Con este único nombre, Baviera, podría describirse el viaje que hemos realizado a Alemania, visitando Munich, Salzburgo y los castillos bávaros más famosos, recorriendo parte de dicha región. Como ya nos había advertido una amiga residente en Munich, este invierno la ciudad está padeciendo un tiempo anormal. Tanto es así que hemos pasado más frío al llegar a Málaga y Sevilla que en las tierras bávaras. Ni siquiera en las montañas alpinas junto a Fussen hacía tanto frío.
Por otro lado, parece que por fin se rompió el maleficio y, por primera vez este año, después de las experiencias en Cuba, Berlín y Nueva York, ¡no nos han perdido el equipaje! No obstante, sigo recomendando que llevéis encima el neceser y una muda. Con las bolsitas de congelados uno se basta para guardar los recipientes con líquidos y fluidos que se necesitan para acicalarse (al fin y al cabo no es tanta molestia, salvo que no se podrá importar ron de Cuba, Puerto Rico y República Dominicana, supongo). Olvidemos estos detalles y vayamos al grano.
Munich, miércoles 6 de diciembre
Hacia la una y media de la tarde llegábamos al inmenso aeropuerto de Munich. Es tan grande (o da la sensación de serlo) que tiene su propio mercado navideño y su pista de hielo. Sorprendentemente, la llegada fue muy puntual (Condor ha cumplido perfectamente con su trabajo). Luego decidimos tomar un autobús para ver el paisaje en el camino. Además, como el metro, esta línea de transporte nos dejaba en la estación principal, al lado de nuestro hotel.
A propósito, todo un acierto el elegir un hotel junto a la estación, pues no sólo tienes al lado el principal núcleo de comunicaciones (trenes, metro, autobuses, taxi), sino que además el centro queda a tan sólo quince minutos andando. Os recomiendo este emplazamiento cuando vayáis allí.
El desplazamiento en autobús no fue tan distraído como pensábamos (había vallas para insonorizar los carriles que tapaban las vistas), pero nos permitió ver el estadio Allianz Arena (parece una enorme rueda blanca de Michelín) y conocer los accesos a esta ciudad donde viven un millón y medio de habitantes. Realmente, no da la impresión de ser tan grande, pues las comunicaciones parecen bastante buenas.
Esa tarde, tras reconocer el terreno y dejar nuestras cosas en el Hotel Regent (un establecimiento bastante confortable con un desayuno buffet muy apetecible), nos fuimos de paseo, a través de la Karlsplatz (donde encontramos la primera pista de hielo) y la Neuehauserstrasse, la calle peatonal más importante. Cuando llegamos a la Marienplatz, ya estaba atardeciendo. Tienen la misma hora que en España, pero la naturaleza sigue su curso y anochece dos horas antes. Gracias a esta escasez de luz, obtuve algunas fotos muy bonitas, como ésta de la calle Neuehauser.
O esta otra del Ayuntamiento Nuevo en la Marienplatz:
Tras recorrer las calles más céntricas, asombrados por la iluminación y la abundancia de gente en el mercado navideño, nuestros pies (o nuestras mentes) nos condujeron hasta el célebre y turístico Biergarten con el nombre de Hofbrauhaus. Allí cenamos en un ambiente muy festivo, al son de la música bávara, que apenas nos permitía hablar.
Munich, jueves 7 de diciembre
Nuestra intención era visitar los castillos bávaros al día siguiente. Sin embargo, al llegar a la hotel, pasada la medianoche, nos dimos cuenta de que íbamos a ser incapaces de levantarnos tan temprano como habíamos planeado. Así que decidimos cambiar los planes y dedicar el jueves a Munich. Después de todo, fue lo mejor que hicimos y me explico a continuación.
