Era sábado. No hacía dos semanas
que estaban juntos. Le pidió salir un domingo y ella aceptó.
Apenas se conocían, porque
estudiaban en institutos diferentes. Pero habían coincidido en varias fiestas.
Estaban sentados en un banco
cuando ella encontró el momento de declarar algo que le daba mucha vergüenza.
-Hay algo que quiero contarte antes
de seguir con nuestra relación –dijo ella.
-Dime –replicó él tímidamente.
-No quiero que haya sorpresas más
adelante –insistió la joven, mirándole fijamente a los ojos por un segundo.
-De acuerdo.
La chica vaciló un poco y luego apartó
el cabello que cubría su oreja izquierda. Dejó ver aquel pliegue anómalo en el
pabellón auditivo. Él no lo había notado hasta ese instante, oculto por su
cabellera larga y oscura.
-Es un defecto de nacimiento.
Su novio frunció el entrecejo e
incluso arrugó las comisuras de los labios. Pensó muy bien lo que iba a
contestarle.
-Tienes la suerte de ser guapa y
atractiva, pero, aunque no lo fueras, eso que me has enseñado no sería suficiente
para estropear tu belleza, ni la interior ni la exterior.
Ella pareció aliviada y no pudo
evitar soltar un suspiro. Iba a decir algo más, pero él la detuvo.
-Espera. Yo tampoco quiero que
haya obstáculos en esto, porque quiero que funcione.
Se levantó un poco la camiseta y
le mostró una gran protuberancia en el costado derecho. Sobresalía
visiblemente, tenía un tamaño considerable.
-Se supone que es un tumor
benigno. Pronto me lo extirparán. No se lo he confesado a nadie hasta ahora.
La chica comprendió el mensaje y
le abrazó con cariño. En tan solo unos minutos habían conseguido que el vínculo
entre ellos fuera más sólido de lo que nunca habrían imaginado.