Ya no es un bebé. Es algo que nos repetimos constantemente. Dentro de unos meses comenzará a hablar casi como los adultos (de hecho, ya construye frases perfectamente y pilla el hilo de todas las conversaciones al vuelo), comerá completamente sola, se liberará de los pañales y dará el salto a la autonomía como personita.
Una de las decisiones más acertadas que hemos tomado en nuestra vida fue forzar el regreso desde Valladolid. Es cierto que las circunstancias laborales no eran tan propicias como se había esperado, pero, además, estaba en juego la salud de nuestra hija, como luego se ha demostrado, y hasta llegar a Sevilla no nos dimos cuenta de la importancia de volver a casa. Desde que vive en Sevilla es otra. Solo ha pasado un resfriado y una pequeña gastroenteritis, ha engordado y ha crecido mucho. En Valladolid, raro era el mes que no íbamos a urgencias y rara la semana que no visitábamos la consulta del pediatra. Probablemente lo pasemos regular a partir de septiembre, cuando se incorpore de nuevo a la guardería y pille todos los virus y microbios del mundo. Pero, como diría un físico, eso estará dentro de los parámetros normales.
A veces pensamos que Irene está un poco consentida, quizá por lo mal que lo pasó durante su primer año y medio de vida y por el exceso de protección que tuvimos que darle. Pero la verdad es que es obediente y nos cuesta limitar su espíritu inquieto, que todo lo quiere tocar, saber, averiguar, mirar, analizar. Tiene gran facilidad para la imitación y ha empezado a poner voz a sus muñecos. Si en Navidad, cuando un vecino de mi madre se despedía de nosotros, Irene le saludaba convencida con un ¡Adiós, Baltasar!, porque ese señor es negro, ahora es capaz de abstraerse de la realidad y responder como si hablara por boca de su muñeca favorita, con la que duerme desde que tenía dos o tres meses.
-¿Tienes sed, Elefantita? -le preguntó Mª Carmen.
-Yo no -contestó Irene con voz en falsete, simulando que hablaba la propia Elefantita, en su regazo-, pero Irene sí.
Supongo que todos los padres tienen la oportunidad de descubrir las aptitudes de sus hijos mientras los ven crecer y todos los hijos destacan en algo, aunque para cada padre el mejor del mundo será su propio hijo. Sin duda, lo que más sigo admirando de mi hija es su alegría, su capacidad de disfrutar absolutamente con todo. Todo le gusta, todo le sorprende, todo provoca su sonrisa y su asombro. Le encanta bailar, cantar, gritar, reír. Ojalá conserve siempre esa personalidad, fuerte y firme, que le permite enfrentarse a lo que venga con tanto entusiasmo.
Ya han pasado las ferias a las que habíamos programado ir. Y cómo ha gozado Irene con su traje de gitana, como ella dice. Cómo movía los volantes y los brazos, giraba sobre el eje de su cuerpecillo y danzaba al son de las sevillanas. Curiosamente, el traje, que antes se ponía a diario en casa, a la espera de que llegara la fecha de salir con él a la calle, ha quedado olvidado definitivamente en el armario. Eso confirma la emoción con que lo vive todo (pulsad en la foto para ampliarla y observad cómo le brillan los ojos y con qué descaro se ofrece a la cámara) y que tiene conciencia de que cada cosa ocupa su tiempo y su lugar, no más.
Aprovecha tus virtudes, hija mía, que muchas pareces tener, y también tus defectos. Sigue siendo tan positiva, aunque la vida se vaya haciendo un poquito más difícil conforme recaiga sobre ti la responsabilidad de crecer. Si algún día lees esto, comprenderás mejor por qué te envío ahora un beso muy grande hacia el futuro, aunque te tengo muy cerca y puedo dártelo en la carita ahora mismo.
3 comentarios:
Me alegro mucho de que vuestra peque esté mucho mejor.
Es cierto que el primer año de vida es un susto contínuo y vas de pediatra en pediatra y de urgencias en urgencias...
Creo que más que favorecer regresar desde Valladolid, lo que ha sido positivo es no ir a la guardería. Nuestro peque no ha levantado cabeza hasta hace dos meses que lo sacamos de la guarde. Ahora en casa ha mejorado un montón y ha engordado. Un único costipado en estos dos meses...
Es increible ver como crecen ¿verdad?
La guardería influyó desde luego. De hecho, los niños que estaban con Irene en la guardería de Valladolid enfermaban con frecuencia este invierno (mantenemos el contacto con su monitora). Sin embargo, Irene siguió enfermando incluso después de darla de baja. Aún recuerdo con horror el último fin de semana de septiembre, lo mal que lo pasamos en una escapada a Madrid. Tuvimos que regresar antes de lo previsto.
El clima de la ciudad no nos sentaba bien a Irene ni a mí. Yo ya había vivido en Burgos un año en mi infancia y desde entonces sufro una faringitis crónica que se me acentúa en determinadas condiciones ambientales. Del año y medio que pasamos en Valladolid estuve un año con dolor de garganta y toses. Valladolid es una ciudad espléndida, idónea para vivir y estábamos encantados con el piso donde nos instalamos, en pleno Paseo Zorrilla. Pero no nos sentaban bien su largo invierno, sus temperaturas y la rudeza del tiempo. Por eso fue acertado regresar.
Por otra parte, están las circunstancias. Irene no lo habría pasado tan mal de habernos quedado en Sevilla porque su estado era delicado y no pudo seguir asistiéndola su pediatra. Hasta los nueve meses, pese a la insistencia de sus padres, nadie se dio cuenta de que la niña padecía intolerancia a la proteína de la leche vacuna. En fin, todo eso ya pasó.
Gracias por seguir ahí, amigo.
Que cosa eso de ser padres, uno no es consciente de lo que supone hasta que lo es...Y se pregunta por qué no lo sería antes.
Me alegro mucho de ver la chiquilla que teneís y sí, puede que esté consentida, como mi hija Sarah, pero ¡qué diablos! en su justa medida, está bien,muy bien.
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