Cuando el viajero llega a una ciudad nueva, lo primero que debe hacer previamente es programar las actividades que desea llevar a cabo y luego visitar la oficina de turismo para hacerse, al menos, con un plano y con una tabla de horarios de los monumentos. Si hay proyectada alguna excursión, lo mejor es comparar los precios que ofrecen las empresas que se dedican a organizarlas con los precios que se obtendrían de ir sin ellas. En este caso, sabíamos que era posible desplazarse a los destinos que habíamos pensado en tren (alquilar un coche sin haberlo reservado con antelación era demasiado caro). Y, gracias a la ayuda del personal de la DB (compañía de ferrocarriles alemana), averiguamos pronto que existía la Bavaria Card. Por 25 euros permite utilizar a una familia de hasta cinco miembros durante un día todos los trenes de la región hasta las tres de la mañana del día siguiente. La única limitación era que los días laborables sólo podía utilizarse a partir de las nueve. Así que, después de todo, no tuvimos que madrugar.
De nuevo, salimos del hotel tras desayunar tranquilamente y repuestas nuestras fuerzas con el conciliador sueño y recorrimos las calles que nos separaban de Marienplatz. Nos sorprendía el clima tan templado. Habríamos esperado un poco de nieve (sólo la veríamos dos días después en uno de los pueblos que cruzamos en tren hacia Salzburgo).
Dejamos atrás de nuevo la calle Neuhauser, una de las más comerciales del centro, visitamos la catedral de Nuestra Señora con su singular arquitectura y terminamos probando un vino caliente en el Nuevo Ayuntamiento, haciendo tiempo hasta que, a las doce, empezó a sonar la música del carillón ubicado en la torre del edificio y las figuras se movieron al son de la misma.
Íbamos siguiendo el itinerario marcado por la guía de la ciudad que habíamos comprado el día anterior. Estas rutas resultaron muy completas y bien comentadas. Te permitían echar un rápido vistazo a la ciudad sin dar rodeos ni perder tiempo, de manera que en día o día y medio veías lo más importante de Munich.
Dicho itinerario nos permitió reconocer de día el Mercado de las Vituallas, la Iglesia del Espíritu Santo, las puertas de Isar y Sendlinger, la iglesia de Asam de interior rococó, la Promenade Platz, etc.
Volvimos a pasar ante la Hofbrauhaus, tan visitada por los turistas, y conocimos varios rincones encantadores mientras paseábamos encandilados con el gentío y los puestos comerciales hacia el Teatro Nacional y el Pórtico de los Mariscales, donde Hitler pronunció más de un discurso en su día.
Justo frente a este monumento, defendido por dos recios leones y flanqueado por la Iglesia de Teatinos, se encontraba la cafetería donde terminamos la noche anterior conversando con Fiorella, en la Odeonplatz. Esta vez, nuestros pasos nos llevaron más allá, buscando el atardecer en el Jardín del Inglés, el Hyde Park muniqués.
Cruzamos el Jardín Real, pasamos junto a la Cancillería de Baviera y terminamos entrando en el Englischer Garten. A esas horas muchas madres paseaban a sus hijos en los carritos, otras personas corrían o iban en bicicleta, algunos habían salido con sus mascotas. El parque estaba lleno, no sólo de turistas, seguramente porque apenas hacía frío.
La panorámica de la ciudad, con el perfil de sus torres principales, desde el Monopteros era espectacular a esa hora del día, con el ocaso. Las bandadas de cuervos se posaban en la hierba y luego emprendían vuelo llenando de motas negras el cielo oscuro. Descendimos de la colina para terminar nuestro paseo junto al mercado navideño de la Pagoda China y luego salimos del parque hacia el barrio tradicionalmente intelectual y político, para volver hacia Odeonplatz dejando atrás la enorme escultura del Hombre Corriendo y el Arco de la Victoria.
Hohenschwangau, viernes 8 de diciembre
Mientras en España se celebraba el santo de las Inmaculadas, en Munich tomábamos un tren hacia Fussen. Apenas madrugamos, porque el primer tren partía cerca de las diez (no podíamos cogerlo antes de las nueve para poder utilizar la Bavaria Card) y teníamos la estación a cincuenta metros de la puerta del hotel.
