jueves, 17 de noviembre de 2011

Papá, no te quiero mucho

Mi hija es muy risueña. Tiene permanentemente un gesto agradable en el rostro, incluso aunque se enfade. Definitivamente, resulta encantadora. Pero, claro, ¿qué voy a decir yo, que soy su padre?

Como decía, mi hija es muy risueña. Pero recuerdo especialmente un día en el que no dejaba de sonreír y le brillaban los ojos de extrema satisfacción. La primavera pasada, cuando aún iba a la guardería, Mª Carmen (mi mujer) y yo fuimos a visitarla una mañana con la excusa de explicar a su clase en qué trabajábamos. Era una misión que nos habían encomendado a todos los padres sus profesoras y que emprendíamos con entusiasmo. Mª Carmen contó a los cuarenta niños, sentados en el suelo y expectantes a su alrededor, que todos los días iba a una oficina y trabajaba con el ordenador. Para no repetir lo mismo y aburrirles, en mi caso les expliqué que escribía cuentos y, de hecho, les leí uno que había preparado expresamente para la ocasión, sobre dos vecinos muy bien avenidos, el señor Cuadrado y el señor Círculo. No eran más que seis frases, ilustradas con imágenes muy sencillas, pero fue suficiente. Irene, nuestra hija, contempló cómo sus padres hablaban ante sus compañeros de sus profesiones. Y la noté alegre, orgullosa, como una personita mayor.

Me he acordado de esto porque este domingo, Irene (que aún tiene 3 años) volvió a comportarse como una niña de más edad. Después de jugar con la madre a maquillarse, se puso a bailar y cantar una canción que se ha inventado y que prácticamente me dedica a mí, una canción que habla de una princesa gitana y de su príncipe. La emoción que siento cuando hace estas cosas, con lo pequeña que parece, resulta indescriptible. Y eso que, cuando se enfada, no es nada remilgada. A menudo protesta contra mi autoridad y mi poder gritando: "¡Papá! ¡No te quiero mucho!" Pero, cuando lo dices así, es porque algo me quieres, hija, algo me quieres.

No hay comentarios: