Hace tiempo que le doy vueltas en la cabeza a la misma idea. Cada norma, cada ley nueva que se establece en cualquier ámbito de esta sociedad restringe más aún nuestro albedrío y constriñe más nuestro espacio. Se supone que las leyes se formulan para protegernos, a las personas y a las instituciones de las que formamos parte, y para asegurar nuestra libertad y nuestro bienestar. Sin embargo, limitan nuestros movimientos, físicos y mentales. Cada vez con más frecuencia, se elaboran reglamentos con la intención de resolver alguna circunstancia concreta, pero cuya aplicación y ejecución afecta a una inmensa mayoría de personas como si se tratara de un efecto colateral.
Estas medidas llegan hasta el ridículo en las situaciones más cercanas al ciudadano. Cada vez que paseo por mi barrio, en Sevilla, sufro una tremenda indignación, sobre todo si llevo a mi hija en su carrito. Hace unos años se consiguieron salvar las barreras para facilitar el paso a los minusválidos. No fue tarea fácil, nunca lo es. Como todos sabemos, nuestras ciudades no están pensadas para personas con algún tipo de invalidez, que dependen para su locomoción de una silla de ruedas. No importa que haya desniveles o escaleras, pues en su día se construyeron amplias rampas para hacer la calle accesible a estos vehículos.
Sin embargo, hace unos meses, a alguien se le ocurrió que la vida de los peatones que se mueven sobre ruedas no era suficientemente divertida si no se les ponía otros obstáculos. En los extremos de las rampas, al principio y al final, aparecieron vallas de metal. Claro, había que evitar que los motoristas y los ciclistas utilizaran las rampas de forma indebida y egoísta. Pero no pensaron en que eso hacía también la vida más difícil a aquellos para quienes estaba reservado su uso. Estas vallas están montadas de tal manera y formando tales ángulos que una silla de ruedas no puede maniobrar para subir o bajar por ellas.
De pronto, estas feas vallas grises se están multiplicando. Y se han vuelto una molestia para todos. Ya ni siquiera una persona a pie puede pasear con normalidad. En lugar de caminar en línea recta, tiene que hacerlo buscando el único paso posible, ese pequeño hueco tan incómodo hacia la mitad de las vallas.
Lo peor es que esto está pasando desde que se convocaron las iniciativas ciudadanas para la utilización de los presupuestos locales y somos nosotros mismos quienes proponemos y decidimos. ¿Hacia dónde vamos? ¿Hacia un mundo aún más absurdo?
Apuntes y excentricidades de un escritor. Un rincón para quienes quieran comentar algo de literatura... y otros temas, ¿por qué no?
lunes, 1 de diciembre de 2008
Reflexiones de un ególatra: ¿Cómo facilitar el acceso creando más dificultades?
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
No sabes lo de acuerdo que estoy contigo, y especialmente en el asunto de esas vallitas de marras. Que al que las puso, lo colgaba en una de ellas desde los mismísimos. Hay que ser bruto e inconsciente para tomar esas decisiones...
Pues sí, Javi. Mensaje más claro que el tuyo es imposible.
Publicar un comentario