jueves, 14 de febrero de 2008

Taller: El escritor humilde, de David Mateo

Debo suponer que todos aquellos que nos embarcamos en un proyecto parecido al de Historias Asombrosas (abónense) en el que incurren autores consagrados y nuevos valores, lo hacemos desde el respeto y la buena fe. Cuando llevamos entre manos una publicación que atañe a los autores noveles que están tratando de abrirse paso en el complejo mundo de la escritura, debemos ser sumamente respetuosos con esos nombres que el gran público desconoce y que en cualquier momento pueden pegar la campanada.

La falta de humildad, o lo que es lo mismo, el escritor que se cree algo y a menudo observa por encima del hombro al resto de sus congéneres, suele ser símbolo de escritor fracasado, caduco o corto de miras. ¿Por qué corto de miras? Porque el buen escritor debe ser consciente de que entre la gente que le rodea, de esos nombres anónimos que surgen de los foros y blogs, en cualquier momento puede aparecer un puñado de buenos escritores con mejores herramientas para ensamblar una historia que llegue a la gente y que, fácilmente, te deje en la estacada.

Desde que comencé a escribir, hay dos frases que se han quedado grabadas en mi cabeza. Una la leí en un libro, Mientras escribo (¡cómo no!) de Stephen King, venía a decir más o menos lo siguiente: «¿Quiere usted escribir? No lo mencione tanto. Escriba.» La otra la pronunció Juanmi Aguilera durante una comida: «En España hay mucha gente que escribe bien y podría publicar, pero para publicar hay que ser constante y encontrar la capacidad de escribir un libro tras otro.» Como editor tengo una fe ciega en los aficionados que se ponen delante del ordenador y comienzan a desarrollas sus primeros cuentos. Como escritor les guardo un respeto terrible. Es más, considero que el buen escritor es aquel que, en vez de cerrarse en sí mismo y vivir con sus esputos, se abre a nuevas tendencias y conoce la lengua de otros escritores, mejores o peores, más hábiles o más torpes. Porque tengamos una cosa bien clara: alcanzar una vida soñada en la élite de la literatura está al alcance de muy poquitos y, normalmente, la gente que llega hasta ahí no es la que mejor escribe. Incluso el autor novel que mejor maneja el lenguaje pero de lo único que se preocupa es de engrandecer su ego, corre el riesgo de quedarse tirado en una cuneta y ser burla y escarnio de aquellos de los que él mismo se mofa. Tengamos claro que, normalmente, esa petulancia suele poner un velo en los ojos del escritor confiado y éste no llega a ser consciente de sus propios errores. No basta con ser un buen arquitecto en el uso del lenguaje, sino que hay que ser capaz de transmitir, de insuflar alma a las letras, de encontrar una buena historia que llame al lector y lo retenga. Y para ser un buen narrador, no sólo hay que ser un buen juntaletras, sino que también hay que tener la capacidad de crear historias que hechicen a la gente.

Desde el respeto se puede conseguir mucho. Hay muy pocos escritores que se dedican a chafar la cabeza del compañero o a hablar mal de otros autores, os lo aseguro, ya conozco unos cuantos profesionales y la mayoría son respetuosos y disfrutan ejerciendo su labor de escritor. El que quiera enfrascarse en ese juego de mala sangre, allá él, probablemente quedará marcado por la comunidad literaria. Con ello no quiero decir que entre todos los que estamos metidos en este sarao existan lazos fraternales que nos unan en la vida y en la muerte. No seamos tan cabezahuecas. Un colega que trabaja en la radio suele decir: «Mis mejores amigos están fuera de la profesión.» Pero ni un extremo ni otro. El que quiera trabajar haciendo letras, tiene que ser consciente de que en el camino acabará encontrándose con otra gente que haga letras, es ley de vida. Algunos estarán mejor dotados, otros serán menos aptos, pero a todos hay que guardarles respeto. ¿Por qué? Porque todos hemos empezado en una silla de mimbre, con una libreta en la mano y garabateando palabras con un bolígrafo BIC, y el que renuncia a su pasado sólo para reírse del que está dando sus primeros coletazos no es más que un inconsciente deshumanizado porque se está señalando a sí mismo en otra faceta de su vida.

A todos los autores que estáis empezando a escribir, que os ilusionáis con publicar y que acabáis horrorizados con el proselitismo barato que se ejerce en algunos lugares, pasad de ellos. En la mayoría de los casos esa verborrea calenturienta suele proceder de mentes atrofiadas que no han conseguido nada, se han vendido a sí mismos como una marca registrada cuando vivían tiempos mejores y, ahora, con la puesta en escena de un mercado abierto, renovado y menos viciado, ven como su hegemonía chusca y pasada de moda caduca y se ven obligados a sermonear desde el atril como lo hacía el clero en tiempos de Mari Castaña. Basta con que echéis una ojeada al nuevo redil de escritores que publica en editoriales más o menos conocidas, para comprender que trabajando —trabajando por un tubo, porque publicar nunca va a ser fácil— puedes llegar a una meta y, desde ahí, ir avanzando posiciones poquito a poco. No os desaniméis. Seguid escribiendo. Escribid mucho. Seguid haciendo historias bonitas, sea cual sea vuestro afán. El mundo editorial os espera y, como me dijo una vez Domingo Santos, llegar es complicado, pero si lo hacéis, disfrutaréis de un mundo apasionante lleno de sorpresas.

Escribid, malditos, escribid.

Publicado originalmente por David Mateo en su blog, La Sombra de Grumm, el 22 de enero de 2008.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Será porque nunca he sido nada competitiva (y asi me ha ido), pero no entiendo la rivalidad. Soy de las que piensa que hay sitio para todos, y si tienes que llegar a algun lado, al final llegarás.

Javier Márquez Sánchez dijo...

Un puñado de grandes verdades, David. Gracias por recordárnoslas, porque no conviene perder nunca la perspectiva.

Gonzalo Muro dijo...

Acabo de descubrir tu blog y me ha parecido realmente interesante este post con el que creo estar de acuerdo plenamente.

Un abrazo, volveré con más tiempo.