Las líneas que transcribo a continuación se llevaron al cuaderno que siempre me acompaña tras producirse el eclipse de luna, en la noche del sábado 3 de marzo al domingo 4 de marzo de 2007. Tuvimos la suerte de contemplar el fenómeno desde la plaza de Zuheros, a unos pasos de nuestro hotel. Desde el pasillo que conducía a nuestra habitación, podíamos asomarnos a los balcones y también se avistaba el desarrollo del eclipse.
Cuando la miré hacia las nueve,
era una galleta de chocolate blanco,
una tarta de queso fresco,
un círculo de helado de nata.
Brillaba con intensidad,
reflejaba los rayos de sol,
haciéndose cada vez más grande
en el firmamento rural.
A las once menos cuarto
volví a buscarla, volví a verla,
y la sombra de nuestro mundo
le había dado un mordisco.
En el cielo negro de Zuheros,
la luna se tiñó de rojo oscuro,
poco a poco, gradualmente,
perdiendo su hegemonía.
A las doce parecía un simple globo,
un pedrusco pintado entre estrellas
por el hombre primitivo que decoraba
los techos de las cavernas.
¿Volveremos a la plaza de la Paz
dentro de veintidós años
para ver de nuevo con fascinación
cómo las tinieblas devoran la luna?
Apuntes y excentricidades de un escritor. Un rincón para quienes quieran comentar algo de literatura... y otros temas, ¿por qué no?
miércoles, 7 de marzo de 2007
El escritorio: Eclipse en Zuheros
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