El tiempo ya no me cunde. Desde hace unos meses, aunque me organice igual que siempre, es imposible que lleve a cabo lo que me propongo. Los días duran menos, está claro. ¿No os lo creéis? Yo tampoco me lo creía. Pero entonces me puse a contar los segundos y cuando llegué a sesenta, ¡hacía un rato que había terminado el minuto!
Debe de ser algo inherente a la edad. Conforme nos hacemos mayores, el tiempo se contrae, como si fuera el síntoma de una enfermedad crónica que va a peor. A menudo recuerdo lo largos que me parecían los días cuando era niño, todo lo que me daba tiempo a hacer en los veranos de mi adolescencia, en las tardes después de clase en la Universidad... Fue empezar a trabajar y todo cambió. Pero me entusiasmó tanto ese nuevo mundo que no me quise dar cuenta.
Sin embargo, ahora me gustaría poder desarrollar mi vida como lo hacía un año atrás, tan solo eso, y no soy capaz. ¿Qué es lo que falla? ¿Vivo más lentamente y no soy consciente de ello? ¿Cuánto durarán entonces las horas cuando duplique la edad que ahora tengo? ¿En eso consiste envejecer?
Me queda un consuelo. He aprendido que debemos disfrutar del presente, de vivir plenamente el día que tenemos por delante. Y eso es lo que intento. Al menos, aunque el tiempo se me escape de las manos, literalmente, gozaré de él todo lo que pueda.
Apuntes y excentricidades de un escritor. Un rincón para quienes quieran comentar algo de literatura... y otros temas, ¿por qué no?
lunes, 16 de mayo de 2011
Reflexiones de un ser mundano: La contracción del tiempo que vivimos
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