Mi amiga cubana me ha enviado un divertido relato en el que expresa, con mucho realismo, circunstancias a las que algunos somos proclives cuando alcanzamos ciertas edades.
Últimamente se menciona mucho la tercera edad. Se dice que son aquellas personas que han llegado a 65 años más o menos. Estas personas que ya han comenzado a bajar la cuesta de la vida, no dejan de tener su belleza y sus características especiales. Algunas tienen actitudes introvertidas o negativas y se deprimen enormemente. Es como si les afectara el notar que ya no pueden ser tan útiles como en otros tiempos o el rechazo de sus seres queridos por alguna u otra razón. Otras se rebelan y muestran un carácter agriado. No obstante, algunas se vuelven amables, dulces y pasivas con todo lo que les rodea. Aceptan el cambio de la evolución y se vuelven tan campechanas y tan agradables que no se puede dejar de disfrutarlas.
Unos de los lugares donde se pueden apreciar este tipo de personas simpáticas de la tercera edad, son las salas de espera en las oficinas de doctores. Recientemente he tenido que visitar algunas de ellas, y me he divertido enormemente con los comentarios y las anécdotas que allí he escuchado.
Por ejemplo, en una ocasión llegué a una oficina y después de dar mi nombre y observar que la sala estaba bastante concurrida, me senté en una esquina decidida a esperar pacientemente a que llegara mi turno para ver al doctor. Regresaba de mi jornada laboral y estaba muy agotada. De manera que recosté mi cabeza hacia atrás, con intención de adormecerme aunque fuera unos minutos y así reponer fuerzas. A mi lado izquierdo, dos señoras canosas hablaban sobre sus afecciones. Parecía que ambas hacían competencia para ver cuál de ellas tenía el mayor número de peores dolencias. A mi lado derecho, un señor como de unos 70 años leía un periódico en silencio. Pensé que podría, debido a mi agotamiento, alejarme de la realidad aunque fuera por un momento y relajarme un poco. Pero al otro lado de la sala, un coro de carcajadas acompañaba a los comentarios de otra señora que no cesaba de hacer historias y de hablar en voz alta.
En medio de las risas, pude escuchar a la señora que decía:
-Ahora en la televisión solo pueden verse programas que hablan de sexo y si las mujeres no muestran aunque sea la mitad de una teta no tienen audiencia. En mis tiempos eso no era así. Todo se lo dejábamos a la imaginación de los hombres. Y las cosas funcionaban mucho mejor. Ahora todo es sexo, sexo, sexo. Pero por Dios, ¿qué se cree la gente de ahora? ¿Se piensan que son más calientes que nosotros?
Esperanzada en que la señora se cansara y se quedara callada por un rato, yo cambiaba de posición manteniendo mis ojos cerrados e intentando apartarme del mundo al menos por unos segundos. Pero era totalmente inútil.
-Yo rechacé varios enamorados en mis buenos tiempos, porque eran muy vulgares y hablaban muy mal. Si nada más que los escuchaba diciendo “¿pa’ que sirve eso?” enseguida los “planchaba”. El hombre que estuviera conmigo tenía que ser fino y muy educado. Por eso me enamoré de mi marido. Es una dama. Aunque una vez por poco me mata ¿saben? Iba conduciendo el auto una tarde en la ciudad, y no sé cómo fue pero perdió el control. El caso es que arremetió contra el jardín de una casa. Después del estruendo no recuerdo cosa alguna, solo que abrí los ojos y vi muchas florcitas a mi alrededor. Pensé para mis adentros, “Ay, me morí, ya estoy en el cielo, pero qué lindo es todo esto…” pero no, eran las buganvilias del jardín de la casa que se habían metido a través del cristal delantero del auto y yo me encontraba enredada entre ellas. Más tarde, me dolían aquellos arañazos en cantidad…Por poco me mata este hombre aquel día.
Las carcajadas no se hicieron esperar. Subían y subían de tono y yo un poco molesta, susurré:
-Dios mío, esa señora no se calla. ¡Me tiene mareada!
Con gran sorpresa para mí, el señor que se encontraba leyendo el periódico y que había escuchado inevitablemente el comentario que se había escapado de mi boca me miró sobre sus espejuelos y me dijo muy tranquilo:
-Dígamelo a mí, que me tiene más mareado todavía que a usted, porque esa señora… es mi esposa –dijo echándole un vistazo hacia la esquina adonde estaba el grupo riendo-. ¿Se imagina eso el día entero en la casa? ¿Ah?
Después de hacer su comentario, el señor volvió a la lectura de su periódico y la señora continuó con sus historias pero por suerte, llamaron mi nombre al cabo de unos segundos y atravesé el lugar del espectáculo rápidamente.
En otra ocasión, también en otra sala de espera, se encontraban hablando unas señoras en forma muy amena. Todas trataban de arreglar el mundo. Cada una exponía una solución diferente para remediar el problema del hambre, de la guerra, y de la promiscuidad. Después de un largo rato de conversación y de opiniones intercambiadas (ese doctor se demora mucho en sus consultas) una de ellas, comentó:
-Pues yo sí creo en la reencarnación. Sí, la reencarnación existe y me gustaría tener en la próxima vida un cuerpo mejor que este que tengo ahora. Sobre todo, quisiera tener un fondillo más grande.
-¡Huy, qué bien! Lo mismo digo yo –opinó otra-, pero en cambio, lo que quiero es tener una “pechuga” bien grande. Miren para eso, con lo vieja que estoy y parezco una tabla de planchar, aunque tengo mi historia…-terminó con una sonrisa picarona.
Como si fuera poco con la tertulia femenina existente, a esta conversación se unió un caballero que se levantó muy entusiasmado y dirigiéndose hacia ellas exclamó:
-Pues yo no tengo quejas. Estoy bastante bien repartido. Por algo mi mujer me cela tanto. Si estuviera aquí no me dejaría abrir la boca y compartir con ustedes.
Yo moví mi cabeza como no pudiendo creer lo que estaba escuchando y no pude menos que sonreír calladamente.
Definitivamente, dejando a un lado la amargura y la tristeza que algunos viejitos muestran a veces, llegué a la conclusión que la tercera edad también tiene sus encantos. Solo hay que tener la suerte de toparse con los encantadores.
1 comentario:
AInsss, lo que me he reido leyendolo!! Me he encontrado con mas de uno como los que cuenta tu amiga. Se les coge cariño enseguida, y son un pozo de sabiduría por la edad. Penita me da, ver como tratan a algunos, simplemente por ser mayores, y por no tener la misma vitalidad que tenían entonces.
He tenido la desgracia de conocer solo a mis abuelos paternos, y ya perdí a uno de ellos. A mi todos los ancianos me parecen maravillosos, los escucho con placer, y me siento bien en su compañía.
Evidentemente en todos sitios cuecen habas. Hay personas que eran antipaticas y severas cuando joven, y al llegar a una edad se han echo aun más severos y antipaticos. Pero no por eso hay que darles de lado.
Gracias por hacernos llegar este relato, Jose Angel!!!
Publicar un comentario