Mi amigo Joe y yo nos conocemos desde hace poco tiempo. Casualidades de la vida, nos enteramos, después de cruzar uno o dos mensajes, de que ambos habíamos sido finalistas en el Premio La Monstrua 2007. En realidad, fue él quien se dio cuenta. Probablemente, como reside en Valencia, tengamos amigos comunes. Además, ambos vamos a participar con nuestros relatos en la nueva revista Historias asombrosas que ha empezado a publicar Scifiworld. Por cierto, Joe, a ver si te vienes al III Encuentro de Literatura Fantástica de Dos Hermanas.
Hijo de emigrantes españoles, J. E. Álamo nació en 1960 en Leamington Spa (Inglaterra), al son de las canciones de los Beatles. Como él mismo me ha contado, desde los diez años, vive en España, concretamente en Valencia. Siempre tuvo una comezón que le impulsaba a escribir. Sin embargo, no se sentó a hacerlo con seriedad hasta alcanzar la muy juvenil y madura edad de los 43 años. Su esposa Silvia y su hija Sarah le dan motivos sobrados para abordar cualquier empresa con ahínco y el mejor de los espíritus.
J. E. Álamo, nombre con el que firma todas sus obras, ha publicado cuentos en 7 calderos mágicos, en revistas como Alfa Eridiani y miNatura, en la antología recopilada por Domingo Santos titulada Fragmentos de futuro, de editorial Espiral, y en la nueva revista Historias Asombrosas. También es autor de la novela corta El enviado, publicada por Grupo AJEC en 2007. Ha sido finalista en varios concursos de relatos y es columnista habitual en www.sedice.com.
Con sumo placer, publico en mi blog el relato que me ha cedido, con el quedó finalista en el concurso de la semana fantástica La Monstrua de Guadalajara, en 2007.
El Ángel
-Señor, por favor, ayúdeme. Mi ángel está en un pozo y necesita ayuda-. La niña no tendría más de cinco años y en su mirada de miel revoloteaban dos gruesas lágrimas.
Se detuvo. No era la primera vez que la veía. Desde su retiro temporal al pueblo natal de sus fallecidos padres, durante alguno de los largos paseos por el campo que daba por recomendación médica para recuperarse de la horrible experiencia en la guerra, la había visto a lo lejos en varias ocasiones, observándole. Sin embargo, al acercarse o saludarla con la mano, la niña se internaba entre los árboles sin prisa pero manteniendo las distancias, hasta que la perdía de vista.
Preguntó en el pueblo extrañado al verla siempre sola. Le comentaron que sería hija de alguno de los gitanos –gentes de mal vivir- que vivían en el bosque y que no se preocupara. Quien tuvo algo que añadir fue su anciana vecina. Le advirtió en susurros que no se acercara a ella y cuando quiso saber más, se limitó a menear la cabeza repitiendo su advertencia con la mirada extraviada, como temerosa de haber hablado demasiado.
-¿Tu ángel?
-Sí señor, es mi ángel y está en el pozo. Necesita ayuda-. Ahora las lágrimas caían sin recato alguno. –Está en el pozo y yo no puedo hacer nada.
Un pozo, pensó. No había visto ninguno durante sus paseos. Concluyó que sería algún pozo abandonado, peligroso para la niña y para cualquier crío que jugara en sus cercanías.
Iría con ella, así podría advertir de su existencia en el pueblo para que tomasen medidas al respecto. La niña adivinó su decisión ya que le tendió una mano que él tomó un tanto sorprendido por el gesto familiar. El contacto con su piel era húmedo y pegajoso, aunque ella no parecía acalorada ni el día con el sol recién estrenado, ofrecía motivos para ello.
Se dejó llevar internándose entre los gruesos robles y dejando atrás el camino. Ella caminaba sorda a sus preguntas de cómo se llamaba y dónde estaban sus padres. Le sujetaba la mano con fuerza, tanta que llegó a preguntarse si sería capaz de soltarse.
Al final calló, observando con cierta inquietud que se internaban en una parte del bosque de inmensos árboles centenarios o quizás milenarios. Las sombras llovían desde las amplias hojarascas creando la sensación de ir caminando por un túnel.
De pronto observó con sorpresa, que abordaban un camino empedrado que comenzaba de manera súbita. La piedra estaba desgastada, prácticamente pulida por el uso y en los bordes del camino sobre rocas de color azabache, se adivinaban extraños grabados de seres grotescos subrayados por símbolos que pensó serían runas o algo similar. Quiso parar para examinar con mayor atención el descubrimiento. Sin duda causaría sensación cuando lo comentara: vestigios de una cultura desconocida. La niña tiró de él con impaciencia al notar que se rezagaba lo cual le irritó, por lo que se detuvo en seco.
-Un momento, quiero ver estos grabados de aquí. Creo que tu ángel podrá esperar un poco-. No aguardó su respuesta y se inclinó sobre una inquietante escena marina que representaba el ataque de unos seres monstruosos a un grupo de pescadores que intentaban huir en su pequeña barca. Lo más extraordinario era que a pesar del desgaste, uno podía adivinar que los atacantes portaban objetos con todo el aspecto de ser armas. No era desde luego la típica representación de monstruos marinos tan típica de principios de siglo.
-En realidad no puede.
