jueves, 8 de marzo de 2007

Documentación: El cultivo de la persea en Aztlan

La planta más valiosa de Aztlan era la persea (aparece mencionada por primera vez en la página 86 de Ladrones de Atlántida), cuyas semillas se utilizaban como moneda de cambio, pues múltiples eran sus usos, además de contar con fines curativos. Teniendo esto en cuenta, sólo un caprichoso acaudalado podía permitirse tomar una infusión de persea. No sólo podían masticarse sus hojas para tratar la mordedura de serpiente, sino que la raiz actuaba como excelente cepillo de dientes, la gomosa médula como nutritiva golosina para engañar el hambre y la corteza del tallo se molía para, echada en el agua dulce de los ríos, paralizar a los peces y facilitar su captura. Cuando transcurría el tiempo, esta planta crecía convirtiéndose en un alto árbol.

Plantas como la persea y el pezcle son fruto de la invención que reúnen propiedades de distintos vegetales que sí existen en la realidad. Con ello se pretende dotar a Aztlan de especies autóctonas, algunas de tanto valor como la sal, el cacao o el agua en otras culturas y civilizaciones. Sin embargo, el Árbol de la Persea (Mimusops laurifolia, Mimusops Schimperi) es real. Se trata de un árbol perennifolio que requiere clima templado con exposición soleada o poco sombreada, alto, de hojas ovales, que se reproduce por semillas y que produce un pequeño fruto comestible amarillo o verde.

Mientras Persea es su nombre griego, entre los antiguos egipcios, se le conocía con el nombre de ished. Es frecuente encontrar su fruto formando parte del alimento que se utilizaba como ofrenda en las tumbas o citados en los textos funerarios (“[…] yo soy el gato cerca del cual se abrió el árbol ished en Heliópolis la noche en que fueron destrozados los enemigos del Señor del Universo […]”, dice el capítulo 17 del llamado Libro de los Muertos), asimilando su forma y color al Sol. Se le relacionaba con el renacimiento del astro rey y del difunto. Precisamente, su presencia se hace evidente desde la III dinastía.

Una vez leída la novela, no parece casualidad que la persea (ished) también fuera considerada origen de la vida y árbol sagrado de On (Heliópolis), plantado en el recinto del templo del dios del Sol. Numerosas representaciones en los templos documentan desde la XVIII dinastía una ceremonia durante la cual se inscribía el nombre del Rey. Se creía que la diosa Seshat, el dios Thot y el dios Atum inscribían en sus hojas (o frutos) los anales reales y los años de reinado de los monarcas, y que Ra fue el primero en inscribir su nombre en las hojas o frutos de la Persea, guardando así una relación directa con el destino. Crecía en el mundo donde vivían los dioses y estaba guardada por el “Gran Gato” de On, que lo defendía de los ataques de la serpiente Apep (Apofis). Esta relación se recoge en los Textos de los Sarcófagos y el Libro de los Muertos del Imperio Medio (http://www.egiptologia.com).

El nombre de los shuabtis, esas figuras que aparecen en los ajuares funerarios a partir del Imperio Medio y que a partir de la Baja Época se llamarían ushebtis, deriva de la palabra ished (shuab) porque probablemente se hacían con la madera del Árbol de la Persea.

En una de las concepciones del cielo, los antiguos egipcios lo describían como un enorme árbol de Persea, en el que las estrellas no serían más que sus hojas o frutos. El Sol salía de entre sus hojas cada mañana y por la tarde volvía a ocultarse entre el follaje.

Actualmente, hay una especie endémica de Madeira, Azores y Canarias llamada Persea Índica. Otro árbol de la misma familia de las Lauráceas es la Persea Americana, vulgarmente conocido como aguacate.

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