martes, 4 de septiembre de 2007

El escritorio: Cosas que una vez fueron valiosas

He perdido tres días. No sé dónde se han metido. No sé dónde los he puesto.

Me puse a buscar y, de pronto, habían desaparecido. Tres días completos.

Sé que antes los tenía, pero ya no. He llegado a pensar que me los habían quitado. O que he muerto y he resucitado, como Jesucristo.

Podría preguntarle a alguien, pero no confío en nadie. Fue mi padre quien me enseñó a no confiar en nadie. Una vez me contó cómo mi abuelo le enseñó esta lección. Cuando era niño, el abuelo le incitó a montarse en un columpio, a pesar de su gran temor infantil. "Yo te cogeré si te caes para que no te hagas daño", le dijo. Y mi padre empezó a columpiarse dócilmente. Al cabo de unos minutos, resbaló del asiento mientras se balanceaba y se desplomó dolorosamente en el suelo de tierra, ante la mirada impasible de mi abuelo. "Así no confiarás ni en tu padre", le dijo. "Así empezó todo, así entendí hasta dónde podía llegar solo", me dijo papá.

Me pierdo en mis pensamientos, en los recuerdos. Pero... ¿dónde están mis tres días perdidos?

No hay comentarios: