jueves, 22 de noviembre de 2012

Reflexiones de un ser mundano: Había una vez un payaso


Recuerdo cómo disfrutaba, cuando era niño, con las divertidas historias que representaban Miliki y sus dos hermanos en El Gran Circo de TVE, que entretenía a grandes y pequeños, al principio en blanco y negro y luego a todo color. Y también cómo me reía, tiempo después, con las bromas disparatadas y audaces de su hijo Emilio Aragón en Ni en vivo ni en directo, un programa semanal que continuaba alegrándonos a base de emplear el mismo humor sano y parecía orientado a los cuasiadultos que habíamos crecido con los Payasos de la Tele.

Miliki, que sobrevivió a Fofó y Gaby y ha experimentado su propia celebridad, tantas veces homenajeada, nos ha deleitado durante años con programas de televisión, discos y vídeos, transmitiendo los mismos valores de entonces a los niños de ahora. Sobrellevaba esta ardua tarea con la ternura que siempre le ha caracterizado, tanto personal como profesionalmente.


Emilio Aragón Bermúdez, que así se llamaba, nació en Carmona, el año de la Exposición Universal de Sevilla, 1.929. Saber esto siempre me hizo sentir más cerca de él, como si fuéramos convecinos. Me enorgullecía que un sevillano hubiera llegado tan lejos, al corazón de todos, haciendo sonreír.

Toda su vida, ejerció como Payaso (con mayúsculas), un oficio que normalmente no sabemos valorar y que resulta tan importante en nuestra experiencia vital. Por ello, no me extrañaron las palabras que Emilio Aragón (hijo) le dedicó, al afirmar que había triunfado en sus dos pasiones: el trabajo y la familia. Nunca fue un bufón de circo, sino un artista avispado. Continuó con suma inteligencia la saga de su padre Emig y de sus tíos Pompoff y Thedy, haciéndose un hueco en la historia gracias a su maestría y talento.


Hacía tiempo que no aparecía en los medios y, por eso, le venía añorando. Entre tanto, pude leer sus memorias y conocí más profundamente a su familia y sus andanzas. Hace poco, le escuché hablar con el mismo aplomo habitual en una entrevista de radio, con motivo de la publicación de su último libro. Cuando me enteré de su fallecimiento, el pasado sábado, la pesadumbre fue inevitable.

La marcha de Fofó me pilló aún en la infancia, cuando las cosas suceden sin que seas plenamente consciente de ellas, y en la de Gaby apenas pude reparar, porque estaba más concentrado en mi incipiente carrera como consultor. Además, Miliki siempre significó algo especial para mí. Perderlo ha sido como si se hubiera ido un viejo amigo de la familia. Tal vez porque era muy cercano, era muy fácil identificarse con él y querer emular la bondad y la nobleza que mostraba. No era permanentemente el payaso atolondrado ni tampoco el listillo, sino una persona normal y corriente, que a veces tenía ideas geniales y otras se equivocaba rotundamente con la mayor torpeza de que es capaz el ser humano, siendo el fiel reflejo de la realidad.

En casa aún seguimos cantando las letras que entonaba con Gaby y Fofó y nuestros hijos las están escuchando y aprendiendo. Su influencia, tan benigna y reconfortante, continuará a lo largo de las generaciones. Les echaremos de menos. Que sigan haciendo reír, allá donde estén.

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