier caso resulta muy meritoria. Seguid los trazos del pincel hasta el final, merece la pena.



Fuente: YouTube