Por la visión que aporta como extranjero en Aztlan, Weni Imhotep es, sin duda, el protagonista de Ladrones de Atlántida, a pesar de que sus amigos no se quedan a la zaga. La novela intenta humanizar a un personaje que llegó a ser divinizado. A finales del siglo XIX se determinó que el arquitecto Imhotep (Imuthes) fue uno de los grandes pensadores del antiguo Egipto y quien inició la construcción de las pirámides. De origen bastante oscuro, ciertos autores lo vinculan a la alta aristocracia de la época, afirmando que era hijo de otro arquitecto que llevaba el nombre de Kanefer. En cambio, otros investigadores defienden la posibilidad de que se tratara de un personaje ascendido de la clase más humilde, donde destacaba por sus extraordinarias dotes.
Durante la excavación del complejo funerario de Djoser en Sakara, en la campaña de 1.924 a 1.925, apareció una estatua en caliza del faraón con el nombre de Imhotep inscrito en su pedestal. Éste y otros descubrimientos arqueológicos posteriores confirmaron que el arquitecto realmente había construido el recinto funerario de dicho faraón en Sakara, tal y como había dejado entrever el sacerdote Manetón en la historia escrita para el rey Ptolomeo II. Djoser fue el primer faraón del que se tiene constancia que usara el tocado de tela a rayas (se menciona en la novela que Seth Anu lo porta, en la página 44) y la barba postiza como símbolos de la dignidad real.
Imhotep, que vivió aproximadamente entre el 2.690 y el 2.640 a.C., fue visir del faraón Djoser, príncipe heredero inspector de todo lo que el cielo trae, gran sacerdote de Heliópolis, maestro de obras, maestro escultor, patrón de los escribas, astrónomo y médico, entre otros muchos cargos y títulos. Siglos después, durante el Imperio Nuevo, fue elevado al rango de deidad transformándose en dios del Conocimiento y la Medicina, por lo que llegó a conocérsele como “Hijo de Ptah”. En tiempos de la Dinastía XXVI se confeccionaron estatuillas de bronce con su figura, sentado, con un rollo de papiro sobre las rodillas, la cabeza rapada y vestido con traje largo. Los faraones instauraron un cuerpo especial de sacerdotes y llegó a tener la más alta consideración, la concedida a un verdadero hijo de dios, fue venerado hasta el final de la cultura faraónica.
Son numerosos los templos y santuarios en su honor. Destacan los de Karnak, Deir-el-Bahari, Deir-el-Medinah y Filae. Durante las últimas dinastías egipcias, bajo la influencia helénica, los griegos identificaron a Imhotep con su propio dios de la medicina (Asclepios, conocido también con el nombre romano de Esculapio). Los santuarios de Imhotep fueron considerados como un Asclepeion, un sanatorio. La gloria de Imhotep no acabó con el fin de la cultura faraónica, pues su nombre puede leerse en muchos escritos herméticos y en los tratados de las llamadas ciencias ocultas. Él, el gran mago, fue el precursor de los alquimistas. Zósimo de Panópolis, el primer alquimista egipcio reconocido documentalmente, redactó un libro dedicado a Imhotep.
A Imhotep se le atribuyen incluso el origen de la cultura egipcia y todos los inventos de renombre de esta civilización, como las pirámides o el calendario de trescientos sesenta y cinco días que todavía utilizamos hoy. Llevó a cabo una de las mayores innovaciones arquitectónicas de la historia: la pirámide escalonada de Saqqara. Hasta entonces las sepulturas egipcias se construían con ladrillo crudo y tenían la forma de un pequeño edificio de techo plano. Pero Imhotep reemplazó este material perecedero por bloques de piedra y, para darle una mayor visibilidad al monumento, comenzó a superponer mastabas hasta alcanzar los treinta metros de altura y darle su actual aspecto de "pirámide escalonada", modelo que sería imitado y perfeccionado por sucesivas dinastías de faraones. También inventó la columna de piedra, aunque adosada a un muro, pero el hecho más sobresaliente es el nacimiento de la forma arquitectónica piramidal, que vence la prueba del tiempo y saca a Egipto del estrecho marco de una civilización primitiva para entrar en la historia.
