¿Cómo ser un buen escritor?
En realidad, ya hemos dado una primera respuesta a la pregunta que hemos formulado. Pero creo que podemos concretar un poco más los factores que pueden influir en el hacer del narrador. Esto nos interesa en la medida en que luego el escritor querrá dar a conocer su obra mediante la publicación. Quienes se avengan a publicarla pondrán condiciones. Hay algunas elementales que deben cumplirse siempre. Y es más fácil seguir las reglas si el escritor hace uso de las cualidades que debe poseer, unas innatas y otras a fuerza de aprendizaje.
La realización de una buena obra depende fundamentalmente de la constancia, el dominio del lenguaje y el talento, no necesariamente en este orden. De hecho, sin constancia, de nada vale el talento (a no ser para redactar relatos cortos, de pocas líneas) y es más difícil dominar el lenguaje porque no se practica. Pero con constancia, siempre se consigue algún resultado (la calidad final es otra cosa).
La constancia
Ray Bradbury nos hablaba de la constancia. Decía:
“Si el escrito está bien uno aprende. Si está mal, aprende todavía más. El único fracaso es detenerse. No trabajar es apagarse, endurecerse, ponerse nervioso: no trabajar es fatal para el proceso creativo”.
Si no se posee constancia por naturaleza, existen herramientas para conseguirla. La disciplina que se impone quien escribe, como responsabilidad del autor con su propia obra, le ayuda a conseguir esta constancia y le permite concentrarse en la obra en curso el tiempo que sea necesario, venciendo los impulsos de dedicarse a otras ideas más recientes y consiguiendo alcanzar la concentración.
También le obliga a documentarse en profundidad y no darse por satisfecho con unos pocos retazos, así como a esforzarse por superar las pausas, a veces inevitables, los puntos donde la obra podría quedar estancada. Incluso puede utilizarse para hallar la inspiración, obligando a la mente a trabajar para encontrar la idea adecuada en cada momento.
El talento
Se tiende a pensar que el talento es connatural, pero, si la base de la obra a escribir es acertada, puede suplirse con la experiencia, a través de la constancia y el empeño. Normalmente, para tener esta experiencia se necesita haber acumulado vivencias propias y ajenas (la edad puede ser un medidor de esto, pero no es de riguroso cumplimiento, porque hay autores que hicieron grandes logros siendo muy jóvenes, con veintitantos años).
La inspiración –identificada a menudo con el talento- es, con frecuencia, el fruto de la dedicación y el trabajo y no siempre debemos asociarla con la eficaz idea que de pronto se enciende en la cabeza como una bombilla. Pablo Ruiz Picasso dijo "que la inspiración te encuentre trabajando" y así es. ¿Qué utilidad tendría la inspiración si nos limitáramos a coleccionar las ideas espontáneas que produce?
En consecuencia, el talento debe conducirse para que no limite la creatividad. De cualquier modo, la escritura requiere una entrega voluntaria e incluso algunos sacrificios (tiene que dedicar tiempo y esfuerzo personal), habitualmente satisfactorios para el narrador.
El dominio del lenguaje
El dominio del lenguaje puede ser lo más difícil. Más allá del cuidado que supone la gramática y la ortografía, a veces ni siquiera los autores consagrados consiguen transmitir adecuadamente lo que debe percibir el lector. En este punto me sumo a la opinión de William Forrester, el protagonista de la película que antes hemos citado, y sugiero que el escribir se vea como un entrenamiento continuo. Esto significa que siempre, en todo lo que se escriba, se utilice un estilo de lenguaje elaborado y minucioso, aunque se intente adaptar al medio (ya sea un manuscrito, un poema, una intervención en un foro de discusión de internet, una carta, un correo electrónico, un mensaje de móvil, un anuncio en prensa, un informe, una instancia, etc). Así, el escritor se educa a sí mismo y se hace autodidacta.
El dominio del lenguaje se amplía con la observación (la lectura de toda clase de libros) y se mejora con la práctica (la propia escritura). Por otra parte, escribir bien no tiene por qué significar ahorrar palabras buscando la exactitud semántica. Naturalmente, tampoco puede basarse en el abuso de ellas (es lo que leíamos en las citas).
