La cruda realidad es que el libro electrónico no resiste tan bien como el libro de papel las experiencias a las que le somete el lector de verano. Muchas son las personas que disponen de más tiempo ocioso en esta época del año y aprovechan para leerse unos cuantos libros. Cada vez es más frecuente que, precisamente por estas circunstancias y para mayor comodidad, la gente tienda a utilizar dispositivos electrónicos para leer. De este modo no tienen que elegir qué libros meter en la maleta, no tienen que cargar con ellos y pueden tenderse en la toalla o en la hamaca como quieran, pues son bastante livianos.
Pero luego llega el momento de la verdad. La esperanza de vida de un libro en verano se reduce drásticamente, debido a los innumerables riesgos que surgen, derivados de ese afán de reposo y desidia a que nos conducen las vacaciones. Porque, si una ola arrasa nuestra toalla o tropezamos con el borde de la piscina y nos caemos, se nos moja el libro. Cuando es de papel, no pasa nada; lo dejas secar y quizá se estropee un poco, se le arruguen las hojas y nos dé un poco de rabia si le teníamos cariño. Pero a un libro electrónico no hay quien lo salve del chapuzón.
Bromas aparte, sea cual sea la estación del año, tal como se fabrican hoy en día los aparatos que compramos, resulta innegable que el usuario de estos dispositivos tienen un inconveniente principal: ¡son electrónicos! Lamentablemente, la calidad de algunos aparatos deja mucho que desear. Que un libro se moje o se manche, puede molestarte, pero lo que debe ser realmente fastidioso es que, mientras estás leyendo, de pronto no puedas pasar la página y resulte imposible continuar con la lectura porque el cacharro se ha bloqueado. Es como si al volver la página (de papel), la encontraras en blanco por un fallo de imprenta. ¿Hay algo más odioso que una máquina que no hace lo que tiene que hacer? Una lavadora que no lava, un lavavajillas que no friega, un microondas que no calienta, un libro electrónico que no se puede leer...
Hace unos días, estuve en una de mis librerías favoritas, Second Hand Book Shop, en Torremolinos, que, por cierto, recomiendo visitar. Tienen todo tipo de libros en varios idiomas, sobre todo en inglés y español, y rara es la ocasión en la que no termino llevándome alguno, pues se pueden conseguir títulos interesantes en muy buen estado y a un precio muy razonable, dos o tres veces por debajo de su valor original.
Mientras hacía mi búsqueda por las estanterías, entró una señora que quería comprar varios libros porque le había fallado el libro electrónico que se había comprado tan solo hacía un año. Explicó que se atascaba mientras leía y era imposible avanzar. Así que no había podido terminar de leer dos libros que había empezado. Lo primero que pensamos tanto la librera como yo es que eso no te pasa con un libro de papel.
Hablando después con la librera, me confesó que no era el primer caso. Ya habían acudido otras personas con problemas idénticos o similares: el libro no va ni para adelante ni para atrás, ni para arriba ni para abajo, ha recibido un golpe, me he sentado encima, se me ha caído a la piscina. Le expresé mi opinión: que los libros de papel tienen los días contados, aunque no creo que ocurra rápidamente. Y que los libros electrónicos deben tener otra misión y ser diseñados con un grado de interacción superior, adecuado a las aptitudes de los aparatos que los almacenan (es lo que está intentando ITE Editorial con sus nuevos proyectos). A ella le daba mucha pena, después de tantos años dedicados a la librería (la abrieron en 1971), que este negocio decayera frente a otros canales. Pero no podemos cerrar los ojos ante lo que el público está pidiendo. El tiempo lo dirá, pero bastará con que las editoriales encaucen este tipo de mercado y garanticen los beneficios, como hacen ahora con los libros tradicionales.
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