Nos montamos en un regional bastante normal, pero resultó muy cómodo. A mitad de camino (el trayecto era de unas dos horas), hicimos transbordo. Sólo tuvimos que cruzar el andén y en tres minutos estábamos en marcha de nuevo. Entre las vistas del paisaje, encantador con sus praderas verdes y sus casitas de cuento, como las que pintábamos cuando éramos pequeños, las conversaciones con mi mujer y la lectura de La colina de Watership, el tiempo se me pasó volando. Los coches iban llenos de turistas. No éramos los únicos que habían tenido la idea de hacer esta excursión. Pero, menos mal, era viernes, no sábado. El sábado hubiera sido peor, con tantísima gente.
Antes de llegar a Fussen, el tren se detuvo en medio de la vía, en un apeadero aparentemente improvisado, y nos estaban esperando dos autobuses, uno para Fussen y otro para Hohenschwangau. Naturalmente, decidimos ir directamente a los castillos. El regreso al apeadero por la tarde fue igual, pues los autobuses estaban preparados para recibir a los visitantes y llevarlos al tren.
Subimos la corta cuesta desde el lugar donde paró el autobús y la taquilla de los castillos, en plena aldea, y compramos la entrada combinada. Las visitas serían con audioguía en español a determinadas horas. Es importante tener esto en cuenta para disfrutar de las visitas, pues pueden durar una hora cada una, en invierno cierran a las 16:00 horas, hay media hora de camino entre castillo y castillo y, conforme llegas, te asignan una hora de entrada. La verdad es que estaba muy bien organizado.
Primero fuimos hacia el lago (el panorama era espléndido), visitamos la tienda del castillo de Hohenschwangau (cayeron varias cosas, como un arbolito de Navidad bastante decorativo) y luego entramos en éste, que perteneció a Luis II de Baviera, llamado el "Rey Loco" y aún muy querido por las gentes de la región. Resultó muy intersante, pues esperábamos una especie de palacio a la europea, pero realmente era un castillo decorado con elegancia y sobriedad, con la excepción de algunas salas formidables, como el dormitorio de la dama, adornado a la turca y con un techo pintado como un cielo estrellado en el que incluso se podía iluminar la luna.
Tras picar algo en el pueblo, pues no teníamos tiempo de sentarnos a comer tranquilamente, subimos la empinada cuesta que conducía a Neuschwanstein, "el sueño del Rey Loco", utilizado por Disney como castillo para la Bella Durmiente. Desde abajo, sobre la colina, parecía más pequeño, casi decepcionante. Pero una vez te acercabas y lo veías con toda su magnitud, era sorprendente.
Los interiores son fascinantes y a menudo te crees dentro de un cuento de hadas. Hay por ejemplo una escalera que se enrosca sobre sí misma y que termina en una columna que sostiene la cúpula en forma de palmera, imitando tanto el tronco como las hojas. A su lado, un temible dragón.
Sin embargo, como orgulloso español, quiero decir que nuestro alcázar de Segovia tiene poco que envidiar a este castillo. Quizás los parajes que rodean a Neuschwanstein le dotan de una perspectiva casi inconcebile, en un montículo, entre montañas y sobre valles. Pero el barco que avanza en Segovia es igualmente asombroso.
En la zona imperaba aquel día un fuerte viento que, a ráfagas, casi te impedía caminar y sostenerte en pie. Pero, por lo demás, el día fue muy bueno. Tras visitar Neuschwanstein nos acercamos a Mariensbruck, un puente metálico muy cercano desde el que se obtienen fotos increíbles. Y bajo tus pies oías el sonido de una cascada fresca. Con más tiempo y más luz, un poco de senderismo por esta zona habría estado muy bien.
Por el camino a Mariensbruck hay un mirador espectacular sobre el lago y Hohenschwangau, con los picos nevados de las montañas al fondo y las luces recién encendidas, pues ya oscurecía.
Salzburgo, sábado 9 de diciembre
Como era sábado, podíamos tomar cualquier tren, a cualquier hora. Pero tampoco era necesario madrugar demasiado. Hacia las nueve, tomábamos un tren para Salzburgo. Este tren, de dos plantas, era aún más confortable que los utilizados el día anterior. El paisaje, igualmente interesante, aunque esta vez llovía sin parar y nevaría en algunos puntos. La colina de Watership, cada vez más entretenida. Cómo me he encariñado con esos conejitos que la protagonizan.