Primeras conclusiones
Resumiendo, sin olvidarnos del posible talento y la inspiración que posea el escritor, ha de apoyarse en la constancia, en la disciplina y el esfuerzo, y en utilizar el lenguaje como arma para redactar cosas provechosas y para dotar al mensaje y al argumento a desarrollar de suficiente claridad.
Finalmente, el narrador debe tener la capacidad de tomar decisiones sobre la obra, los detalles y los personajes, incluso si esto puede suponer prescindir de ellos parcial o totalmente. Suya es siempre la potestad sobre la obra. La obra puede conducir al escritor, pero no poseer el mando de la dirección a tomar.
La documentación
Para preparar algunas obras, resulta preciso indagar en la materia a tratar y conocer apropiadamente la época, la cultura, la ciencia, y el entorno sobre los que se va a escribir para, sin ser experto, reducir al máximo posible los errores; en esto hay que ser paciente e invertir bastante tiempo.
Luego, se mezclará con otros aspectos que aparentemente no tienen ninguna relación para obtener la ficción: posiblemente un poco de fantasía, otro tanto de sentimientos, algo de aventura, una pizca de argumentos sociales y culturales, etc.
¿De dónde extrae el escritor la información que luego transcribe? No sólo de su mente creativa. Cualquier cosa, cualquier ambiente puede suscitar ideas. Un viaje, una charla, una conferencia, la lectura de un libro, la visión de un programa de televisión, etc.
Predisposición a la crítica y revisión
La creación de una obra escrita requiere el dominio de una técnica (la estructura, la puntuación, la gramática, la ortografía), y un esfuerzo por parte del escritor, que debe ser perseverante y constante, como ya hemos indicado. Puede tomar la improvisación como una de sus fuentes, pero después siempre revisará lo escrito para pulir los detalles.
Al final, tal vez se habrá obtenido el fruto esperado: una obra madura, que tiene fuerza y puede defenderse por sí sola. Como el manuscrito es la verdadera tarjeta de presentación del escritor frente al editor, o el lector o el jurado de un concurso, ahora tocaría adecentarla lo más posible.
El proceso de revisión puede prolongarse tanto o más como la redacción de la obra, en función de la complejidad que comprenda. Debe considerarse como algo perentorio e inseparable del acto previo de escribir. Es decir, una obra escrita no está acabada, no se ha concluido, hasta que se ha revisado adecuadamente. Y no hablamos sólo de una corrección ortográfica y gramatical.
Naturalmente, la obra debería ser repasada por un especialista del lenguaje, pero dudo que un autor novel pueda permitirse pagar sus servicios. El corrector ortográfico del procesador de textos nos ayudará en esta labor, aunque tendremos que procurar cultivarnos lo más posible en ese dominio de la técnica (fijándonos en lo que leemos), así como confiar en el criterio de nuestros primeros lectores y críticos.
Hay dos pruebas seguras. Una es leer la obra en voz alta y proceder a modificar todo aquello que no suene bien, que suponga rupturas del ritmo de lectura. Después, convendría pasar la obra a otros lectores, amigos o no, para que la evalúen en todos los sentidos posibles e indiquen al escritor qué debería someter a estudio, sin que haya descalificaciones ni adulaciones. Puede que las sugerencias de estos lectores y sus propuestas de modificaciones no sean siempre aplicables, pero un buen escritor debe estar preparado para la crítica y el análisis de su obra. Si no es humilde y honesto consigo mismo se estará negando a mejorar, a superarse, a aprender, y nadie querrá prestarle ayuda en la difícil tarea de revisión.
Por último, es recomendable dejar reposar la obra y olvidarse de ella durante un tiempo. Cuando el autor retome el texto, lo hará con una mirada nueva, fresca y más objetiva, como si la obra ya no le perteneciera, y esto le permitirá ser más crítico y distante con su propio manuscrito.
Todo esto (la redacción, la documentación y la revisión) conforma un cuerpo único, un proceso completo que definiríamos como escribir.
Nota: Material extraído del taller literario “Tengo una historia, ¿quién me la publica?” impartido el 27 de mayo de 2006 durante las I Jornadas de Literatura Fantástica de Dos Hermanas, Sevilla.