La estructura narrativa es el orden en que presentamos los sucesos al contar un relato. Esto significa que está compuesta por el modo en que está contada la historia, el espacio y el tiempo en que sucede. Por ejemplo, los cuentos folclóricos tradicionales están narrados a partir de una estructura o temporalización lineal, lo que significa que los hechos se narran en estricto orden cronológico.
Pero no todos los cuentos tienen una estructura o temporalización lineal. El narrador puede comenzar contando el relato desde el clímax, lo que lo dotará de una estructura más compleja y lo dejará sujeto a una temporalización anacrónica: el orden del tiempo de la historia se altera en el tiempo del discurso, mediante discordancias entre el orden natural, cronológico, de los acontecimientos que constituyen el tiempo de la historia y el orden en que son contados en el tiempo del discurso. En esta situación, para explicarlos, el narrador tiene que recordar las cosas que ya sucedieron y realizar una analepsis (anacronía consistente en un salto hacia el pasado en el tiempo de la historia), también llamada flashback o regresión, y la acción solo podría seguir hacia el desenlace.
El narrador también puede detenerse en el punto de clímax y contar lo que va a suceder mediante una prolepsis (anacronía que consiste en dar un salto hacia el futuro en el tiempo de la historia), también llamada flashforward o anticipación, para que sepamos cómo se resuelve la historia.
Independientemente del tipo de estructura que se utilice, deben existir los tres momentos fundamentales de la tensión narrativa: Planteamiento, Clímax y Desenlace. Tener esto claro mientras escribimos puede evitar errores e inconsistencias o, al menos, ayudará a subsanarlos en el proceso iterativo de la revisión del texto.
El relato ortodoxo, con su estructura clásica de presentación, nudo y desenlace, o incluso con el uso de la ordenación característica del flashback, se encuentra en crisis. A finales de la década de 1980, el mundo del cine, que busca y experimenta continuamente nuevos enfoques para atraer la atención del espectador, lo cuestionó ampliamente. Así ocurrió con el director Jim Jarmusch, cuyas películas, con estructuras discontinuas y episódicas, a menudo evitan la estructuras narrativas tradicionales, sin un claro progreso de la trama y centrándose más en el desarrollo de la atmósfera y los personajes. Más adelante ocurriría con las historias cruzadas de Robert Altman, las narraciones fracturadas de Quentin Tarantino o los laberintos mentales de David Lynch.
Sin embargo, no hay que salir del mundo de la literatura para encontrar multitud de autores que trataron de trascender el formato tradicional de los libros para adaptarlos a sus necesidades expresivas. Con anterioridad a los cineastas citados, escritores con talento e ingenio como Carlos Oquendo de Amat, Max Aub, Octavio Paz y Julio Cortázar, por citar algunos, ya habían llevado a cabo intentos muy significativos sobre la forma de contar, de forma diferente, un relato.
La obra maestra del poeta peruano Carlos Oquendo de Amat fue Cinco metros de poemas (1929), un libro constituido por una única hoja que medía aproximadamente cinco metros, desplegable como un acordeón y que, al abrirse, dejaba ver el continuo de poemas que corren uno detrás de otro, a manera de una película de cine. Cada poema es una imagen casi onírica de un mundo extraño pero sugerente.
Max Aub, siempre sorprendente, escribió Juego de cartas (1964) como regalo navideño para sus amigos. Se trata de un libro en forma de baraja con 108 naipes, cuyos anversos preentan los palos y valores de las cartas. En el reverso de cada uno de ellos puede leerse una misiva entre diversos personajes que dan su opinión sobre el protagonista, llamado Máximo Ballesteros. Según las reglas del juego, hay que mezclar y repartir las cartas entre los jugadores para que las lean en voz alta por turnos hasta acabar el mazo. El orden en el que se lean dibuja una imagen de Máximo Ballesteros que cambia en cada partida, de manera que su personalidad queda siempre marcada por el azar.
Blanco (1967), de Octavio Paz, se publicó como un libro plegado a modo de fuelle, impreso a dos tintas y dividido en dos columnas que permitían lecturas diferentes del texto.
Por su parte, Julio Cortázar tiene una conocida novela, titulada Rayuela (1963), con 155 capítulos, que pueden ser leídos de diferentes formas. A la lectura tradicional, es decir, empezando por la primera página y siguiendo la continuidad del texto hasta llegar al capítulo 56. Pero también contiene el denominado "tablero de dirección", que propone una lectura completamente distinta, saltando y alternando capítulos. A esas dos opciones se suma la posibilidad de una lectura en "el orden que el lector desee". Cortázar anticipa así la hiperficción explorativa que desarrollaremos en otro artículo.
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