lunes, 18 de febrero de 2008

Mi primera experiencia textual, de Fernando Iwasaki

Hace unas semanas, en la presentación de la novela La mágica pelliza de Carlos Marx, de Rafael Raya, conocí a Fernando Iwasaki, un escritor magnífico y una magnífica persona. Puedo afirmarlo, a pesar de haber compartido con él apenas unos minutos y haber cruzado tan sólo dos mensajes de correo electrónico. Debe de ser por su forma de expresarse y por su generosidad al cederme un texto como el que presento hoy. De hecho, creo que acertó de pleno al enviarme sus Cuatro [ale]gatos a favor de la lectura, muy acorde con el tono general de mi blog.

Como Fernando me lo ha sugerido, he decidido publicar cada uno de los cuatro [ale]gatos por separado, para que el lector se deleite tranquilamente con ellos, aunque formen parte de un todo. Empezamos con el primero, en el que Fernando nos desvela ciertos secretos personales que han hecho que sienta aún más afinidad con él, porque también para mí fueron (y siguen siendo) muy valiosos tanto los clásicos como los tebeos.


Mi primera experiencia textual

DURANTE MI INFANCIA los cómics fueron tan valiosos como los clásicos, así que debo citar a Julio Verne, Mark Twain y H.P. Lovecraft, al lado de Tarzán, Spiderman y los 4 Fantásticos. Ya de adolescente leí cinco libros maravillosos: la Ilíada y la Odisea, Historias de Cronopios y de Famas de Julio Cortázar, La palabra del mudo de Julio Ramón Ribeyro y los Cuentos Completos de Edgar Allan Poe. De los libros leídos en mi último año de colegio me marcaron para siempre Cien años de soledad de García Márquez, La Cartuja de Parma de Stendhal, El libro de arena de Borges y El mito del eterno retorno del rumano Mircea Elíade, los cuales «ordenaron» todas mis lecturas anteriores, superhéroes incluidos.

Como entré a la universidad con 16 años, todavía no sabía leer con alicate y destornillador, así que también leí a Freud, Levi-Strauss y San Agustín como si fueran autores de literatura fantástica, hasta que descubrí la complejidad narrativa de Conversación en La Catedral de Vargas Llosa, El obsceno pájaro de la noche de Donoso y El Astillero de Onetti. Literariamente hablando, mi descubrimiento de esas tres novelas fue comparable a lo que representaron para mí Fellini, Bergman y Woody Allen en el dominio del cine. Desde entonces siempre leo con «caja de herramientas».

Ha transcurrido mucho tiempo desde entonces y los libros que me han encantado son numerosos, pero si tuviera que elegir sólo cinco me quedaría con La Ilíada, Historias de Cronopios y de Famas, El libro de arena, La Cartuja de Parma y los Cuentos Completos de Poe en unos tomitos azules de Alianza. Mi textualidad se definió con la lectura de esos libros a los que siempre regreso, porque en aquella edad remota mi promiscuidad textual era absoluta y podía quedarme horas en la cama disfrutando del texto por el texto, practicando la homotextualidad y a veces la heterotextualidad.

No es casual que sólo haya citado libros que leí sin destornillador, porque el hechizo que me infligieron fue poderoso, fulminante y perturbador, como los rayos de Cíclope o la energía cósmica de Galactus. Admiro a los escritores que son capaces de cifrar en una sola novela el compromiso, la condición humana y la identidad de su país, su continente o su planeta; pero sólo envidio a quienes nos seducen textualmente y nos mantienen en vela hasta que la mañana nos arrasa, deslumbrados y felices.

Por eso la primera experiencia textual es más esencial y memorable que la otra.

Fernando Iwasaki

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Como hemos hablado otras veces: da gusto encontrar otros escritores con los que conectar y que no tenga reparos en compartir sus textos y experiencias con los demás.

Anónimo dijo...

Comparto el descubrimiento del amor por la lectura: los primeros comics, los primeros libros y esos otros que nos acompañan siempre. Coincidimos en la Ilíada y en el sñor Poe. Luego mis amantes difieren: de mis tiempos de infancia/ adolescencia recuerdo las leyendas de Bécquer, el primer King, los Mosqueteros , Verne, etc Y me acompañan siempre Matar un Ruiseñor, El Señor de los Anillos y Cien Años de Soledad.
J.E. Alamo