miércoles, 27 de diciembre de 2006

Reflexiones de un ególatra: Navidad todo el año

Estos días, este año en particular, estoy oyendo (y leyendo) a menudo la expresión "todos los días son Navidad", incitando a la gente a que se felicite y se salude cordialmente durante todo el año. Soy de los que apoyan esta idea. De hecho, también yo lo pensé justo antes de que empezaran estas fiestas, planteándome por qué no éramos igual de "felices" el resto de los meses.

Pero no podemos negar que la Navidad tiene para muchos, al margen de esto, un significado especial ineludible (que luego hemos convertido en tradición familiar y costumbre popular o al revés) y que el ser humano, como animal limitado que es, ha de fijar una época para facilitar el reencuentro con los amigos, la reunión con los parientes. ¿Qué más da que sea en estas fechas o en otras? Sin embargo, el carácter de la Navidad hace propicia la ocasión. Y, en este sentido, todo me parece muy bonito y entrañable, incluso aunque, precisamente porque se suelen vivir momentos inigualables, también suelen acaecer o recordarse los instantes más desagradables, echando de menos a los que faltan. Hace unos días, el padre de una amiga se desplomó de un infarto nada más volver a su casa, tras celebrar la Nochebuena en familia. ¿Cómo recordarán estas personas, a partir de ahora, el 24 de diciembre?

Pero esto es ley de vida y no podemos evitarlo, pase lo que pase. Lo que realmente me molesta es que, de unos años acá, nos han adelantado las celebraciones. Cada vez más. De hecho, intenta buscar en los supermercados algo de mantecados y turrones. Hace una semana había estantes llenos. Hoy te costará encontrarlos sin preguntar. En cambio, allí estaban expuestos, llamando nuestra atención para atiborrarnos antes de Navidad, desde mediados de noviembre. Al igual que los juguetes, la iluminación navideña, que en algunos sitios instalan antes de diciembre... Considero que cada cosa tiene su lugar y su tiempo. Y, en pos del éxito comercial, nos manipulan especialmente en estas fechas que deberían ser simplemente para el reencuentro.

No hace muchos años, una furgoneta recorría las ferias de pueblo para vender a los lugareños las tabletas de turrón que, de otra forma, no podían conseguir (a principios del siglo XX ya se desarrollaba esta costumbre). Hoy en día esta práctica carece de sentido, porque estos productos están al alcance de cualquiera en todas partes. Tanto es así que cuando llega el momento de comer turrón, ya no nos apetece. Es sólo un ejemplo de cómo se han desvirtuado algunos símbolos que antes también eran signo de la unión familiar, de la comida entre seres queridos. Afortunadamente, sabemos que eso no importa, que lo principal es estar juntos, haya en la mesa pavo guisado, cordero asado o cerdo mechado. Al menos en estas fechas, recuperamos algo de nuestra humanidad.

Pero, si bebes, no conduzcas. Y feliz Año Nuevo.

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