Dicen que el calendario maya vaticina un vuelco de la realidad en 2012. Tal como van las cosas, no parecería extraño que el año que viene el mundo tradicionalmente conocido como Occidente, formado por las autoproclamadas primeras potencias, se estrellase definitivamente. Hay días en que opto por no escuchar la radio por la mañana porque, cuando nada puede ser peor, los locutores te hacen ver que en efecto lo es. En cambio, otros países, que están aprovechando la ocasión para emerger, podrían reírse tranquilamente de lo que está sucediendo.
Al margen de la situación actual, subsiste ese temor supersticioso ante la posibilidad de que los mayas no se equivocaran en sus profecías. Sin duda, es así. A pesar de que 7 mil millones de seres humanos pueblan la Tierra, no somos más que una inmensa tribu plagada de miedos y supersticiones; es lo único que explicaría el estreno en 2009 de la película 2012 de Roland Emmerich, en la que una cadena de grandes catástrofes naturales obliga a la Humanidad a revivir el mito del arca de Noé. Fue una película simpática, de espectaculares efectos especiales. Pero, ¿por qué se realizó tan pronto? ¿Por qué no se esperó a 2011 o 2012? ¿Para que, en caso de que al final ocurra algo, todo el mundo se haya olvidado de ella y nadie la pueda tachar de "gafe"?
La verdad es que tenía este asunto bastante olvidado hasta ayer, cuando vi el siguiente anuncio en una revista:
La publicidad nos vuelve a recordar la cuenta atrás de una manera bastante gráfica y apocalíptica, hasta el punto de que parece ridícula la pasión de la pareja fotografiada cuando un meteorito tan enorme está a punto de acabar con todo.
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