sábado, 19 de abril de 2008

Colaboraciones: Un gran invento, de Ernesto Fernández

Conocí a Ernesto Fernández hace unos años, a través de la Biblioteca Pública de Dos Hermanas y gracias a los concursos de relatos fantásticos y de terror "Idus de Marzo" que se convocan cada dos años en la localidad. Recuerdo que nos vimos por primera vez en la primera presentación de Ladrones de Atlántida. Luego hemos coincidido en la organización de los Encuentros de Literatura Fantástica que se celebran también en Dos Hermanas y que paulatinamente han ido cobrando importancia en el ámbito nacional.

Además de ser licenciado en Administración de Empresas, Ernesto codirigió con bastante entusiasmo una revista cultural local y, sobre todo, le gusta escribir. Como escritor, ha recibido varios galardones y algunos de sus relatos han sido publicados en distintas antologías. Una de ellas, El desván de los cuervos solitarios, publicado por la comunidad a la que pertenece, El círculo de los escritores errantes, logró un éxito destacable entre el público.

Ernesto Fernández con Javier Negrete

He leído varios de sus cuentos y tengo que decir que me parece un excelente contador de historias. Hoy publico un texto que apareció en la desaparecida revista Punto cultural y que me ha cedido para sumarse a la relación de colaboraciones de este blog, que sigue creciendo.

Un gran invento

-¿Un gran invento? ¡Pamplinas! Estos jóvenes de hoy en día, Fernando... créeme: con la cabeza llena de tonterías, siempre perdiendo el tiempo -sentenció Julián, y apuró su vaso de vino. A su derecha, reclinado sobre la barra de la taberna, Fernando asentía con gravedad. Miguel, el tercero de los amigos, sin embargo, discrepaba.

-Tampoco exageres Julián. Yo no creo que sea para preocuparse. El muchacho es joven, y punto. Acuérdate de ti mismo cuando tenías su edad.

-Yo a su edad no perdía el tiempo con esas tonterías. En todo caso corriendo detrás de las mozas -los tres rieron al unísono-. Hasta ahí vale, pero luego bien que cumplía en la tienda desde el alba hasta el anochecer.

-Calla, que todavía me acuerdo de cuando tu padre te sacudía por perderte detrás de la hija del sastre. Pues lo mismo es, andabas pensando en las musarañas, igual que los chicos de ahora. Sólo que ahora además tienen esas cosas con que entretenerse: la técnica avanza, amigos.

-Sí, claro, ¿pero en qué dirección? -apuntó Julián, escéptico-. A mí nunca me ha hecho falta para ganarme la vida más que un par de brazos fuertes y ganas de trabajar.

-Yo es que de eso no entiendo mucho, pero me cuentan que es formidable -recalcaba Miguel-. Imagínate tener acceso a lo que sucede, yo que sé, en el Japón. Conocer otros países, acercar conocimientos... se puede aprender mucho de otras culturas. Y sin moverte de casa. ¿No es genial? -Fernando escupió el hueso de una aceituna sobre el platillo e intervino:

-Sí, si eso está bien. Pero mira a mi Alonso: se pasa los días metido en su habitación, absorto con sus chismes hasta la madrugada. Apenas se relaciona con nadie, pero asegura que ahora tiene un montón de nuevos amigos. ¿Y habéis visto cómo viste últimamente? Que es la última moda en Inglaterra, me dice. ¡Se está volviendo loco!

-Tu hijo siempre ha sido un muchacho muy despierto y curioso, simplemente está descubriendo el mundo. Nuevos tiempos, nueva tecnología. Ahora todo está mucho más cerca, es una nueva era para la comunicación.

-Pues yo no veo para qué sirve -repuso de nuevo Julián-. Otro invento extranjero que no vale más que para llenarle la cabeza de historias a los jóvenes.

-Y mi mujer está preocupadísima -añadía Fernando cabizbajo.

-¡Es el progreso, amigos! -sostenía Miguel- ¿Es que no lo veis?

-¡Cuentos chinos!

-¡Un gran avance!

-Ay, no sé, no sé… -se lamentaba Fernando, mientras hacía un ademán al camarero para pedir otra ronda de vino.

A finales del siglo XV y principios del XVI la técnica de la imprenta se extendió por toda Europa. Los Libros, que hasta entonces habían sido un lujo exclusivo de monasterios y cortes señoriales, pudieron ser accesibles para capas más amplias de la población. En ellos, los lectores encontraron fascinantes historias sobre viajes por países remotos, sobre navegantes de nuevos mares, vivieron aventuras caballerescas, historias de amor y odio, pasiones y gestas heroicas, y compartieron conocimientos técnicos de todas las materias: filosofía, geografía, historia, comercio, medicina, ingeniería, arte, botánica, arquitectura... Pero como siempre, a muchos les costó adaptarse a los nuevos tiempos.


Ernesto Fernández

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