Hay hechos y circunstancias que permiten caracterizar cada época. Forman parte de los elementos que utilizan los historiadores para establecer categorías y etapas en sus análisis de los tiempos pasados. Resulta interesante, dada la velocidad con que se desarrollan y comunican los acontecimientos actualmente, reflexionar sobre esto e intentar percibir cuáles son los signos que marcan el tiempo en que vivimos.
Hay algunos que se diluyen en el transcurso de los días y en las experiencias cotidianas, pero que son muy palpables. En mi caso, muchas de las empresas para las que he trabajado, como empleado o como proveedor, han sufrido cambios radicales. A menudo, he asistido a una progresiva desintegración de la compañía. Ya no solo carecemos de un trabajo de por vida, como el que podían tener nuestros padres, sino que las empresas que deben proporcionarlo tienen una existencia efímera: cambian de dueños y de nombre con una rapidez abrumadora.
La compraventa de acciones que parece determinar el valor de una organización, en forma de fusiones y absorciones, afecta, en primer término, al equipo directivo, que suele cambiar y, además, se enfrenta a una situación de desequilibrio antes de volver a encauzarlo todo sin que sus clientes se vean perjudicados. Sin embargo, por regla general, al final los más afectados son los trabajadores. Después de una operación empresarial importante, en la que desaparecen y aparecen empresas, es probable que se produzcan muchos despidos, frecuentemente justificados por la duplicidad de puestos y responsabilidades al reorganizar los recursos.
Esta cadena de eventos provoca inestabilidad en el núcleo de los recursos humanos que soportan la actividad a desarrollar por la empresa. La empresa seguirá adelante y, al cabo de un tiempo, recuperará los niveles de calidad del servicio alcanzados con anterioridad. Pero, por el camino, puede haber perdido la credibilidad y la confianza interna. Los beneficios de los que disfrutaba la plantilla posiblemente habrán mermado, tanto como el volumen de empleados. Por otra parte, quien permanezca en su puesto, padecerá desmotivación y desaliento frente a la marcha de los acontecimientos, por lo que la productividad neta descenderá si no se conducen adecuadamente las gestiones de reorganización. Una de las consecuencias más importantes es la disminución de fidelidad de los empleados hacia la empresa.
Y esto es un signo de los tiempos. La ejecución de operaciones que cambian la forma y el fondo de todo tipo de compañías, sean grandes, medianas o pequeñas, e independientemente del sector al que pertenezcan, está a la orden del día. Hay empresas que se niegan al cambio y optan por renunciar a una fusión o absorción. En circunstancias normales, la mayoría sobrevivirán. Pero en situaciones de crisis y recesión, como la que estamos experimentando, cuando los bancos no prestan dinero, las administraciones apenas conceden subvenciones para la financiación de proyectos y, peor aún, hay instituciones que no saldan sus deudas, estas empresas, en principio valientes, se condenan, porque son las más vulnerables y no resisten la presión. No pretendo afirmar con esto que la solución resida precisamente en una continua alteración de la propiedad de las organizaciones, con lo que eso implica para la pérdida de valores de los trabajadores, pero resulta significativo que cada vez ocurra con más frecuencia.
Apuntes y excentricidades de un escritor. Un rincón para quienes quieran comentar algo de literatura... y otros temas, ¿por qué no?
viernes, 11 de mayo de 2012
Reflexiones de un ser mundano: El signo de los tiempos
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