Gracias a las representaciones artísticas, algunos textos, maquetas e incluso el hallazgo de grandes naves funerarias en complejos piramidales, sabemos de la importancia que tuvo la navegación en el Antiguo Egipto y podemos hacernos una idea aproximada del tipo de bajeles que surcaron las aguas del Nilo o que alcanzaron las costas asiáticas y algunos puntos litorales del África oriental.
La situación geográfica del país, con el Nilo recorriendo de norte a sur la totalidad del territorio y la posesión de grandes franjas costeras en el mar Mediterráneo y en el mar Rojo, propició que ya en tiempos primitivos los egipcios destacaran en la construcción de barcos que les permitieran una comunicación más rápida dentro de sus propias fronteras mediante el río y un acceso a ricas zonas comerciales a través del mar. A finales del cuarto milenio a. C. hubo enfrentamientos sobre las aguas tal como queda reflejado en las pinturas de la tumba 100 de Hierakonpolis, donde se observan naves blancas con quilla curvada enfrentándose a una negra con proa vertical.
El rey Jasejemui (predecesor de Sanajt y Djoser) es el primero que está documentado en Biblos, ciudad cananea que mantuvo excelentes relaciones comerciales con Egipto durante siglos. Aunque estos datos no tienen una relación concreta con la guerra, demuestran que ya en tiempos de este monarca estaba perfectamente establecida una estructura naval que incluía largos viajes de cabotaje por el mar Mediterráneo para importar cedros, cipreses y coníferas del Líbano.
Tal como se explica en el primer capítulo de Ladrones de Atlántida, la navegación más allá de la costa africana, aunque ciertamente arriesgada, era factible, por lo que los egipcios habrían podido mantener relaciones comerciales con territorios situados en el inmenso océano viajando en sus primitivas naves. Con la expedición “Ra I” de 1969, que zarpó de Marruecos, el explorador y arqueólogo Thor Heyerdahl probó que las embarcaciones de papiro de los antiguos egipcios habrían podido cruzar el Atlántico. Un año después, con la expedición “Ra II”, llegó a Barbados después de un viaje de dos meses y tras recorrer 6.100 kilómetros. Heyerdahl quería demostrar que los egipcios tenían capacidad para llegar a América y podrían haber fundado las civilizaciones azteca e inca.
Eran muchos los productos con que se comerciaba en el puerto de Thool (página 35 de la novela), pues a Egipto llegaba marfil del interior de África, incienso y mirra de Arabia, perlas y conchas del Golfo Pérsico, cornalinas y turquesas del valle del Indo y lapislázuli de las remotas minas afganas del Badajshan.
El valor de algunos de estos materiales se veía reforzado entre la gente de Kemet (la Tierra Negra, como llamaban los antiguos egipcios a su tierra) por las características místicas que se les otorgaban. Así, el oro se asociaba con la carne de los dioses por su incorruptibilidad, la resplandeciente plata con la osamenta divina, el lapislázuli, del color azul del cielo, con el cabello divino, y la cornalina con la roja sangre, la energía vital.
Más información en http://blogia.com/terraeantiqvae/index.php.
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