Esta semana ha sido peculiar. Nunca pasa nada y, de repente, los eventos se suceden en unos pocos días. Tal vez seamos realmente seres estacionales y nos toque hibernar. Ahora que ha llegado el mal tiempo otoñal, al igual que la primavera la sangre altera, la ciudadanía pierde los papeles y la precaución, se vuelve más torpe e irritable.
Durante el camino al trabajo, a la ida o a la vuelta, he visto desde el lunes los resultados de al menos tres accidentes de tráfico. No eran graves, pero sí fastidiosos, tanto para los afectados, con sus coches abollados y destrozados, como para los demás, que veíamos mermada la circulación.
Además, aunque puede que tuvieran algo de razón porque yo mismo he estado más lento al volante, me han increpado dos veces, con bocinazos y gritos porque no había señalizado mi maniobra con el intermitente. Curiosamente, lo hacían conductores que venían detrás de mí en una rotonda y no era yo, aunque iba despacio y podía parecer vacilante, quien se desviaba, por lo que no tenía obligación de poner intermitente. Simplemente, como iba despacio decidiendo mi carril definitivo, se impacientaban y lo pagaban conmigo. A estas alturas y con una edad mediana, “paso olímpicamente” de estas increpaciones desacertadas e intempestivas, que lo único que suelen conseguir es poner nerviosos a más conductores. Pero no deja de molestarme la falta de civismo que demostramos en general en países latinos como este.
Si viviera en Bélgica, por ejemplo, los conductores que me seguían habrían continuado detrás de mí hasta que me decidiera, tanto por precaución como por solidaridad. ¿Es que no nos equivocamos o no dudamos todos alguna vez? Pero aquí todo el mundo tiene más prisa y prioridad que tú y, si te interpones, eres un descarado incordio. Lo confieso, es uno de los defectos de mi pueblo que peor llevo. Parece que siempre estamos tan agitados y enfadados en la calle, como contentos y risueños en los bares. He de reconocer que yo también me exaspero a veces con alguien, pero también tengo que decir a mi favor que nunca utilizo el claxon (que solo está para casos extremos) ni saco la cabeza por la ventanilla para maldecir a los cuatro vientos.
Para más contrariedad, hace tiempo descubrí que ya todos los españoles somos así. Antes, te desplazabas a alguna región, más al norte de España, y los conductores ejercían su responsabilidad al volante con serenidad y tolerancia. Ya no. Hay increpadores tanto en Sevilla, como en Valladolid o La Coruña. Por tanto, vamos a peor. ¿Tan difícil es guardar el respeto mutuo y transigir con los errores que nosotros mismos cometemos alguna vez?
Apuntes y excentricidades de un escritor. Un rincón para quienes quieran comentar algo de literatura... y otros temas, ¿por qué no?
sábado, 29 de octubre de 2011
Reflexiones de un ser mundano: Escasez de civismo
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1 comentario:
Se ve que sí, que debe ser difícil. Si no, no se explica, compañero. :(
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