viernes, 7 de septiembre de 2007

Taller: Ensayo sobre el poeta Cintio Vitier, de Julio Pino Miyar (primera parte)

Hace unos días, el autor de este ensayo, Julio Pino, se puso en contacto conmigo para ofrecerme uno de sus trabajos y publicarlo en este blog. Julio Pino Miyar es un escritor cubano que reside en Longwood, Florida (Estados Unidos). Poeta, narrador y ensayista, colabora asiduamente con la prensa cultural de La Habana y América Latina. En 1995, fundó la revista literaria Los conjurados.

Me envió este trabajo, un estudio sobre una figura de la poesía, así que he optado por incluirlo, dividido en tres partes, en esta sección de taller literario. En su ensayo, Julio nos habla de Cintio Vitier, poeta, ensayista, narrador y crítico cubano nacido en Cayo Hueso, Florida, en 1921. En 1938 publicó su primer libro, Poemas, con una presentación de Juan Ramón Jiménez. Perteneció al grupo de poetas que elaboró la revista Orígenes (1944-1956). Se doctoró en Leyes y trabajó como profesor en la Escuela Normal para Maestros de La Habana y en la Universidad Central de Las Villas. De 1962 a 1977 fue investigador literario en la Biblioteca Nacional "José Martí". Fue nombrado Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana, de la Universidad Central de Las Villas y de la Universidad Soka de Japón. Preside el Centro de Estudios Martianos.

Su poesía constituye un valioso aporte a las letras hispanas. Su obra dio un giro hacia el compromiso político y social a partir de los años sesenta, en parte debido a la influencia del poeta nicaragüense Ernesto Cardenal. También ha obtenido numerosas distinciones, entre las que sobresalen: el Premio Nacional de Literatura en 1988, el Premio Juan Rulfo en el año 2002, el título de Oficial de Artes y Letras de Francia y la medalla de la Academia de Ciencias de Cuba. Algunas de sus mejores composiciones son La voz arrasadora, Examen del maniqueo, Compromiso y Torre de marfil.


Leer es poesía, si afuera llueve (Poemas de Cintio Vitier)
Primera parte

No sé porque será, pero siempre que medito en la literatura de Cintio Vitier regresan a mi memoria las lecciones sin par del maestro Juan de Mairena.

Cabe aclarar que Mairena fue un doble literario creado, en su momento, por el poeta católico español Antonio Machado. Fue creado para discurrir desde la distancia, de un modo poético y ensayístico, sobre política, filosofía, ética y estética. La pasión española de Machado se volcó en su criatura, la cual le proponía al lector apuntes de humor y fantasía, aguda penetración reflexiva en la raíz existencial de la poesía; en su fundamento vital, antropológico, sociocultural e histórico.
En una apócrifa ocasión, en que Mairena impartía clases en el Liceo, le pidió a uno de sus más aventajados alumnos, que escribiera en la pizarra la siguiente oración: "Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rua." Y añadió: "Vaya usted poniendo esto en lenguaje poético". El muchacho volvió a escribir: "Las cosas que pasan en la calle". "Muy bien", sentenció el maestro.

La erosión que padece el lenguaje por su excesivo uso nos impide valorar cuanto abunda en él (incluso en sus formas más simples) de expresión metafórica, de alocución lírica, de giro idiomático eminentemente poético, de mención alegórica empañada por el prosaísmo que sufre sin razón lo cotidiano. Ejemplo de poesía conversacional es la propia obra de Machado. Ejemplo de seguridad mayor en la poesía, es no temer a los lugares comunes que pueblan nuestra lengua, para ir realizando en ellos el enredillo sutil de la palabra clara con el hondón filosófico de la vida.

Cintio reúne de un modo propio y singular estas mismas cualidades. Abundan en su obra la fantasía, el humor, el apunte con el que espera capturar una experiencia cotidiana para resaltar de ella su nota lírica, su vena existencial y trascendente, sustancias de las que se nutre con sosiego su poesía.

Porque Cintio es un poeta que gusta lucir, desde sus páginas, de una respiración acompasada, regulada, que carece, por tanto, del carácter enfebrecido y asincrónico que connota, en ocasiones, la pulsión confesional de los grandes endemoniados de la poesía.

Aunque paradójicamente si leemos con atención la poesía de hombres psicológicamente enfermos como Federico Hôlderlin, o de algunos poetas alemanes del siglo XIX y principios del XX, veremos que lo común en ellos es el compás sostenido y sincopado de la expresión poética. Pues bajo ciertas circunstancias los llamados "poetas malditos" pueden ver en la vida una razón de peso para el canto moral.

Pero por otra vía, desde otros modos diferentes de encarar las tensiones que contrae nuestra psicología con la razón vital, es indudable que la poesía de Cintio refleja esa misma vocación moral. Ese expositivo discurso ético que su palabra resuelve con dominio de un modo formal. Y muchas veces como Machado no es ajeno al lado conversacional y sencillo de la expresión. Es la capacidad que poseen algunos poetas de hacer claro lo oscuro, embellecer la claridad y permanecer con certeza mudos cuando son testigos de lo inefable. Se ha dicho con merecidos motivos que el poeta maldito es "el ladrón del fuego", pero poetas como Cintio y como Machado actúan en la sociedad como guardianes del patrimonio. Porque les ha sido entregado en virtud una heredad. O para reafirmarlo con palabras de León Felipe, el poeta es "el Guardián de la Heredad". En una sociedad que se asienta sobre firmes bases ideoculturales, al individuo le es conferido con razón, y en usufructo, una heredad de la que debe ocuparse con justicia. Nuestro padre nos la entrega como suerte de un ministerio que debemos proseguir sobre la tierra: una casa; (el árbol que nos nutrió de niño) los hermanos; un ejemplo vital; la patria y una biblioteca en cuyos anaqueles descansan los nombres mayores de la literatura y del pensamiento nacional y universal.

La poética de Cintio es de ese tipo que sólo a los individuos que poseen una feliz y "asombrosa heredad", les es permitido construir en un momento particular de la historia nacional.

Interrogado sobre su abuelo, el padre del pensador Medardo Vitier, Cintio me relató aproximadamente que era un hombre que, en una solitaria noche campesina de los campos de Matanzas, afirmaba haber visto pasar frente a él, en antológica procesión, a todos los animales y figuras que pueblan la Creación. No sé de qué ignorada Arca habría salido semejante cortejo, ni a qué fatal diluvio sobreviviera ese milagro. Lo único explicable es la presencia de raíz filogenética de la metáfora, como un cuerpo resistente del que el poeta se siente también heredero, como prosecutor y testigo, intrínsecamente familiarizado con los textos bíblicos, con la apacible soledad de las "iluminadas" noches campesinas.

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