lunes, 4 de junio de 2012

El escritorio: Cuidado con lo que deseas, Javier

Para Irene y Ángel,
que algún día sabrán leer y disfrutar de los libros,
en mi cuadragésimo cumpleaños.

Érase una vez un niño llamado Javier que tenía prácticamente todo lo que podía tener un niño. Pero se había cansado de jugar, se había hartado de saltar y brincar y ya tampoco le entretenía leer. Así que siempre estaba aburrido. Aburrido y triste.

Un día, se le ocurrió una idea. Le parecía la mejor idea que había tenido nunca. Quería ser muy fuerte y tener un gran poder para ayudar a los demás y hacerles la vida más fácil. ¡Quería ser un superhéroe!

Y se aferró a ese deseo fabuloso con todo el ahínco de que fue capaz. De hecho, no dejó de pensar en ello durante días y días, durante noches y noches. Ya ni siquiera dormía bien, pensando en cómo podía hacerlo realidad.

Persiguió su deseo con tanta tenacidad que al final le fue concedido. Al despertar una mañana, se sintió más valiente y una energía especial le invadía, desde la cabeza a los pies, desde el extremo de un brazo al extremo del otro. ¡Era una sensación maravillosa!

Probó a levantar la cama cogiéndola por una sola pata y tuvo que contenerse, porque estuvo a punto de estamparla contra el techo. Miró por la ventana y pudo ver, como si estuviera al otro lado de la calle, lo que desayunaba su anciano abuelo, que residía a media ciudad de distancia. Dio un saltito y se quedó flotando en el aire. ¡Se había convertido en un superhéroe por arte de magia!

Javier tenía muy claro cuál era su misión. Lo había planeado durante mucho tiempo, mientras se imaginaba que tenía los superpoderes que ahora, efectivamente, había conseguido. Se puso un traje de colores chillones y una capa roja, se marchó volando y recorrió el planeta en busca de todos los seres que causaban daño a los demás.

Acabó con todas las brujas malvadas, encerró a todas las hadas egoístas, aplastó a todos los gigantes, arrojó por un barranco a todos los ogros, mató a todos los lobos malos y le cortó la cola a todos los dragones. Después, se detuvo a descansar y a observar el resultado de su obra.

Y lo que ocurrió fue que…

Los siete cabritillos se comieron todo el pasto del monte donde habitaban y dejaron sin comida al resto de los animales.

Caperucita Roja fue raptada por el leñador, que se aburría sin tener a nadie a quien perseguir y después de haber talado todo el bosque.

Los tres cerditos se volvieron obesos y apenas se podían mover.

La Bella Durmiente nunca se durmió y jamás fue hallada en su lecho por el príncipe, por lo que se quedó soltera y fue muy desgraciada sin amor.

Los hermanos Hansel y Gretel perecieron de hambre en el bosque porque no encontraron ninguna casita de chocolate.

Blancanieves no llegó a conocer a los siete enanitos y desperdiciaba su tiempo con la nueva consola de videojuegos que se había comprado.

Rapunzel nunca estuvo cautiva en una torre ni se dejó crecer el pelo. Se dedicó a comer y a comer y engordó hasta no caber por las puertas.

Tampoco hubo ningún sastrecillo valiente ni se hizo famoso ningún gato que calzara botas mágicas, porque nunca fueron fabricadas.

El mundo se volvió tan aburrido como lo había sido Javier. Ya no había historias que contar. Los cuentos no tenían sentido, ni eran divertidos. Ni siquiera daban miedo.

Entonces, Javier se dio cuenta de cuánto se había equivocado.

Se quitó su uniforme de superhéroe, ignoró que tenía superpoderes y empezó a preparar cuidadosamente paquetes con todos sus juguetes. Después, los repartió entre los niños del barrio y estos, agradecidos, le invitaron a jugar con ellos.

Además de jugar en compañía, con amigos como nunca antes había tenido, siguió desprendiéndose de todo aquello que ya no usaba y se percató de que a otros les podía ser de utilidad.

Pasó el tiempo y Javier se hizo mayor. Sin pensarlo ni desearlo, ejerció como escritor. Inventó historias increíbles, volvió a imaginar a los seres fantásticos que poblaban los cuentos de hadas y emocionó a miles de lectores que esperaban la publicación de sus nuevos libros con entusiasmo.

Un día frío de invierno, con las carreteras heladas, sufrió un terrible accidente de tráfico. El coche en el que viajaba quedó destrozado. Pero él salió ileso. Fue entonces cuando se acordó de que seguía siendo fuerte y poderoso, de que podía volar como un superhéroe. Pero nunca más había deseado nada con tantas ganas, pues no le había hecho falta. Y tal como lo recordó, volvió a olvidarlo. Había comprendido en qué consistía la felicidad.

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