miércoles, 23 de abril de 2008

Taller: El microrrelato: Un poco de historia (Ginés S. Cutillas)

De muchas formas se conoce a esta disciplina literaria. Algunos la llaman microcuento, otros minicuento o minificción. Incluso algunos la llaman cuento brevísimo pero sobre todas ellas se alza la de microrrelato, que no es más que el arte contar algo con la máxima brevedad posible. No es de extrañar entonces que el más famoso –el del dinosaurio de Augusto Monterroso- esté formado tan sólo por siete palabras. Como sentenció Baltasar Gracián: ‘Lo bueno, si breve, dos veces bueno, y aun lo malo, si breve, no tan malo’.

El microrrelato nace de la tradición oral y más tarde como vanguardia en la década de los 70 en Estados Unidos siguiendo la estela de autores como Ambrose Bierce -que ya en 1911 escribió The devil’s dictionary donde se volvía a definir el significado de algunas voces inglesas-, y se comienza a experimentar con él en Latinoamérica a partir de los 80 de la mano de Cortázar, Borges, Arreola, García Márquez, Denevi y el propio Monterroso. Lo que comienza como un ejercicio de virtuosismo de las palabras, una pirueta o agudeza literaria que divierte y que de forma velada a veces y evidente otras, muestra una claridad de mente del autor para sintetizar ideas en pocas palabras, se proclama como un género nuevo con las primeras antologías.

Y cómo pasa con todas las disciplinas que fueron vanguardia en su día, se ha pasado de la práctica y experimentación a la teoría y explicación.

Algunos ejemplos:

El dinosaurio (Augusto Monterroso)
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

Veritas odium parit (Marco Denevi)
Traedme el caballo más veloz -pidió el hombre honrado- acabo de decirle la verdad al rey.

Instrucciones para llorar (Julio Cortázar)
Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.

El hombre de Satsuma (Jorge Luis Borges)
Entre los peregrinos que acuden, hay un muchacho polvoriento y cansado que debe haber venido de lejos. Se prosterna ante el monumento de Oishi Kuranosuké, el consejero, y dice en voz alta: Yo te vi tirado en la puerta de un lupanar de Kioto y no pensé que estabas meditando la venganza de tu señor, y te creí un soldado sin fe y te escupí en la cara. He venido a ofrecerte satisfacción. Dijo esto y cometió harakiri.

El prior se condolió de su valentía y le dio sepultura en el lugar donde los capitanes reposan.

Este es el final de la historia de los cuarenta y siete hombres leales —salvo que no tiene final, porque los otros hombres, que no somos leales tal vez, pero que nunca perderemos del todo la esperanza de serlo, seguiremos honrándolos con palabras.



Nota: Material extraído del artículo Del arte de lo minúsculo: el Microrrelato, de Ginés S. Cutillas.

4 comentarios:

José Angel Muriel dijo...

No he querido mezclar mis palabras con las del escritor Ginés Cutillas, de modo que he reproducido íntegramente el primer apartado de su ensayo sobre el microrrelato, al que seguirán nuevos artículos hasta completar el trabajo. A Ginés ya le conocemos por aquí pues cedió uno de sus microrrelatos para publicarlo en el blog.

Anónimo dijo...

Digo que si lo conozco! Ja,ja,ja!
Desde luego, sabe mucho de micorrelato.

Javier Márquez Sánchez dijo...

Muy interesante. Permitidme citar otro microrrelato, cuyo autor lamento no recordar:

El último ser vivo sobre la Tierra. De pronto, llamaron a la puerta.

¡Es fantástico! Me encanta. Ojalá fuese capaz de escribir cosas tan brillantes, pero no hay modo... ¡sniff!

Un abrazo!

José Angel Muriel dijo...

Lo que citas pertenece a Fred Browning. Figura así en muchos sitios de internet, pero creo que en realidad tiene continuación. Al menos yo lo he leído como un relato más extenso en el que ese párrafo sólo sería el primero.