Érase una vez, una chica que estaba buscando la felicidad
que tiempo atrás había tenido. Era muy joven, pero había tenido que enfrentarse
a todo tipo de adversidades. A pesar de todo, aunque las fuerzas le flaqueaban,
nada venció su carácter positivo y luchador.
En uno de los momentos más críticos de su vida, se dio una
de esas casualidades que el mundo nos concede a veces. Conoció a alguien con quien
fraguó una bonita amistad. Con él y con el cariño que le proporcionó recuperó
energías y se redoblaron sus ánimos. Él, a cambio, vio su ternura convertida en
amor, el mayor regalo que una persona puede recibir.
La chica y el chico siguieron juntos, entrelazando sus
destinos, y construyeron un camino para los dos. Levantaron su vida en común
desde los cimientos. Primero, con un hogar en el que reencontrarse y compartir la
intimidad que requería el compromiso mutuo que habían adquirido. Después, con
la charla y la comprensión. Por último, con el deambular ocasional por el planeta,
atesorando experiencias y conocimientos de otras tierras y otras culturas, que
era con lo que más disfrutaban. Mientras tanto, su hogar se iba haciendo más
grande, preparándose para aumentar la familia más pronto o más tarde.
Tampoco esto fue trivial. Las alegrías vienen precedidas de
sufrimientos y las tristezas de diversión. Pero sus denodados esfuerzos obtuvieron
fruto, en dos ocasiones nada menos, y la familia que habían formado no tardó en
duplicarse. Una niña y un niño, rubios y risueños, les proporcionaron momentos
tan inolvidables como los que ya habían experimentado antes solos. Y los vieron
crecer, hacerse personas y madurar. Y siempre permanecieron unidos.
Pase lo que pase, la chica de este cuento siempre sonríe,
siempre parece feliz. Sin embargo, a pesar de lo fácil que pueda parecer su
vida para quien la mira desde fuera, ha afrontado continuamente contratiempos y
dificultades. Nadie le ha regalado nada, ni siquiera amor, porque,
inevitablemente, el amor se recibe y el amor se da.
No obstante, esto es la felicidad. En esto consiste ser feliz. Y, en eso, la chica de este relato es una experta. Ella sabe ser feliz por encima de todo.
¡Muchas felicidades, hoy y todos los días!
¡Muchas felicidades, hoy y todos los días!