La estación de Salzburgo queda en la parte nueva de la ciudad. Conviene pedir un plano en el punto de información y turismo antes de emprender camino. Nosotros compramos un librito que nos sirvió de guía para visitar los lugares más interesantes. Como se trata de una localidad pequeña (con unos 150.000 habitantes), era muy fácil orientarse y se llegaba en seguida a cualquier sitio.
Tras atravesar el primer mercado navideño (qué rico estaba ese pan dulce de bretzel con chocolate y mermelada, casi tanto como las fresas envueltas en chocolate que vendían en Munich) y los jardines de Mirabell, en los alrededores de Makart Platz, antes de cruzar hacia el casco antiguo por el Puente de la Ciudad, vimos la casa del físico Doppler, la mansión donde vivió Mozart (recientemente restaurada) y la iglesia de la Trinidad.
Antes de cruzar el puente, tuvimos la primera panorámica más impactante de Salzburgo, con el castillo dominando la ciudad. La visión se repetiría más tarde desde varios puntos, por ejemplo, desde la Plaza de la Catedral, tal como se muestra en la siguiente foto.
Conocimos el interior de la Catedral y su cripta, nada deslumbrantes ciertamente (la fachada sí es interesante), y comenzamos el ascenso hacia el castillo, dejando a nuestras espaldas las casetas del mercado navideño, que se extendía por todas las plazas, muy concurridas aquel día por turistas. Nuestra impresión es que el casco antiguo de Salzburgo era demasiado pequeño para acoger a tantísima gente. No querríamos estar allí en verano. Pero la ciudad es encantadora.
Mientras subíamos por la calle Festungsgasse, disfrutábamos de los tejados de Salzburgo con bellas panorámicas sobre sus principales monumentos.
La lluvia no ayudaba a aligerar el esfuerzo a que sometimos nuestros cuerpos. La pendiente era realmente muy pronunciada y nos costó cruzar los tres arcos de entrada hasta la taquilla. Hay que pagar por acceder a las terrazas, tras las murallas, y luego también si se desean conocer las estancias interiores.
Una vez arriba, las vistas eran aún más espectaculares. Comimos en un mesón que abría sus puertas al patio de armas. La comida era regular pero fue el único sitio donde, sabíamos, podríamos sentarnos un rato a descansar, pues turistas sobraban por todas partes y llenaban los restaurantes.
Naturalmente, la bajada hacia el casco fue mucho más rápida y nuestro viejo paraguas no nos abandonaba, a pesar de que sufría todo tipo de fracturas (fui yo quien se equivocó al cogerlo del paragüero de casa; para que no volviera a ocurrir, lo tiré a la basura a nuestro regreso). Cruzamos el centro por otras calles y otros pasajes. De ser más grande, parecería que nos encontrábamos en un laberinto. Pero, con ayuda del plano, llegamos pronto a la calle principal, donde se abrían todo tipo de comercios y se ubicaba la casa natal de Mozart. El museo bien merece la visita, aunque el precio me pareció un poco elevado. Pero no podíamos faltar a la cita en el año en que se celebraba el 250 aniversario de su natalicio.
Algo que sí eché de menos en Salzburgo, quizás por la lluvia, fue la música. Era tan silenciosa como Munich, no había música en la ciudad de la música. Sin embargo, nos llevamos un grato recuerdo de vuelta a Munich. Esa noche nos levantábamos temprano para ir al aeropuerto y volver a casa. Lamentablemente, todo lo bueno acaba. Habrá que pensar en el siguiente viaje.
Más información:
Turismo en Munich
Rutas por Baviera
2 comentarios:
Que pena que no pudiesemos acompañaros en este viaje y eso que teniamos muchas ganas, tanto de ir a esa zona como de hacerlo en vuestra compañía. En otra ocasión pues lo haremos.
Eso, en otra ocasión. A ver si crece un poco la nena. ;)
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