Lamentablemente, no se ha hallado aún el sepulcro del sabio Imhotep, a pesar de que se sospecha de que tuvo su ubicación en algún punto de Sakara. El eminente profesor egipcio Zakaria Ghoneim inició a mediados del siglo XX la exploración de una pirámide cercana a la de Djoser, que no había terminado de construirse por causas que se ignoraban. Ghoneim dio con la entrada a esta pirámide gracias a los cálculos que realizó en función de la estructura de la pirámide principal. Tras arduos esfuerzos, el arqueólogo y sus colaboradores llegaron a una cámara funeraria situada a unos cuarenta metros bajo el nivel del suelo. En el centro de la cámara encontraron un sarcófago de mármol cerrado herméticamente. Estaba intacto, pero, al levantar la tapa, no apareció dentro ninguna momia. Sin embargo, la presencia de las joyas, además de que los sellos no habían sido violados, descartaban la posibilidad de cualquier robo. El profesor Ghoneim supuso entonces que existía otra cámara sepulcral y, finalmente, descubrió otra entrada. Pero jamás pudo completar su sueño y penetrar por ella, dispuesto a dar con la cámara secreta. La crisis del Canal de Suez obligó a que se suspendieran los trabajos. Zakaria Ghoneim comenzó a sufrir pesadillas y fuertes ataques de nervios y terminó quitándose la vida en 1959.
Por su parte, Walter Bryon Emery estaba convencido de que Imhotep construyó su propio mausoleo y suponía que tenía que ser diferente de la enorme pirámide construida para el faraón. Tenía la esperanza de que aquel genial personaje hubiera tomado precauciones antes de su muerte y su tumba jamás hubiera sido saqueada por los ladrones. Inició la búsqueda en 1964, pero no tuvo éxito. En 1971, derrotado ante tantos fracasos y muy desalentado, murió en el hospital británico de El Cairo. Algunos colegas relacionaron su muerte con la de Ghoneim, como víctimas de una misma maldición.
La arqueóloga polaca Farol Mysliwiec busca la tumba en la actualidad. Durante las excavaciones llevadas a cabo en 1996, se descubrieron los indicios de la tumba de un alto dignatario en el lado oeste de la pirámide de Djoser y, en principio, por su proximidad a la pirámide escalonada y el hallazgo en su interior de restos de baldosas azules, similares a las que cubrían parte de las paredes interiores de la pirámide, se pensó que pertenecía a Imhotep, pero más tarde se confirmó que su propietario era un visir de la dinastía VI de nombre Meref-Nebef.
En cambio, en mayo de 2005 se produjo un importante hallazgo cerca de Abydos, relacionado con los vestigios de un templo y tres tumbas de las dinastías I y II que gobernaron Kemet entre los años 3000 y 2654 a.C. Según Zahi Hawas, arqueólogo y secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto, “en el acceso oeste del lugar se descubrieron las ruinas del templo funerario del rey Jasejemui, último soberano de la II Dinastía y supuesto padre de Djoser”.
Se desconocen la causa y las circunstancias del fallecimiento de Imhotep, pero sería muy importante encontrar su tumba, que pudo haber contenido grandes tesoros debido al rango que alcanzó el sabio en la corte y que probablemente fuera saqueada en la antigüedad. El carácter mítico de Imhotep hace imaginar a algunos científicos que su tumba pudiera aportar todo tipo de claves y referencias para resolver algunos de los enigmas que plantea la civilización egipcia, como el trabajo de piedras tan duras como la diorita y el granito o la propia construcción de las pirámides. El hallazgo de su sepulcro arrojaría luz sobre un período histórico poco conocido y, puestos a imaginar, podría deparar algún espléndido testimonio de su formación como escriba, por ejemplo, rasgos de su escritura en cursiva elaborada con pincel y tinta negra o grabados con punzón (página 127). También los arqueólogos pueden soñar y, a veces, sueños que parecen imposibles llegan a cumplirse, pues en tumbas de otros escribas se han recopilado restos de significativas tablillas que aportan nuevos datos.
Las tablillas que utilizaba Imhotep eran de madera de palma, muy fibrosa. La superficie de ambos lados se recubría con tela de lino sobre la que se aplicaba una fina capa de estuco blanquecino, barnizada luego con cera. La superficie lisa y homogénea era idónea para la práctica del dibujo y la escritura con pincel y permitía borrar y reescribir sucesivas veces tras lavarla.
En 1862, un papiro robado de una tumba fue vendido a un egiptólogo americano llamado Edwin Smith. El autor del documento es desconocido, pero algunos creen que pudo ser Imhotep. En el papiro, que quizás constituya la principal fuente de nuestro conocimiento sobre las prácticas sanadoras de los antiguos egipcios, se explicaba que el pulso refleja la acción del corazón, desde el que los vasos se dirigían a los miembros, y se clasificaban las lesiones de acuerdo a su pronóstico en tres categorías: una afección que se podía tratar, una afección que se podía combatir y una afección intratable. El papiro también describía muchos casos y el tratamiento aplicado, entre los que se encontraban la reducción de una mandíbula con luxación, los signos de las lesiones espinales, el tratamiento de una clavícula fracturada así como los síntomas y el tratamiento de otras fracturas.
Por otra parte, tal como se ha desprendido de algunos estudios, es posible que Imhotep permaneciera de viaje, fuera de su tierra natal, durante un período de varios años. Su destino en este viaje se desconoce.
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miércoles, 18 de julio de 2007
Documentación: Tras los pasos de Imhotep
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