-¿Eh?- levantó la cabeza sobresaltado, casi había olvidado a la niña. Topó con su mirada y por un momento, vio algo que acechaba desde los ojos ahora sombríos.
Parpadeó con fuerza, ¿qué le ocurría? Sin duda los grabados le habían impresionado de tal manera que veía fantasmas donde no los había. Cuando volvió a abrir los ojos, la mirada de la niña era eso: una mirada infantil pergeñada de ansiedad. Rió para sus adentros ¡Qué tonto había sido! Iría con la niña hasta el pozo y rescataría su ángel, probablemente un muñeco. Luego volvería a examinar los sorprendentes grabados con toda tranquilidad.
Le tendió la mano a la niña que de repente comenzó a hablar de manera torrencial. Le habló de las imágenes preguntándole si le gustaban. No aguardó su respuesta y siguió hablando de otro sitio con más grabados: el pozo en el que estaba su ángel.
-Ahí está lleno de dibujos, señor. Seguro que le gustan-, le sonrió mostrando unos dientes níveos. -¡Son tan hermosos!
El comentario despertó de nuevo la sensación recelosa que le había embargado hacía unos instantes. ¿Hermosos? Los grabados eran magníficos, desde luego, pero tenía la sensación que la niña se refería a los seres representados y no a la obra en sí.
-Ya estamos, señor. El pozo.
La niña le soltó y él estuvo a punto de caer de espaldas. En un círculo perfecto, desprovisto de maleza y techado por las inmensas copas de los sombríos árboles, se alzaba una estructura más semejante a una torre que a un pozo. En sus muros de piedras negruzcas, destacaban más grabados, pero estos eran en verdad magníficos: escenas de los mismos seres grotescos, casi todas de una violencia brutal, y sin embargo de una perfección tal que sobrecogían.
-Señor, mi ángel.
Miró a su alrededor sin conseguir ver a la niña.
-Aquí señor, arriba.
Alzó la vista y la vio subiendo por la pared del pozo. Al pronto le pareció que trepara como un enorme insecto, agarrándose a los muros de una manera antinatural. Enseguida divisó una desgastada escalera que ascendía hasta el borde por la que la niña le animaba para que la siguiera. Así lo hizo, sin poder apartar la vista de las imágenes fascinantes y repulsivas a la vez. No eran seres de este mundo los representados, al menos confiaba que no lo fueran. Parecían demonios y muchas de las escenas se desarrollaban bajo el agua. Alguna mitología de una cultura ya olvidada. De pronto se animó: ¡Pasaría a la historia como el descubridor de unos restos sólo comparables a la cueva de Altamira! Su nombre aparecería en los libros de historia.
-¡Vamos señor! Mi ángel se impacienta.
Miró a la niña y algo casi le impulsó a marcharse directamente al pueblo. ¡Al diablo con el muñeco!
-Señor, por favor... - Lágrimas negras a causa de las sombras sin duda, caían por las mejillas de la cría. Siguió subiendo, nadie iba a robarle el descubrimiento por dedicarle unos minutos a la pequeña. Esta le sonrió de nuevo.
-No creo que pueda alcanzar a tu ángel, el pozo tiene pinta de ser muy profundo-. Alcanzó el borde y se inclinó sobre el mismo distinguiendo una negrura casi sólida que le dio escalofríos.
-Oh, no se preocupe, señor. Él le alcanzará sin problema alguno.
Volvió la cabeza más por la voz que por la frase en sí. Ya no era la voz de una niña, chirriaba y parecía envolver una risa maliciosa. En el instante que decidía que se marchaba, le golpeó el olor. Fue tan intenso que le dieron arcadas y se le nubló la vista.
-Ya viene, señor. Mi ángel ya viene.
No conseguía distinguir bien a la niña, tenía los ojos llenos de lágrimas, sin embargo la imagen borrosa le mostraba algo imposible, algo monstruoso.
-Adiós señor.
Abrió la boca para gritar cuando un tentáculo se aferró a su lengua arrancándola de cuajo. Intentó arrojarse desde los escalones, pero un nuevo tentáculo se enroscó alrededor de su cuello tirando de él. Deseó morir, morir en ese preciso instante.
-Señor, no se preocupe. No morirá. A mi ángel le gusta jugar. ¡Está tan solo!
Sus gritos se fueron perdiendo hasta que todo fue paz de nuevo.
La niña quedó con la cabeza ladeada como escuchando algo que sólo ella pudiera oír. Luego asintió con la cabeza y se marchó dando saltitos.
Tenía que ir a encontrarse con el cartero, era un chico nuevo y siempre le sonreía cuando pasaba por su lado.
6 comentarios:
Gracias por la magnífica presentación del relato y la ocasión de verlo en tu blog. Lo del encuentro de Dos Hermanas, ¿Cuándo es? Me encantaría, aunque lo veo complicado. Un abrazo
Será el 3 y el 4 de octubre (viernes y sábado). Dentro de poco publicaremos el programa. Puedo adelantar que va a estar muy bien.
Bueno, de aquí a entonces...¿Quién sabe? Lo intentaré, en serio. Matenme al corriente. Un abrazo
Así lo haré. ;)
Por fin he tenido tiempo de leer este cuento. Me ha parecido magnífico. Para que nos fiemos de las niñas con cara angelical que encontramos por los bosques...
Gracias Cris y ya sabes, cuidadito con los bosques angelicales...¿o eran las niñas? ;-)
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