El microrrelato nace de la emergencia de contar algo impactante en unas pocas líneas. Algo que no deje indiferente, que te consterne hasta tal punto que lo repitas una y otra vez en tu cabeza a lo largo de los días siguientes de haberlo leído, que te quite el sueño y te despiertes en mitad de la noche preguntándote qué quería decir el autor precisamente con esa palabra y no con otra.
En el arte del microrrelato cada palabra es seleccionada con cuidado, desempolvada con cariño y colocada con pinzas junto a sus compañeras que enseguida la aceptaran o la repudiarán con todas sus fuerzas. Si una palabra no funciona, se encenderán todas las alarmas en el país que forma cada pequeño texto y todas las demás afinadas dentro de sus fronteras, no dudarán ni un solo momento en acompañarla hasta el linde de sus límites y allí, canjearla –como si del intercambio de un secuestro se tratara- por una más afín al espíritu buscado.
El microrrelato busca sorprender desde el primer momento. No hay tiempo para desarrollar ideas o introducir personajes por lo tanto la primera frase es básica y formará el esqueleto central donde se armarán el resto de frases. Esas primeras palabras han de captar la atención del lector para que se quede atrapado.
Las frases siguientes deberán llevarle cómodamente hasta el final, sin sobresaltos, sin giros bruscos que haga que se pierda, en pocas palabras, hacerle bajar la guardia para que en la última parte, sentenciar con la fuerza de un martillo sobre su cabeza y cerrar el cuento de una forma tan hermética e inequívoca que el lector sabrá en ese preciso instante -justo cuando llega a su punto final- si le ha gustado o no. Un microcuento es como una atracción de feria. Sólo te puede sorprender la primera vez que subes. Es por eso que no puede haber ninguna palabra que chirríe, ninguna que rompa el ritmo de la tan importante primera lectura. Si el texto ha gustado, seguro que habrá una segunda lectura más detenida que servirá para descubrir los recovecos y los suaves matices de las palabras elegidas que han contribuido a preparar la mente hacía ese final tantas veces sorprendente e inesperado.
Citando a Luis Torres: ‘Para explicarlo de alguna forma es como cuando encendemos una cerilla, primero, un chispazo; luego, la llama se extingue fugaz y, finalmente, esa quemazón en los dedos’.
Nota: Material extraído del artículo Del arte de lo minúsculo: el Microrrelato, de Ginés S. Cutillas.
2 comentarios:
Un saludo bicéfalo en este recién descubierto blog. Al amigo Ginés, compañero de antología y patafísicas, maestro de lo breve, y al amigo José Ángel, compañero de editorial hace unos años (qué lejos queda aquella entrevista compartida en aquel periódico cuyo nombre no recuerdo, sobre jóvenes creadores andaluces). Enhorabuena por la iniciativa. Un abrazo.
Hola, Miguel Ángel. Ya veo que tenemos amigos en común, además de editorial. Aquel reportaje que mencionas fue publicado por Grupo Joly. Yo lo leí en el Diario de Sevilla.
A propósito, cambié de editor. Paso a paso, seguimos adelante. Precisamente hoy he firmado unos cuantos ejemplares de mi novela en la Feria del Libro de Sevilla y he compartido un agradable rato de charla con varios amigos.
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