jueves, 20 de noviembre de 2008

Bitácora de un isleño ambulante: Día 18

Hoy que empieza un nuevo año, pues ha caído la noche y pasará mucho tiempo hasta que la luz vuelva, también es un nuevo día para nosotros. A lo lejos, parece adivinarse el tenue fulgor de nuestros dos soles, que permanecen fijos y, como todos los años de oscuridad, terminarán apagándose para encenderse con la luz del año siguiente.

De hecho, me pregunto si realmente este es el décimo octavo día de mi crónica, pues la tasa de natalidad ha descendido ante la crisis del momento, que ha trastornado nuestros hábitos, y, como todos saben, contamos un día cada veinte nacimientos, pues así de regular es nuestro índice de reproducción. En las circunstancias actuales, sin embargo, me cuesta estimar el tiempo.

En cualquier caso, decía que este es un nuevo día, porque el mundo no terminó ayer para nosotros como temíamos. Después del mar que se acababa, había otro mar. Al final del abismo por el que nos precipitamos, nos esperaba otro vasto océano. Aunque es cierto que la brusca caída ha hecho que nuestra isla pierda algunos fragmentos y que algunos de nuestros compañeros hayan perecido ahogados, tal vez porque la comunidad había perdido la sensatez y muchos corrían como locos, buscando una forma de escapar del desastre. Pero no la había. Y yo les observaba, aguardando el final pacientemente. Mi lentitud y torpeza me han favorecido. Gracias a ello, sigo vivo.

Seguimos a la deriva bajo un cielo negro en el que brillan miles de puntos más pequeños que nuestros soles. Flotamos entre lo que creíamos placas de hielo y realmente son masas vegetales blancas y duras. Yo mismo lo he comprobado al arrancar un trozo de la primera con la que colisionamos.

3 comentarios:

J.E. Alamo dijo...

Sabía que no era el final.

Claudia dijo...

¿Masas vegetales blancas y duras? muy interesante...estoy intrigadísima.

José Angel Muriel dijo...

El final, el final... se acerca.