sábado, 15 de octubre de 2011

Colaboraciones: O demo, de Montse de Paz

Había oído hablar de Montse de Paz Toldrá, pero no la conocí hasta que coincidimos en el VI Encuentro de Literatura Fantástica de Dos Hermanas. Dentro del mundo de los libros, Montse es uno de esos espíritus inquietos y altruistas que habitan el mundo virtual y desean trasladar a los demás lo que han aprendido por el camino, por si les resulta útil. Además, ha ganado el Premio Minotauro 2011 con su novela Ciudad sin estrellas y está tan contenta con el premio que lo trajo consigo a Sevilla para que nos acompañara a todos.

Por cierto, Montse forma parte también de la redacción de la revista digital Prosofagia, que acaba de estrenar web. Os recomiendo que la visitéis si no la conocéis aún.

Como habréis podido leer en los artículos más recientes de este blog, el domingo 2 de octubre compartí mesa redonda con Virginia Pérez de la Puente y con ella, en Ellas también cuentan, la primera aproximación seria que hacemos a la mujer escritora en el programa de uno de los Encuentros. Gracias a estas charlas se suelen forjar nuevas amistades y creo que eso es lo que me ocurrió con ambas.

Naturalmente, no quise perder la oportunidad de contar con la colaboración de Montse en esta sección. Respondió generosamente a mi petición y gracias a ello podéis leer aquí este cuento, que nos sumerge en las leyendas ancestrales del norte. Ella misma me ha confesado que está ambientado en los pueblos de montaña del Bierzo y basado en hechos reales. Es una de esas historias "que contaban las abuelas y te metían el temblor en el cuerpo". Se titula O demo:

Tan sólo había dos rutas que comunicaban los pueblos de Saucedo y Quintanilla. La más directa era por el río, vadeándolo a pie, a caballo o en balsa. La otra, más larga y tortuosa, era el sendero del monte.

Siendo el camino del río el más corto, los mozos de un pueblo que trabajaban y festejaban en el otro elegían esta vía, durante las horas de luz. Pero al caer la noche el vado del río era traicionero y los pocos que se arriesgaban a regresar ya oscurecido optaban por la vereda del monte.

Era esta una trocha angosta y sombría que serpenteaba entre sotos y cañadas, desafío para ánimos templados o temerarios, pues las gentes decían que era frecuentada por multitud de trasgos y espíritus acechantes.

Por la vendimia, los mozos de Quintanilla formaban tropel e iban a trabajar a los viñedos de Saucedo. Tras las jornadas de duro bregar, el dulce vino nuevo fortificaba el cuerpo y alegraba el corazón. También inflamaba la fantasía e infundía ocurrencias maliciosas a jóvenes y viejos, empujándoles a pisar terreno incierto al filo del oscuro reino de lo sobrenatural.

Manolo de Recaredo abandonó a sus compañeros al anochecer. Los dejó cenando junto a la hoguera mientras caía el relente. Cargó la azada al hombro y los despidió.

—Anda, no vayas por el monte, que aún te saldrá un trasgo.

—Pascual de la Bernardina ya salió… ¡Pero aún era de día!

Manolo movió la cabeza.

—Me vuelvo a casa a dormir.

—Quédate, home, que es tarde. ¡O te llevará el alma o demo!

—¡Que salga, si quiere!


La noche era cerrada y las estrellas parpadeaban, asomando y escondiéndose tras la maraña del soto. Manolo avanzó a paso firme, escuchando sus pisadas sobre la hierba y el silbido del aire entre las hojas.

De pronto, un crujido lo alertó. No eran sus propios pasos. Una sombra blanca ondeó en la penumbra, seguida de un aullido espectral.

Se detuvo. El aullido se repitió y una claridad ondulante se acercó, haciendo crepitar la hojarasca. Manolo tragó saliva y aferró con ambos puños el fuste de su azada.

—¡Alto ahí!

Uuuuuh… Uuuuuh…

Manolo contuvo su temblor.

—¡Alto! ¿Eres hombre o demo?

El aire agitó el ramaje. Sonó una voz cavernosa.

—Soy o demo

Un súbito coraje lo inflamó.

—Pos si eres o demo… ¡Te abrenuncio!

Enarboló la azada, con la horquilla bidente vuelta hacia abajo; dos arañazos de luz pálida trazaron una curva veloz en la oscuridad y el peso del metal cayó, con un crujido seco y golpe sordo.

La sombra pálida yacía en el suelo. Manolo tiró de la azada y sintió la humedad en el hierro y una gota que le cayó en el dorso de la mano. Saltó por encima del bulto y echó a correr.


Las estrellas titilaban, más gruesas, sobre el cielo despejado de Quintanilla. Una calma de frío otoñal cubría la aldea, dormida al resguardo del cerro. Manolo de Recaredo llegó a su casa.

Medio dormida, recogida en una silla de anea junto a la lumbre en brasas, la madre esperaba, aún con la pañoleta al cuello y el rosario esparcido en el regazo, sobre el delantal.

—¡Fillo! Llegas muy tarde.

—Madre, maté o demo.

La mujer se puso en pie de un brinco, santiguándose, los ojos trémulos a la luz del rescoldo.

—Ay, filliño, ¿qué dices?

A la mañana siguiente, los mozos de Quintanilla se agruparon para volver a las viñas. Echaron en falta a Pascual, el de la Bernardina, cuando llegó Manolo y alardeó de su hazaña.

—De un golpe de azada lo tumbé y lo dejé seco.

—¡Qué anda diciendo este!

Alarmados, jóvenes y viejos, seguidos de varias mujeres, emprendieron el camino del monte. A la luz del día, el sendero era verde y exultante.

—¡Hombre de Dios! —exclamaban los viejos—. ¿A quién mataste?

—¿Pos no lo he dicho ya? —Manolo caminaba a grandes zancadas, ufano y seguro—. ¡Era o demo!

—¿Cómo lo sabes?

—¡Él lo dijo!


Llegaron a lo hondo de una cañada y se detuvieron. Las mujeres gimieron y se persignaron; los mozos se agolpaban alrededor. Los viejos se acercaron con cautela, examinando la grotesca mueca en el rostro pálido de ojos abiertos y vacíos. La sábana cubría su cuerpo y dos hileras de hormigas se cruzaban sobre el lienzo.
Era la cara de Pascual, o lo parecía. Desfigurada y blanca, eso sí. Pero de su frente brotaban, oscuros, dos cuernos sanguinolentos.

Manolo posó su azada en tierra, desafiante. Una voz de mujer sonó, sentenciosa y lastimera.

—Quiso ser o demo… ¡Dios lo castigó!

Nadie osó pronunciar palabra.

Montse de Paz

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